La Navidad es un hecho trascendental para los cristianos. Con el nacimiento de Jesús conmemoramos la pureza, la santidad, la bondad del Hijo de Dios. “No entrarás en el reino de los cielos hasta que no te conviertas en un niño”, repetía Jesús. Y para demostrar su poder se revistió de humildad, nació hijo de un carpintero en Belén de Judea rodeado de olivares en una cueva y dentro de ella el pesebre donde fue reclinado. Este niño fue en fin de cuentas hijo de un Dios poderoso en amor y bondad. “Perdónales Padre porque no saben lo que hacen”, “Amaos los unos a los otros como yo los he amado”, “Mañana estarás conmigo en el paraíso”, el Dios de esperanza nos habló de la inmortalidad del alma.

Navidad, día de regocijo, de alegría, de paz, de unción familiar para recordar ese niño que todos llevamos dentro y al que debemos mantener por su júbilo, por su inocencia, por su pureza, por sus alegrías y sus berrinches. Heráclito dijo una vez que el hombre está más cerca de sí mismo cuando alcanza la seriedad de los niños cuando juegan, y hay un hecho que se convierte en realidad en la meditación y la experiencia de la cuarta edad cuando volvemos a ser niños.

Ahora, disfrutemos la Navidad con nuestras familias, con juguetes, baile, alegría y oración; festejando la venida del hijo de Yahveh. ¡Felicidades!