Opinión
Columnas: El amor y el respeto al padre no debe ser de un día
No sé si hablar del Dios padre, del padre mío o de mí mismo. Son tantas las lecciones aprendidas y por aprender.
No sé si hablar del Dios padre, del padre mío o de mí mismo. Son tantas las lecciones aprendidas y por aprender. Del Dios padre, al sentirse solo en la magnificencia de su poder crea un hijo lo más bueno y puro del mundo, para entregarlo a la concupiscencia humana. Y debió haber llorado como lloran los hombres en silencio y hacia sus adentros.
De mi padre recuerdo un hombre sano, bueno, trabajador y honesto desde la madrugada hasta el cálido remanso de la noche, en medio del sonido de la máquina que trituraba la caña hasta hacerla dulce; cuando el bagazo no pensaba, peor soñaba que podía dar la luz.
Hombre fuerte y aparentemente inconmovible, jamás olvidaré y aún lo veo arrodillado en el coliseo implorando a Dios por su hijo enfermo, que era el más querido. Hombre de poco hablar, pero que con el ejemplo nos enseñó que se puede hacer proezas con el trabajo y que el paradigma es la mayor virtud más que la palabra para cambiar o encarrilar vidas.
Hoy soy padre lleno de defectos y con mis virtudes Dios me ha premiado con unos bellos hijos que les encanta trabajar, estudiar, rezar, crear, imaginar. Vivir con lo que le gusta a cada uno. Jamás interferí en sus aspiraciones y en sus deseos de ser alguien en la vida para que no me acusen de nada. Solo los quise y los quiero con toda mi alma. ¿A quién se puede querer más que a los hijos? Somos nosotros mismos en nuestro perenne camino hacia la eternidad.