Opinión
Desde la redacción: No hay nada oculto ante los ojos de Dios
Pasó lo que tenía que pasar. Dicen que nada permanece oculto ante los ojos de Dios y esto se confirmó cuando el tsunami del caso Odebrecht comenzó a llegar por estos lares, sin que nada ni nadie lo pudiera detener. Solo bastó que el fiscal general viajara a Brasil para que la justicia ecuatoriana comenzara a hacer su trabajo, sin discursos vanos ni pretextos de ningún tipo. Es muy pronto para conocer el desenlace que esto tendrá en el mapa político nacional, ya que aún queda un largo y tedioso proceso jurídico de por medio.
Pero las señales que tenemos con las capturas y allanamientos del viernes pasado dan a entender que esta vez la cosa va en serio. Lo preocupante es que más pronto que tarde se sabrá hasta dónde avanzó este cáncer que amenaza con ser metastásico en las altas esferas públicas, hasta ahora escudadas en sospechosos silencios y campañas de desprestigio contra los medios.
Es hora de que primen la honestidad y las ganas de que por fin se resuelvan las cuentas pendientes por el bien de las instituciones, que no pueden ni deben soportar la sombra de la duda, porque la sola sospecha deslegitima cualquier intento de devolverle a la sociedad la confianza que necesita para avanzar en democracia. Por eso es importante que se demuestre la independencia de los poderes del Estado y que se promueva la fiscalización constante a los actores que administran fondos públicos. La rendición de cuentas debe ser constante, sin caer en la propaganda, y la estrategia ante las denuncias, simplemente la verdad. Cuando esta no se pueda sostener, entonces lo indicado será dar un paso al costado y someterse al imperio de la ley, del que se puede salir bien librado si se tiene la decencia de dar la cara.