El acalorado debate que se originó a raíz de la intención de eliminar el artículo 42 de la Ley de Comunicación, referente a la obligatoriedad del título profesional para quienes trabajen de forma permanente en medios de información, evidenció el poco entendimiento que se tiene sobre periodismo. Ninguno de los miembros de la Comisión de Derechos Colectivos, encargada de las reformas a ese cuerpo legal, se ha preocupado por visitar las redacciones para conocer de cerca el oficio. La exigencia de profesionalizar a los comunicadores tuvo su punto álgido en el correísmo, pero esto no fue una novedad, ya que en 1975 ya se había creado la Ley de Ejercicio Profesional del Periodista, que permaneció en el olvido durante años. Sin embargo, la academia tampoco demostró estar sintonizada con las demandas del mercado laboral y condenó a los reporteros a aprender en los medios, con quienes se enfrentaban a diario con la realidad y se fajaban en turnos rotativos 24/7 a los que tanto nos costó acostumbrarnos. Hasta ese momento, las redacciones eran territorios insondables y la producción de información, casi un misterio. La deuda de las universidades con los comunicadores es inmensa, así que no debería sorprendernos el hecho de que existan buenos periodistas sin título universitario. Es cierto que la libertad de expresión es un derecho que puede ser ejercido por cualquier ciudadano, pero la de prensa tiene una lógica distinta. El oficio hay que aprenderlo en el campo, con sólidas bases intelectuales y humanistas, que lamentablemente no se consiguen en las facultades.