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Opinión
El Domingo de Ramos y la Semana Santa
Jesús pronunció el Sermón de la Montaña con el cual trazó las líneas básicas de su doctrina y, además, hizo un nuevo milagro, multiplicando los panes y los peces para saciar el hambre de las multitudes.
De ahí pasó a su visita a Jerusalén. Llegó entre palmas y vítores y luego la última cena, donde denunció que uno de los presentes lo traicionaría.
En la noche pasó a Getsemaní y allí clamó a su padre celestial pidiéndole que evitara el amargo licor que se serviría en Cáliz que era la traición que estaba marchando ya a la cabeza de la soldadesca romana que lo apresó y lo torturó, burlarse de él, poniéndole una corona de espinas y dándole una caña como cetro.
Luego de la tortura le harían cargar una pesada cruz camino al monte Calvario; durante su paso por ese camino cayó tres veces y los sayones buscaron una persona que lo ayudara a cargar la cruz.
En la cima del Calvario fue crucificado, le clavaron sus manos y sus pies y se alzó la cruz del sacrificio. Pronunció entonces las 7 palabras que conmoverían al mundo y luego expiró, dejando que su alma junto con la del Buen Ladrón ascendieran a los cielos.
La felicidad y la desdicha suelen estar casi juntas y eso ocurrió con el Domingo de Ramos y el Viernes de Crucifixión.