Los dos polos existenciales de la vida humana son nacer y morir. Y del destino de cada cual dependen los años que se acumulen en la existencia.

Ante esta realidad tan lógica el escritor y filósofo francés Jean Paul Sartré afirmaba con toda razón que “todo humano es un condenado a muerte”.

La defunción de los seres próximos a nosotros nos deja, indudablemente, un sentimiento de pesar por esta definitiva ausencia y toda una carga de memorias. Y esta circunstancia ha producido el que se fije, universalmente, un día, en el calendario anual de las celebraciones, dedicado a los difuntos, que es precisamente hoy, 2 de noviembre, día propicio, sobre todo, para la visita a los cementerios o camposantos con el consabido ramo de flores que depositamos ante las tumbas de las recordadas personas que pasaron por nuestras vidas y que les tocó partir antes que nosotros.

Asimismo se realizan diversos actos de tipo místico con la presencia de gran número de fieles en los templos de las diferentes religiones, donde entre cánticos y oraciones se rinde culto a los ausentes.

Un día para meditar y recordar en lo mortal de la vida y para añorar tiempos pasados y circunstancias felices que no se repetirán.