Opinión
Editorial
Monumento a bañistas del Salado
Guayaquil es una ciudad geográficamente privilegiada. Es un puerto que tiene dos malecones porque está ubicada entre las fluviales aguas del Guayas, a cuyas riberas fue fundada, y un brazo de mar, el estero Salado, ubicado al oeste de la urbe, atravesado por el tradicional puente 5 de Junio.
Desde las épocas coloniales, es decir cuando la ciudad de caña y madera tenía pocos habitantes y su extensión no le permitía llegar con viviendas hasta el estero que nos llega desde el golfo, el Salado fue aprovechado por los guayaquileños para bañarse en sus limpias aguas como un balneario citadino, o sea en épocas en que llegar, por ejemplo, a Salinas o a Playas no era tan fácil y el lento transporte era solamente marítimo. Desde entonces, durante muchos años, los porteños se acostumbraron a tomar baños en ese estero hasta que, lamentablemente, por efectos de la contaminación ocasionada por los barrios marginales que aparecieron en sus orillas, dejamos de ser bañistas y, además, de practicar el deporte del remo con botes de alquiler.
El Municipio ha decidido recordar aquellas épocas con la erección de un monumento dedicado a esos bañistas que añoran los tiempos idos.