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Opinión

Editorial: Día del Bombero

La ciudad fundada en las márgenes del río Guayas se extendió hacia el sur haciendo frente al pantano, sobre cuyo frágil subsuelo se sustentaba a las invasiones piráticas que hubo en las épocas coloniales y, sobre todo, al arrasador fuego que en más de una ocasión, por el hecho de contar con una infraestructura tropical con sus viviendas de madera y caña, tuvo que soportar pavorosos flagelos, siendo el más comentado el que sucedió en 1896, en que la urbe fue virtualmente consumida casi en su totalidad.

Este permanente peligro del fuego destructor hizo necesario que la ciudad contara para su protección con una institución destinada a combatir al principal enemigo de la propiedad y aun de la vida de los propios porteños, ese fuego que, según la mitología griega, Prometeo le robó a los dioses para entregarlo a los humanos. Fue así como el 7 de agosto de 1835, el entonces presidente Vicente Rocafuerte creó el Cuerpo de Bomberos, cuyos integrantes con el pasar del tiempo serían calificados por la población porteña como ‘los héroes bomberiles’. Con una existencia de casi un siglo, el 10 de octubre de 1926 se instituyó oficialmente el Día del Bombero, fecha que hoy celebramos. Cuatro años después, el 25 de octubre de 1930, el Congreso Nacional le concedió al organismo guayaquileño el título de Benemérito.
Es necesario señalar en esta fecha la unión férrea entre la población guayaquileña y los servidores bomberiles, que durante años han defendido sus bienes, muchas veces con gran sacrificio.