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Opinión

Editorial: La resurrección de Nuestro Señor

En el sepulcro cedido por su amigo José de Arimatea reposan los restos mortales de Jesús que murió crucificado. Parecía el final de un profeta a quien condenaron los jefes del Sanedrín judío y Poncio Pilatos, gobernador romano, defirió al grito de una multitud que pedía liberar al salteador de caminos Barrabás y condenar a quien había predicado una nueva y purificadora doctrina.

Jesús había resucitado de entre los muertos y le habían visto las santas mujeres y sus apóstoles, ocultos por temor a la persecución recibieron al resucitado sin poder creer lo que sus ojos veían.

Pablo seguía predicando el evangelio y reunía grandes multitudes a la que hablaba de la Buena Nueva, la que había traído Jesús, y en una de esas concentraciones de fieles se presentó el resucitado para dar testimonio, con su presencia, de la doctrina que andando los tiempos redimiría al género humano y se convertiría en la confesión religiosa más importante con 20 siglos de existencia y con una fe que se proyecta hasta la consumación de los siglos.

Luego de que muchos lo vieron resucitado, Jesús retornaría como lo había profetizado a reunirse con su padre celestial en el cielo infinito, dejando en la Tierra su mensaje que es la transformación de las sociedades hasta encontrar el camino de la eterna salvación.