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Opinión

Los maestros merecen un homenaje permanente

Por el Lic. Manuel Yagual Mujica

La importancia del magisterio nacional permanece incólume en el pensamiento ético de los dignos y sacrificados maestros de la patria sin mejores salarios ni bonificaciones. La historia recuerda a hombres célebres como el arzobispo de Quito, Mons. Federico González Suárez, quien en 1910 exclamó para la inmortalidad. “Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca, pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino que el campo del honor, al aire libre, con el arma al brazo y con el pecho al frente, no la arrastrará a la guerra la codicia, sino el honor”.

Recordemos al insigne compatriota Juan Montalvo Fiallos, ambateño autor de la frase “Mi pluma lo mató”, nacido el 13 de abril de 1832. También al santo hermano Miguel, integrante de la Academia Ecuatoriana de La lengua, condecorado en Francia. El mismo día de su beatificación el gobierno ecuatoriano lo proclamó modelo de maestro junto a Luis Felipe Borja, Víctor Manuel Peñaherrera, Alfredo Pérez Guerrero, con su obra más leída “La Universidad de la Patria”, y Pío Jaramillo Alvarado en 1955 condecorado por el Consejo Provincial de Loja, con la distinción de “Doctor en ecuatorianidad”.

Todos ellos consagrados hombres de letras constan en la lista de “Maestros Símbolos de la Patria” ¿Cuál es el rol que tenemos los maestros? es el cumplimiento responsable que nos exigen deberes y derechos atribuidos por la sociedad y la patria. El maestro no pide perfectibilidad, respeta las diferencias individuales, no censura, es tolerante y humanista por excelencia ayuda a que el estudiante participe del nivel máximo de autoestima en la elaboración de su plan de vida.