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Opinión
Mi madre: mi mejor amiga, mi gran maestra
Por el Lic. Ricardo Ordóñez Jaramillo
Al acercarse el Día de la Madre quiero rendir homenaje a mi mejor amiga y grandiosa maestra, mi querida madre. De ella aprendí todo lo bueno, podría decirse que me brindó cariño, protección y formación para triunfar en la vida.
Resulta lamentable reconocer aquel refrán que señala: “Uno no sabe reconocer lo que tiene hasta que lo pierde”. Aunque pretenda resistirme a una realidad necrológica tengo que aceptar la partida de ella de este mundo. He perdido a mi mejor amiga, mi extraordinaria primera maestra, mi orientadora de valores y principios, normas y reglas y principios que rigen en nuestra sociedad. Es decir, de ella recibí una formación humanista, de honestidad y humildad.
La vida me dio la oportunidad de conocer a la mejor persona del mundo, que me brindó una enseñanza con el ejemplo, de hacer el bien sin mirar a quién, ayudar a los demás sin esperar nada a cambio, impulsando la felicidad lográndola haciendo feliz a los demás. Con una auténtica alegría nos explicó a todos mis hermanos y a su entorno que la vida es agradable, que siempre debemos sonreír, que nada cuesta; que debemos respetar a todos para que así tengamos derecho a reclamar que nos respeten. Sin duda, siento un sentimiento agridulce, a pesar de que he logrado triunfar en el espacio académico, como también mis hermanos.
Mi madre nunca habló mal de nadie, por eso era muy querida en la barriada. Toda su vida promovió los valores, los principios, las reglas, las normas, la empatía de unidad de su entorno.
Cuando una persona fallece se dan dos opciones: que sea recordada u olvidada. En el caso de mi gran amiga siempre será recordada por sus nobles acciones, especialmente quienes tuvieron la suerte de conocerla. Por eso vivirá siempre en nuestros corazones.