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Opinión

Nosotros, los indolentes

Andrea Pavón fue la protagonista de una impactante historia que revela el grado de deshumanización imperante en nuestra sociedad, aletargada por el egoísmo. Resulta que esta joven regresaba a su casa luego de su jornada de trabajo, cuando vio a un hombre desnudo y casi inconsciente en las escaleras de un edificio, ubicado en el centro-norte de Quito. En el sitio solo estaban unos policías que contemplaban el cuerpo congelado, mientras llegaba una ambulancia que supuestamente jamás apareció. Mientras tanto, la gente pasaba por la calle sin inmutarse. Andrea fue la única que se condolió del hombre que de a poco perdía el aliento y acudió a su hogar a buscar ropa y una cobija para abrigarlo.

Solo tres personas se detuvieron para socorrer al indigente.

La mujer no ocultaba su desesperación y rogaba auxilio, hasta que logró hallar a un médico que solo comprobó la muerte del ciudadano. ¿Dónde estaban los socorristas?

Nadie intuía que ese desvalido ser humano, que parecía una estadística más del abandono, era un destacado profesor de música y miembro de la Banda Juvenil del Gobierno de Pichincha, Daniel Herrera, quien ahogaba su depresión en botellas de alcohol al no resignarse a la pérdida de su madre.

Qué injusta es la vida cuando nos condena al anonimato, a agonizar en la calle frente a una sociedad que no repara en lo que ocurre en sus narices.

Andrea nos dio una lección de altruismo que debería ser imitada todos los días. Solo así tendríamos mejores gobernantes y un país más decente.