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Opinión

Editorial: ¡El arte de disfrazar la verdad!

En Ecuador, las promesas electorales incumplidas y la falta de transparencia en el financiamiento de campañas se han vuelto parte del ciclo político

Para que exista una mentira, se necesitan dos partes: quien la dice y quien la cree. En Ecuador, esta fórmula se ha convertido en la norma durante cada proceso electoral. Los políticos prometen, los ciudadanos creen. Las ofertas de campaña —ese catálogo repetido de promesas— rara vez se concretan. Y, sin embargo, el ciclo se repite.

El engaño no termina en la campaña. Una vez en funciones, muchos de quienes impulsan reformas y defienden leyes en el Parlamento son los primeros en ignorarlas. La incoherencia política ha dejado de ser excepción y se ha convertido en parte de la narrativa nacional.

A esta opacidad se suma una pregunta que persiste sin respuesta: ¿quién financia realmente a los candidatos? En medio del debate sobre eliminar el financiamiento estatal para campañas, el país sigue sin claridad sobre el origen de los recursos privados. ¿Sabe siquiera el Consejo Nacional Electoral de dónde provienen todos los fondos? La transparencia en este aspecto no debería ser negociable.

No hay nada de malo en que una persona natural o jurídica apoye a un candidato que represente sus intereses. Lo preocupante es el secretismo. Es tiempo de sincerarse, de dejar de maquillar la realidad y de exigir coherencia a quienes aspiran a gobernar. La política no puede seguir siendo una ficción tolerada.