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Opinión
Editorial: Metro de Quito, en piloto automático
Las reiteradas fallas en el funcionamiento del metro de Quito son algo más que simples tropiezos técnicos
Las reiteradas fallas en el funcionamiento del metro de Quito son algo más que simples tropiezos técnicos: son una señal de alerta sobre una administración deficiente y un modelo de gestión que no da la talla. Que en una sola semana el servicio haya sido suspendido tres veces revela que los contratiempos operativos superan la capacidad de respuesta de las autoridades responsables.
En lugar de asumir la dimensión del problema, tanto el Municipio como el consorcio operador han optado por responsabilizar a los usuarios. Según la Alcaldía, los desperfectos son consecuencia del mal uso de las puertas o de las aglomeraciones en horas pico. Una explicación que, más que esclarecer, intenta desviar la atención.
Porque si algo está claro es que los pasajeros no son responsables de los retrasos en la salida de los trenes, ni de las largas filas provocadas por la insuficiencia de personal en taquillas. Tampoco lo son de la aparente falta de planificación en la gestión del flujo de personas. Es el sistema el que está fallando, no sus usuarios.
El metro es la obra pública más ambiciosa y costosa del país en las últimas décadas. Se construyó con fondos de todos los ecuatorianos, no solo de los quiteños. Por eso, lo mínimo que se espera es una administración transparente, que rinda cuentas sobre el mantenimiento del sistema, los contratos firmados y las soluciones técnicas que se están aplicando (o no) para resolver las fallas.