Exclusivo
Opinión
Réquiem por un sueño
En el año 2009 fui parte de los articulistas que estrenaron columna en las páginas de Opinión y Debate de diario El Telégrafo.
Esto fue para mí un orgullo de muchas maneras. Primero, porque escribía con gente de pluma notable y bello cerebro. Muchos de ellos, yo misma, escribía desde los márgenes de la sociedad; y lo hacía en forma crítica, audaz, original. Tocamos temas que nunca antes habían sido mencionados en columnas de opinión de otros medios y que buscaban transformar social y culturalmente a nuestro entorno.
El director nunca me vetó un texto, ni me impuso un tema. Sus únicos requerimientos eran que el tema sea de coyuntura y que el texto estuviera bien escrito. Pero ese director, Rubén Montoya, fue separado del diario un 25 de marzo de 2010, y la nueva administración determinó que ya no se podía cuestionar al Gobierno. Un 1 de abril nos censuraron a un par de nosotros y nos fuimos 23 articulistas y la subdirectora.
Poco a poco ese diario moderno, inclusivo, pluralista y democrático se tornó en el triste panfleto que llegó a ser El Telégrafo. Una herramienta del poder, para mantener el poder y perseguir cualquier señal de disidencia a punta de noticias sesgadas y titulares llenos de mentiras improbables y ridículas.
La bancarrota de los medios públicos no es solo económica, es, sobre todo, moral. Y sucedió desde el momento que el poder confundió comunicación con propaganda.