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Diario Extra Ecuador

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¡Abandonan viejitos a diestra y siniestra!

Son personas en situación de abandono, sus parientes no los rastrean ni denuncian su extravío. Los roles se invierten. Albergues y Policía asumen la búsqueda.

Memoria. Tomasa Plúas no sabe dónde está su familia.

Memoria. Tomasa Plúas no sabe dónde está su familia.Fotos: Cortesía y archivo / EXTRA

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Me llaman Alfonso Parra. Tengo 75 años. Fui trasladado desde Guamaní al albergue San Juan de Dios, en Quito. Tengo los ojos cafés, soy calvo, la piel trigueña... Y busco a mis familiares. ¿Dónde están?, ¿se olvidaron de mí?, ¡vengan, por favor!

Según Desaparecidos Ecuador del Ministerio del Interior, como Alfonso hay otras 677 personas en el país que buscan a sus familiares. La mayoría son adultos mayores enfermos. Sus fotos aparecen en la página una página web (Desaparecidosecuador.gob.ec) pero no hay quién los reclame.

los roles se invierten

No es el familiar el que ahora busca desesperadamente a su padre, hermano, hijo o tío extraviado, como ocurre en gran parte de los casos. Sino la Policía o las mismas trabajadoras sociales de albergues o casas de acogida adonde han ido a parar. Ellos asumen la tarea, sin que les corresponda, de ‘rastrear’ a los parientes de aquellos que han sido hallados vagando y perdidos, en un mundo de luces y colores.

Lo cuenta la trabajadora social del albergue San Juan de Dios, Verónica Jácome.

Fue un martes, 19:00. Un abuelito llegó de la mano de la policía al lugar. “Se veía a leguas que estaba perdido”. Lo recibieron sin conocer su nombre, edad o patología con una condición: que los uniformados lo recogieran al siguiente día. No pasó así. Aquel hombrecito callado y de piel arrugada siguió allí. Entonces, Verónica pidió a un medio de comunicación que difundiera la fotografía del abuelito.

Poco después, las hijas del adulto mayor, comerciantes de San Roque, llegaron al albergue y contaron que su familiar se había perdido.

-¿Qué hicieron para encontrarlo?

-“Nada”.

Ni afiches ni denuncia. Se perdió y punto. “Es muy duro decirlo, pero así piensan: “Con esto ya me libré de una persona”. Una problemática que ha sensibilizado a las autoridades.

Al frente de la Dirección de Prevención, Trata de personas, Tráfico Ilegal de Migrantes y Desaparecidos del Ministerio del Interior, Tomás Guayasamín, explica que surgieron en 2017 por un compromiso con las autoridades, la Fiscalía y sociedad civil para hacer intervenciones propositivas.

Ayudar a los familiares a encontrar a personas que pudieran estar en situación de calle por determinada patología o enfermedad. Sin identidad, sin referentes familiares e inscripciones tardías. Y viceversa. Hicieron censos en 65 casas de acogida y albergues en el país.

Diseñaron un aplicativo móvil para crear un registro de estos casos. Y junto con el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) denominaron a este trabajo: Misión Reencuentro.

“Vamos con cinta métrica, estimamos la altura, el peso, la edad, de dónde fueron trasladados, género, color de ojos...”. Sus fotos y datos aparecen en la página web. “Hemos tenido un impacto positivo, pero no sé si el esperado”, dice Guayasamín. Solamente diez personas que han visto a sus familiares -y que no habían denunciado su desaparición- lograron encontrarlos en esta página o en el Twitter del Ministerio.

Las características de la persona en situación de abandono sirven para un cotejamiento. Por ejemplo, cuando la Policía, cuyo agente tiene asignado un caso de desaparecido, acude a la Dirección con las características de la persona que busca se hace un cruce de datos para saber si existen posibles coincidencias. Hasta ahora solo un caso ha resultado positivo bajo este sistema.

¿Y por qué no llevar a las personas sin identidad al Registro Civil?

“Intentamos hacerlo, tomar sus huellas, el problema es que tenemos dos momentos en el Registro Civil: las cédulas antiguas, que tienen un formato de registro y las nuevas”, aseguró.

“Si hay un reconocimiento dactilar de los puntos (en las cédulas nuevas) dan unas posibles coincidencias. Pero generalmente con estas personas, que pertenecen a la etapa previa (adultos mayores), ya no se puede hacer ese cruce. Y claro, cada vez quedan menos opciones para que puedan ser ubicadas”, afirmó.

No ocurre siempre. En marzo pasado, un adulto mayor llegó al albergue San Juan de Dios. Supuestamente no tenía identidad (N.N.)

Entonces, nuevamente, haciendo un trabajo que no era el suyo, el departamento social ayudó al hombre a que, primero, se recuperara de las pésimas condiciones en las que había llegado. Luego lo llevaron al Registro Civil y ¡Bingo! Sus huellas arrojaron un nombre, cuyos antecedentes apuntaron a un hospital siquiátrico y a un centro gerontológico. Tras hallar los datos de una sobrina del hombre, Verónica lo llevó a ella. Pero allí nadie quiso abrirle la puerta. Llamó a la Policía para que ayudara, le entregaron la cédula y sus pertenencias y lo dejaron ahí. “No lo quisieron coger porque al señor le querían poner una denuncia por violación, cuando era joven tenía problemas de adicción, le robó a su madre... La mayoría tiene historias feas. Los dejan en abandono total”, confirma la trabajadora social. Y asegura que el abandono a adultos mayores se paga con prisión. Pena de uno a tres años, según el Código Orgánico Integral Penal.

Hay casos que quizás nunca serán resueltos. Y conmueven. A una madre se le cayó su hija cuando apenas tenía tres meses de nacida. La llevó al pediatra y este le dijo que la pequeña crecerá con una discapacidad. Han pasado 35 años. La mujer ahora está con un arnés sostenida a una silla. No hubo registro alguno, porque nunca fue inscrita. Y la única que podría reconocerla ahora es su madre.

En Guayaquil, las historias son similares. Existen varios centros de acogida para este tipo de casos. Entre estos, el hogar Corazón de Jesús, el San José, y el asilo Sofía Ratinoff, que está a cargo de la Fundación Clemencia.

Es hora de almuerzo del jueves pasado. En los pasillos del Ratinoff la soledad es un paciente más. En cada espacio, televisores a medio volumen rezan guiones de un programa local para algunos, otros prefieren la radio. Casi nadie habla.

Sentada por allí, una mujer de más de 80 años tiene un momento de lucidez en medio de su demencia “¡No sé de dónde diablos salí!”, reconoce. No tiene dientes y los párpados caídos la hacen ver como dormida. De ella solo se sabe que antes de llegar allí vendía hierbas en el Mercado Central. Dice que se llama Germania Toro, pero eso no ha podido comprobarse.

Tomasa Plúas está en la misma área. Tiene las uñas pintadas de rojo y los dedos con estragos de artrosis, torcidos. Su cabello crespo, blanco total, combina con su bata. Fue rescatada de los portales de las calles Alejo Lascano y Ximena, en el centro, tras vivir diez años en la calle. Asegura haber parido cinco hijos, tres mujeres y dos varones, y que su conviviente, que murió hace años, les regaló sus muchachos a otros.

Fernanda Salazar, administradora del lugar, afirma que de cien adultos mayores que allí residen, 70 no tienen familiares contactados y 20 no han podido ser identificados y caminan a morir como N.N, esto es, cuando fallezcan, su cuerpo será levantado por la Policía y llevado a la morgue, para luego de un par de semanas, en donde se espera que aparezca un familiar, ser inhumados en algún camposanto local, sin ceremonia y en soledad.

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