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La vida en una zanja
los habitantes de Horizontes del Fortín, noroeste porteño, comparten un riachuelo inmundo que solo les da una tregua relativa en verano.

La zanja llega hasta la cima de la colina, donde también han improvisado pasos rudimentarios.
Los sueños de Miguel Vera, de 57 años, huelen a pavimento. A cinco metros de la hamaca donde descansan sus huesos todas las tardes, un ducto cajón revestido de hormigón, con aceras y bordillos, divide las cooperativas Los Paracaidistas y Horizontes del Fortín, unos tres kilómetros al oeste de la vía Perimetral. Si Fermín da unos cuantos pasos, el desnivel, de metro y medio, le permite asomar el rostro al camino gris y firme del que hoy gozan en la cooperativa vecina.
“Esto también es Guayaquil”, reclama Miguel mientras extiende su brazo sobre esa herida abierta de fango y agua negra que es la manzana 2098 de Horizontes del Fortín. Él es el único guayaco –hace 17 años llegó desde el suburbio– en el punto donde nace esta zanja de cuatro metros de ancho y casi dos de profundidad, que serpentea la colina como una arteria maloliente.
Sabe que la cavidad empieza ahí porque recorre la loma cada mañana para repartir a sus vecinos el pan que compra en el kilómetro 27 de la Perimetral, y por las tardes para recoger botellas plásticas que luego vende a las plantas recicladoras. Él ha encontrado la forma de vivir en este hoyo: cultiva árboles de mango, tomate, plátano y maracuyá, cuyos frutos comparte con sus vecinos de la zanja. Así doma también su paciencia.
Doris García, su hija y su nieto se asoman al oír la voz de Miguel. Su cuarto de caña está sostenido por cuatro palos sobre el mismo riachuelo de aguas negras. Para entrar debe caminar sobre un tronco delgadísimo.
Ella limpia una casa en Los Ceibos dos veces por semana desde que llegó de Manabí, hace 12 años. En el terreno contiguo, Ernestina Freire, de 68 y también manabita, creó un espacio para criar pollos justo detrás de la casa de caña en la que reside junto a su hijo.
Primer puente
Los aguaceros, que suelen agrandar el nivel del cauce, se han ido por unos meses de este rincón olvidado de la ciudad. Al menos las tristes memorias del invierno unieron a los vecinos para siempre. Ernestina sabe que Miguel sufre de epilepsia, Miguel ha presenciado los primeros pasos del nieto de Doris y esta última comparte café con todos.
Necesitaban un modo de salir a la calle de tierra, que han bautizado como Benito Félix, una vía corta hecha con relleno de grava, sin despensas, sin rezagos de publicidad electoral ni aceras. Así que Miguel, que a menudo camina hasta la avenida principal, compró cuatro tablas de siete metros y cuatro cañas verdes –las más resistentes según él– y armó un puente. “Cuando llovía teníamos miedo de que la fuerza del agua se lo llevara, pero resistió”, cuenta con satisfacción.
Ahora, el problema de este “río muerto”, como lo llama Ernestina, es que despide un olor nauseabundo y hay enjambres de moscas a su alrededor. Pero gracias a la obra improvisada frente a la puerta de Miguel, tres familias pueden acceder a sus hogares.
Segundo puente
Al otro lado de la Benito Félix, la zanja vuelve a aparecer con su olor a cadáver y su vegetación profusa. Rodea dos caras de la vivienda de Petty García, quien denuncia una acumulación de basura insoportable –gatos y perros muertos, pedazos de caña, inmundicias humanas–. Su puente de tablas no resistió al último invierno. “Solo queda el puente de la 2101”, detalla con angustia, señalando la ruta.
La zanja también corta el paso desde la parte de atrás de la vivienda habitada por la policía Rosa Anchundia, en la manzana 2101, hacia arriba, donde se observan cientos de tejados. Desde su ventana sobre el puente, esta agente oriunda de Balzar ve entrar y salir de la colina a todos los lugareños de Horizontes del Fortín.
En los meses de verano, cuando cientos de niños y niñas de las escuelas del sector vuelven a casa, deben decidir si esperan su turno para pasar por una angosta tabla de tres metros de largo o intentan saltar el canal. En invierno, asegura Rosa, ni siquiera existe esa opción: “Como el agua cubre los puentes, no ven la zanja y se caen”.
Tercer puente
En la cima de la colina, donde residen 72.000 personas según el Municipio, el agua sigue su trayecto sinuoso. Un muchacho afroecuatoriano, que hoy ha faltado al colegio, afirma que tarda media hora en subir hasta su casa y que debe cruzar –gracias a los puentes de madera y caña– dos zanjas más.
Cuatro en total, que en realidad son la misma. Rosa va dándose cuenta de estas coincidencias y cierra la conversación y la ventana con un “nadie sabe dónde empieza y dónde termina, está en todas partes”.
Después de acompañar al muchacho cuesta arriba, que por ‘fugado’ prefiere no dar su nombre, el equipo de EXTRA comprueba que la media hora de trayecto se queda corta. La grava es resbaladiza, pero él ejecuta el ascenso con unos zapatos desgastados, poniendo el peso en las rodillas y sin pensar demasiado.
Llega hasta la manzana 2112 y, justo detrás de él, un vecino cruza en moto el puente. Es el hijo de María Concha, una esmeraldeña que arribó a Guayaquil hace 17 años. También en esta manzana hicieron una colecta para poner un puente que los ayude a entrar y salir del sitio, especialmente en la noche.
Lo armó otro de los hijos de María, motivado por una tragedia que los periódicos reseñaron: “En diciembre pasado se incendió una casa y ni los bomberos podían entrar. Había que hacerlo, al menos para poder salir y no morir quemados”.
Aquí, hace mucho tiempo que aprendieron a sobrevivir.
Flora Rosado, con un niño uniformado de la mano y otro en el vientre, se une a la preocupación de María: “Sabemos que allá abajo –en Paracaidistas– ya está pavimentado, pero no sabemos cuándo nos tocará a nosotros, cuándo cerrarán esta zanja”. Sin perturbarse en exceso, otea el horizonte desde la parte más alta de esta colina sin cloacas, poblada de árboles y tejados roídos por el tiempo, con paredes sin color, con ventanas cargadas de miradas hostiles.
En la parte más baja, Miguel reparte pan y trafica esperanza después de conversar con los contratistas que echaron cemento a los problemas de la cooperativa vecina. Que en estos meses deben hacer los estudios. Que seguramente la zanja que comparten estará cerrada antes del siguiente invierno.
Que lo primero es hacer el ducto cajón, luego el hormigón. Que Interagua y el Cabildo no se han olvidado de ellos. Que aunque la vida sea cuesta arriba y ninguno haya encontrado todo lo que vino a buscar a Guayaquil, siempre se pueden tender puentes.
El Municipio:
“No se puede rellenar por rellenar”
El director municipal de Obras Públicas, Jorge Berrezueta, señala a EXTRA que por ahora no está previsto hacer trabajos en Horizontes del Fortín: “Debido a la inestabilidad del terreno, a que se trata de una pendiente, es muy oneroso pavimentar porque habría que expropiar. No se puede rellenar por rellenar”.
El funcionario agrega que se necesitan estudios de factibilidad y que, además, las zanjas y canales son responsabilidad de la concesionaria Interagua. “En Los Paracaidistas se culminó en abril con las veredas y las vías porque antes se había dejado listo el alcantarillado y el drenaje de aguas lluvias”, apunta.
Por su parte, la gerenta de Comunicación de Interagua, Ilfn Florsheim, reconoce que Horizontes del Fortín requiere un sistema de drenaje pluvial y un revestimiento del canal, pero matiza que aún no hay fecha para el inicio de los trabajos debido, precisamente, a que el proyecto se encuentra en la fase de estudios de factibilidad.