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¡Un infierno cotidiano de música y bullicio!
Extra recorrió los sectores porteños con más quejas por ruidos. Son pocos los que denuncian en una ciudad donde el ECU 911 recibe 96 llamadas diarias por este motivo.

Problema entre vecinos por el ruido.
El dolor de garganta y de cabeza acompaña a ‘Gabriel’ cada día. Y todo por culpa de la música estrepitosa y los gritos de “¡venga, aproveche la promoción!” procedentes de un local anexo, que forman ya parte de su diario vivir.
Este comerciante de la avenida Portete, en el suroeste de Guayaquil, es dueño de un negocio silencioso, adornado tan solo con un puñado de luces. Al lado, en cambio, el bullicio de otro establecimiento le obliga a alzar la voz, para que sus clientes puedan entenderle, y a reunirse con sus proveedores en lugares poco apropiados, como la cocina.
“El ruido es bastante molestoso. No logro escuchar los pedidos de mis clientes y tienen que repetirme una o dos veces las órdenes”. Gabriel asegura haberse adaptado al problema. Quizás por eso, como tantos otros, prefiera no denunciar a sus vecinos y no facilitar su identidad. Teme posibles conflictos posteriores.
En ese sector, según las cifras entregadas a EXTRA por el Comando zonal de la Policía Nacional, el ECU 911 recibió 4.246 llamadas por escándalos entre enero y mayo del presente año. Lidera de este modo el ranking de los barrios con más quejas por ruido en la urbe porteña, donde se contabilizaron 14.506 en total. La media diaria es asombrosa: 96.
A lo largo de la Portete hay numerosos locales de comida, discotecas, karaokes y otros negocios que, en mayor o menor medida, inciden en la tranquilidad del sector.
El distrito 9 de Octubre, zona céntrica de la ciudad, ocupa el segundo lugar con 3.732 llamadas. Allí los escándalos proceden más de celebraciones por fiestas populares o religiosas, de discotecas y del uso de juegos pirotécnicos, según Carlos Maldonado, morador del sector. Para él, en este tipo de actos no se debería usar pirotécnica ni tener el volumen a niveles escandalosos.
El departamento de Maldonado colinda también con la zona rosa del Puerto Principal. Pero, curiosamente, ya se ha adaptado al trajín de las farras. “La música de los bares no se escucha en el condominio, pero sí los ‘pitos’ que generan algunos visitantes en la calle y que no me dejan descansar tranquilo”, critica. Además, afirma que algunos de sus vecinos opta por mudarse o adaptar y alquilar sus departamentos como oficinas.
Los siguientes en el podio
Aunque con una aparente extensión territorial mayor, el sur de Guayaquil registró 1.784 llamas por escándalos a la línea de emergencias.
Al menos una vez al mes, desde hace dos años, las farras merman el descanso y el sueño de los moradores de la ciudadela Luis Morejón. Arianna Medina, que vive desde hace 21 años allí, no logra dormir las horas necesarias muchos fines de semana. El motivo: las fiestas que organiza el hijo de la propietaria de la casa diagonal a la suya, que no terminan hasta las 06:00. Por eso, el año pasado el comité barrial buscó una solución a este problema y empezó a imponer multas de 30 dólares y a llamar a la Policía. “No hemos denunciado por miedo a tener problemas”, apostilla preocupada.
Una situación similar vive Érick Boccanedes en Las Acacias, también al sur. Dentro del vecindario, unos moradores “generosamente” parecen poner la música para todo el barrio. A veces, los vallenatos continúan hasta el amanecer: “Las fiestas se dan dentro de la casa, pero el volumen es tan alto que uno no puede descansar”.
Sin embargo, solo una vez optó por llamar a la Policía Nacional. En aquella ocasión, los farreros alegaron a la autoridad que estaban celebrando una graduación y que era un evento especial. Acto seguido, los uniformados supuestamente salieron “con platos de comida y torta del festejo”. El baile concluyó a las 00:00. “Nunca volvimos a telefonear a la Policía”, añade.
En sectores como el Guasmo norte, los escándalos son ocasionados por “nuevos residentes”. Al menos eso es lo que sostiene María Mero, moradora, que aguanta en silencio sus jaquecas cada fin de semana por culpa de los ruidos.
Pese a generar tan solo 247 llamadas, el norte tampoco se libra de los escándalos. En el barrio La Alegría, situado en el kilómetro 8,5 de la vía a Daule, las fiestas también suelen alterar a los residentes. Denisse Guerrero vivió seis años en el sector. El insomnio y la música no la dejaban concentrarse en sus tareas universitarias los sábados y domingos.
Además, por el desvelo, llegaba tarde a clase o se levantaba de malhumor. “Solo telefoneamos un par de veces a la Policía Nacional, pero los vecinos no hicieron caso”. Nunca interpuso denuncia porque desconoce si alguna institución penaliza estas malas prácticas. Pero ella y su familia se mudaron a otro sector debido también a la bulla que salía en el día desde un asadero de pollos y a la delincuencia.
En otras zonas como Sauces 8 también se producen inconvenientes. ‘Paúl’ prefiere no identificarse y no llamar al Cabildo “para no ser el malo” del lugar. Vive junto a unos nuevos inquilinos que instalaron un negocio informal de comida durante el día y, por la noche, socializan con vecinos escuchando cumbias “hasta el amanecer”. Él, sin embargo, ha optado por contraatacarles con su música favorita, pero el ruido es tal que siempre sale derrotado de la batalla.
Escasas quejas formales
Desde hace tres años, el Municipio de Guayaquil maneja un promedio de 1.180 denuncias al año por mala vecindad. De todas ellas, apenas 350 están relacionadas con escándalos y ruidos. Una cifra que contrasta de lleno con los datos manejados por la Policía Nacional.
Jorge Rodríguez, vocero del Cabildo, considera que una de las posibles causas de tan sorprendente fenómeno puede ser el procedimiento que debe realizarse para asentar la queja de manera formal.
“La persona tiene que llamar al Municipio o a ventanilla, describir la queja y entregar datos de la vivienda que comete la infracción”. Así se inicia el expediente para investigar el caso y la posible sanción.