Exclusivo
Actualidad
¡Crearon su propio cementerio!
El camposanto fue construido a finales de 1960. Los moradores de Llano Grande -Quito- lo hicieron porque no tenían un lugar donde ser sepultados.
Érika Simbaña viste un atuendo tradicional kichwa, característico de su tierra, Llano Grande, sector del norte de Quito. Una blusa blanca con bordados de colores cubre su torso, mientras que sus piernas se abrigan con un anaco (falda) azul.
Con el cabello recogido en una cola, collares en su cuello y alpargatas en sus pies, la secretaria de la comuna recorre el cementerio, ubicado en el costado oriental del sector.
El manejo del camposanto es comunitario y allí se mantienen la mezcla católica-andina en cuanto a veneración de muertos, detalla Simbaña. La primera se evidencia con la colocación de cruces, imágenes de santos e incluso de adornos que apelan a Jesús.
Lo otro, en cambio, tiene más relevancia con la llegada del Día de Difuntos (2 de noviembre de cada año). Simbaña señala que hay pobladores que todavía llegan con los cucayos o alimentos para entregarlos a sus muertitos.
“No solamente se ve en esta fecha, sino también en los velorios. La gente es solidaria y lleva, por ejemplo, un costal de papas para regalar a los que acompañan a la familia”, dice la representante, quien realiza actividades para rescatar el aspecto indígena en la zona.
Daniel Rivera, coordinador nacional de la Red Ecuatoriana de Cultura Funeraria, indica que este espacio es uno de los cinco que existen en la zona norte de Quito con las características de una mezcla de identidad. Todo esto incluyendo a Calderón, parroquia cuyo cementerio también mantiene el denominado sincretismo (religioso e indígena).
“Los ecuatorianos, en general, tenemos un sentido muy católico, reflejado en los ritos y leyendas. Existe una carga simbólica de lo católico en lo andino”, sostiene Rivera, partícipe de un estudio sobre la temática junto al Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP).
Además, no es gratuito que Simbaña luciera aquella vestimenta tradicional. Todo el atuendo es usado para ocasiones especiales, como la visita a los muertos.
Incluso su camisa es un compendio de detalles, como por ejemplo unas pequeñas hojas hechas con hilo verde, las cuales representan a los ancestros, tanto comunales como de cada una de las familias.
Relevancia e historia
Pero la importancia del cementerio va mucho más allá. La construcción del camposanto supuso un quiebre con la cabecera política de ese entonces, que era Calderón. Estamos hablando de finales de los años 60.
Prácticamente, el levantar un conjunto de nichos para los pobladores fue un acto contestatario y revolucionario. Y se dio por algo muy sencillo, pero delicado. Enrique Tasiguano, uno de los pobladores más antiguos de Llano Grande, rememora que se necesitaba enterrar a los evangélicos que se asentaron en la zona.
Dicha religión hizo que los curas de ese entonces no dieran permiso para los sepelios en el camposanto católico de Calderón. “Decidimos hacer una iglesia y se consiguió el permiso a la curia de Quito para la creación del cementerio”, reseña.
Los terrenos fueron adquiridos gracias a donaciones de personajes de la localidad. Además, la división que en ese entonces se daba en el resto del país, tanto de católicos como de evangélicos, no se hizo presente en Llano Grande, debido a la necesidad que tenían.
“Nos unimos por la falta de un espacio para morir en paz”, acota Tasiguano, cuyo padre fue un referente en la cultura musical del poblado.
Su hermano, antes de ser asesinado, fue uno de los gestores para que los pobladores tuvieran sus propias tumbas. Para 1970, la edificación del camposanto fue una realidad y para que sea posible llevar a cabo los sepelios, es casi indispensable que los fallecidos sean de la comunidad o que se tengan nexos prácticamente familiares.
Ahora, el lugar tiene un sinfín de tumbas. Muchas de estas pertenecen a un mismo grupo de personas unidas por su parentesco. Los nichos incluso son una muestra de historia, como los de la banda de Llano Grande. El 11 de septiembre de 1994 los músicos regresaban de un concurso en Nanegalito (noroccidente de Quito). El bus que llevaba a los 52 músicos, al conductor y controlador se fue a un barranco. Todos murieron y el sepelio se realizó en toda la comunidad. “Se hizo una misa campal y los enterraron”, señala. Fue tal la cantidad de fallecidos, que ahora el camposanto prácticamente está lleno solamente con la agrupación musical.