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Diario Extra Ecuador

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Las oscuras fronteras del color

La regeneración de ciertos sectores porteños, como El Cisne II o algunas cooperativas de la Trinitaria, no ha llevado la prosperidad anhelada a quienes residen a pocos metros, en puntos no intervenidos.

En los alrededores del parque lineal de la isla Trinitaria siguen hablando de “inseguridad” y falta de servicios básicos.

En los alrededores del parque lineal de la isla Trinitaria siguen hablando de “inseguridad” y falta de servicios básicos.Freddy Rodríguez / EXTRA

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El Cristo crucificado que el Municipio de Guayaquil inauguró en diciembre pasado en El Cisne II, suroeste de la urbe, luce imponente, vigoroso, como algunas de las casas que desembocan en la plazoleta donde se alza la estatua, como las canchas de fútbol, básquet y béisbol que conectan con el emblemático monumento.

Pero al frente, allá donde la regeneración aún parece una quimera, donde la vida se tiñe de un gris perpetuo, los colores arcoíris de las viviendas aledañas se ennegrecen en la calle Octava y la D. La maleza no solo oculta parte de las riberas de un brazo del estero Salado, sino también la preocupación de quienes residen en el barrio, que se asienta parcialmente sobre las aguas.

Es la triste realidad de quienes habitan en las fronteras de la regeneración, de quienes se quedaron fuera de los planes municipales, al menos por ahora, por unos pocos metros.

En la Octava y la D, los moradores parecen deprimidos. Cada mañana, Virginia Narváez envuelve en papel de periódico sus desechos orgánicos y los de su familia. Si coincide con el día en que pasa el recolector de basura, los deposita en una funda plástica, fuera de su precaria residencia, donde también cuelga la ropa recién lavada. No tiene un patio donde dejar que se sequen las prendas. Pero si no aparece el camión, se ve obligada a avanzar con otros vecinos hasta el brazo de mar que colinda con la plazoleta y a botar allí las heces.

Virginia no es la única que recurre al ‘paquetazo’, como los residentes llaman al proceso de embalar sus despojos. Aún tiene la esperanza de que en algún momento pueda alzar la tapa sellada de su inodoro. Pero hasta entonces, lo observa apenada, continúa sus labores de lavandería con Elizabeth Rodríguez y otras vecinas y se queja de que en la cuadra de la CH ya tienen alcantarillado, aunque sus vecinos aguantaron más de diez años hasta que la regeneración les alegró un poco su día a día.

Y mientras ellas se dedican a las tareas domésticas, sus esposos intentan conseguir el sustento como comerciantes. Aseguran que las oportunidades laborales, desde hace tres o cuatro décadas, no han mejorado en el barrio.

Pero Carolina Hidalgo, de 28 años y residente en la CH desde casi veinte, sostiene que el sistema de alcantarillado no funciona, que la tubería madre está bloqueada y los desechos se les desbordan en casa.

Deporte en el barrio

El parque que limita El Cisne II con el estero forma parte de la zona regenerada. Allí, Carlos Quinteros imparte, desde hace tres años, sesiones de cardio a veinte mujeres, que no sobrepasan los 40 años de edad. En el área, atractiva a primera vista, faltan cinco tramos de césped sintético que, según los moradores, han sido robados.

El preparador físico, de 56 años, atribuye lo ocurrido a los drogadictos del sector, que suelen ocultarse entre la maleza y salen a delinquir “cuando calculan que las patrullas policiales no pasarán” por lo que consideran “su territorio”. Hoy, un par de agentes metropolitanos transita por la plazoleta, en la que se centra su labor de vigilancia.

A menos de diez metros del parque y detrás de las canchas, cercadas por vallas oxidadas, algunos deportistas trotan alrededor de cuarenta postes de alumbrado eléctrico, donde se apilan restos de madera y fundas de basura, cuyo hedor se fusiona la pestilencia del estero.

Anthony Medina está acostumbrado a esas fragancias porque recolecta residuos y los lleva con cuatro personas más en una lancha hasta un basurero. Esa fue la única oferta laboral que pudo conseguir.

Todos los vecinos consultados por EXTRA aseveran que la escasez de empleo no ha cambiado en las últimas décadas, que el centro de salud solo da trabajo “a un limitado número de personas”. Por eso la mayoría son comerciantes formales e informales. Algunos de estos últimos se reúnen frente a la complejo, entre las calles CH y D, para expender encebollados, a 1,50 el plato, y jugos a 50 centavos. Y los más afortunados, como John Solórzano, se desempeñan como tricimoteros. En un día bueno, ‘camellando’ unas quince horas, puede ganar “cerca de 30 dólares”.

La Trinitaria

En las cooperativas Independencia I y II de la isla Trinitaria, en el sur porteño, la situación no es mucho más alentadora. Los parques regenerados, que aportan cierto color y vida al sector, no logran enmascarar “la inseguridad y la falta de alcantarillado” que padecen los residentes.

Gloria Jiménez, moradora del lugar, no se sorprende de “la inseguridad” en su cuadra, enclavada junto a un pequeño parque donde a menudo actúan “los arranchadores”. En su calle, los habitantes decidieron recurrir a un pozo séptico.

Elizabeth, una afroecuatoriana que prefiere no revelar su apellido por miedo a las represalias, se detiene en su moto al lado del vetusto hogar de Gloria para señalar que la delincuencia sigue siendo “común” en el sector. Ambas apostillan que los malhechores roban cadenas y otros objetos para conseguir drogas o, simplemente, por “la falta de empleo”.

De hecho, los estragos de los pillos se pueden observar en vivo. Una tricimoto bloquea el paso de los carros que circulan detrás. Entonces, un ‘pasajero’ se baja y corre con una cadena entre las manos, mientras otro le pregunta si es “de oro, plata o bambalina”.

El afectado por el robo es el conductor, aparentemente conocido del malhechor. La víctima opta por apearse y tomar una piedra. Pero en el último instante, declina lanzársela y prefiere perseguirlo a bordo del vehículo.

Los delitos bajan, según la Policía Nacional

La UPC más cercana a El Cisne II queda en las calles 17 y Pancho Segura. Y está integrada en uno de los circuitos de la UVC (Unidad de Vigilancia Comunitaria) del suroeste. Según el mayor John Cárdenas y el cabo Víctor Vera, quienes laboran en el departamento de operaciones de esta última, la delincuencia en El Cisne II bajó un 42 % en el primer semestre con relación al mismo período de 2016.

Los delitos ocurren con mayor asiduidad entre las seis y siete de la mañana, cuando muchos se dirigen al trabajo o a clase; las dos y tres de la tarde, hora del almuerzo; y de las seis a las siete de la noche, cuando los moradores regresan a casa.

Para la vigilancia, cuentan con un oficial y 16 policías, quienes se alternan durante las 24 horas del día, los siete días de la semana. Circulan en dos patrullas y tres motos.

En la misma línea, el teniente coronel Walter Gómez, de la UVC Los Esteros, que tiene a la Trinitaria como uno de los subcircuitos que forman parte de su jurisdicción, sostiene que el índice de inseguridad disminuyó un 25,17 % durante el primer semestre de 2017.

El oficial apunta que entre enero y junio de 2016 se denunciaron 139 incidentes, mientras que este año se dieron 104. De estos últimos, 70 fueron robos a personas, que se produjeron especialmente en las mismas franjas horarias que en El Cisne II.

Entre el 15 y el 17 de julio pasados, EXTRA solicitó entrevistar a responsables de Emapag-EP, Interagua y de Fundación Siglo XXI para recabar su versión al respecto. Pero al cierre de esta edición, sus peticiones no habían sido atendidas.

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