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Abortar: ¿Sí o no?
La ley sanciona con prisión de seis meses a dos años a la mujer que se lo practique. Alicia fue obligada a deshacerse de un embarazo de 16 semanas y corrió el riesgo de que la denunciaran. La iglesia Católica defiende la protección de las dos vidas.

El aborto por autoadministración informal de medicamentos al que las mujeres tienen que recurrir en secreto no cumple las normas de la OMS.
Se sentó en el comedor de su casa, prendió una vela y respiró profundamente. Alicia (nombre protegido) tenía 17 años, un futuro brillante y una relación estable con un hombre que en ese momento era bueno. Una relación bien vista por sus padres. Ambos estaban dispuestos a luchar.
Sin embargo, la noticia del embarazo sorprendió. Los papás de ella nunca tuvieron una charla clara con ella sobre las relaciones sexuales y tampoco pensaron que le pasaría algo así.
La única solución que se les presentó fue la del matrimonio. Algo que Alicia definitivamente no quería, pues aún tenía por delante una carrera universitaria. Su padre fue a ver a la familia del novio, la cual propuso que se practicara un aborto en una clínica de Píllaro, provincia de Tungurahua.
Al llegar a casa, Alicia recibió un golpe tras otro de su progenitor y el cuestionamiento de porqué se había embarazado. Por ser médico buscó consumar la interrupción del embarazo de 16 semanas.
La joven quería ser madre, estaba enamorada y se sentía capaz de salir adelante. Incluso pensó fugarse con su novio. Un día se subió al auto de su padre para conversar pero al rato llegaron a una clínica.
Cuestionó esa visita y el hombre solo ordenó que el pequeño no iba a nacer y acto seguido le rompería la cara al muchacho. Llamó a sus abuelos con la esperanza de que la salvaran, pero nada funcionó. Incluso cuando el mismo médico increpó a su padre porque ella no estaba segura de abortar.
A pesar de la anestesia, Alicia podía sentir todo lo que le hacían en su vientre. Lloró y golpeó a su padre repetidas veces, le gritó que era un asesino, pues ya se había hecho varias ecografías y escuchó el latido de su corazón.
Días después viajó a la capital, en medio de pastillas antidepresivas, dolor y sangrado incesante. Acudió entonces a una casa de salud pues debido a las condiciones poco óptimas del procedimiento presentó una infección.
Las enfermeras solo preguntaban qué hacer con ella. Le dieron una pastilla. Alicia se sintió señalada, sobre todo, cuando le dijeron que levantarían un informe, quizá para denunciarla. Ella se fue bajo su propia responsabilidad.
El cuerpo se fue recuperando, pero luego tuvo prácticamente que huir de su ciudad. La familia de su novio se había encargado de hacerla quedar mal. Incluso sus más allegados llegaron a juzgarla, a pesar de que no había sido su decisión.
El aprendizaje
Han pasado 17 años, Alicia es abogada y madre de dos hijos. Llega del trabajo y empieza con las labores del hogar. Sus pequeños saltan, juegan y la abrazan constantemente, ella los mira con ternura, pero con un dejo de tristeza.
“Siempre va a estar en mi vida”, dice con la voz entrecortada. No siente alivio por lo que pasó y tampoco cree que su niño muerto está mejor ahora. Con el paso de los años entendió que puede decidir sobre su cuerpo, que ella podía elegir o no su maternidad.
Ya con los estudios avanzados estuvo en medio de otra encrucijada, otro embarazo. Pero la tenía clara, era una relación casual y no quería interrumpir todo lo que estaba encaminado. Con más información sobre el asunto decidió tomar unas pastillas, a las pocas semanas de gestación. Sin procesos traumáticos, ni golpes, ni acusaciones.
Ella defiende la idea de que las mujeres pueden elegir o no la maternidad y eso lo encamina a la educación de su hija adolescente. “Yo no le voy a orientar para que tenga o no relaciones sexuales”, dijo.
Lo que menos quiere es que su pequeña tenga una experiencia como la suya. Le enseña a que “sepa distinguir a las personas buenas de las abusivas”. “Se pueden burlar de lo que sientes y luego desaparecen”, aseguró.
La educación
Está a favor de la despenalización y legalización del aborto. Cree que sería un tema de salud pública. Considera que criminalizar a una mujer por decidir no ser mamá en ese momento era una exageración. “No es responsabilidad solo de la mujer sino también del entorno”.
Con ello, dijo, no invita a las mujeres a abortar sino a una educación integral con la que se enseñe a las niñas como protegerse y, a los hombres, como actuar cuando inician su vida sexual.
“No solo es usar protección, sino de tener una relación afectiva y profunda para, incluso, afrontar las consecuencias de que un método anticonceptivo falle”, sostiene.
En este sentido, cuestiona la educación que se mantiene en cuanto al papel femenino. “Es la obligatoriedad de que si eres mujer debes ser mamá. Hay lugares en los que casarse y tener hijos a los 13 años es normal”, afirmó.
Atención oportuna
En un memorando con fecha de 4 de agosto de 2017, Verónica Espinosa, Ministra de Salud, recordó la obligación de los establecimientos de salud de atender, de manera oportuna, a las mujeres que lleguen con procesos de aborto en curso o con consecuencias de aborto ya realizados para salvaguardar su derecho a la vida, sin que esto implique la legalización de los casos de aborto sancionados en el Código Orgánico Integral Penal.
Según el comunicado del Ministerio, la atención de salud es un derecho para todos, infractores y no infractores. Además, menciona que en la atención de estos casos, como en otros, debe respetarse el secreto profesional, que es una obligación reconocida en la Constitución y en el mencionado Código .
Es decir que restringir la atención médica postaborto por el temor a represalias o sanciones penales puede causar que algunas mujeres tengan graves complicaciones o mueran.
Defensa de la vida
Monseñor Fausto Trávez, por su parte, expresa que “los principios de la vida no son negociables”. Para el clérigo no se trata de una postura de la iglesia Católica por sí sola, sino que se apega a la ‘palabra de Dios’ y a la Carta Magna ecuatoriana, donde se defiende la vida desde el vientre de la madre.
Trávez apela a la prevención de embarazos no deseados. “Trabajé con grupos de jóvenes y no les hablaba de miedos, sino de la dignidad humana”, sostiene. En este sentido, afirma que la obligación de las personas es de cuidar su propia vida.
Dentro del dogma religioso y a decir del sacerdote, el placer sexual es legítimo dentro del matrimonio. “La vida humana que se gesta en una mujer es sagrada”, comentó. Alude a que las secuelas del aborto son muy grandes, tanto físicas como sicológicas.
“No es posible prevenir un embarazo al cien por ciento”
Según Virginia Gómez de la Torre, presidenta de la Fundación Desafío, la violencia sexual que se vive en Ecuador es muy alta y esto deriva en los casos urgentes de despenalización y legalización del aborto, como los embarazos con fetos no viables y víctimas de violación.
Asegura, además, que es imposible prevenir un embarazo al 100 %, puesto que los métodos anticonceptivos no son infalibles. “Los violadores no usan métodos anticonceptivos y una mujer no puede controlar la violencia sexual”, dice. Sobre todo porque estas situaciones se producen en los entornos más cercanos de las víctimas.
Según la activista, la criminalización no disminuye los abortos y la despenalización no obliga a las mujeres a abortar, sino que les da un acompañamiento médico y psicológico para que decidan sobre su cuerpo. “Estamos en contra de que se denuncien a las mujeres, ningún servicio de salud puede diagnosticar que una mujer se ha autoinducido un aborto”, asevera.
Esta disposición violaría los derechos de las mujeres, ya que tienen el derecho de resguardar la confidencialidad y conservar el secreto profesional.