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No puede someterse a la tortura de ver su cuerpo
Allegados de los periodistas asesinados por Guacho alzan la voz en memoria de sus familiares y exigen respuestas.
Se habían enamorado de un departamento en Tumbaco. Juntos convertirían aquel sitio en su hogar, pero el pasado lunes 26 de marzo se derrumbaron sus planes de amor. Ha pasado un mes desde que Yadira Aguagallo vio a su novio, Paúl Rivas, alejarse montado en una camioneta. El fotógrafo de diario El Comercio fue llamado para una cobertura en la frontera con Colombia, y “aunque no estaba en el turno de viajes” se presentó a trabajar con sus compañeros Javier Ortega y Efraín Segarra.
Esa mañana, un mensaje de Rivas despertó a su amada. “Estaba saliendo del hotel, le pedí que se cuidara. ‘Tú también cuídate, te amo’, me dijo”, lamenta la joven con el corazoncito hecho trizas. Prefiere sentir enojo porque él aceptó el viaje, antes que invadirse del dolor que le dejó su asesinato. “No he visto la foto (del cadáver). No podría someterme a esa tortura”, enfatiza.
Llevaban cuatro años juntos y la última vez que compartieron una cita fue el sábado 24 de marzo. Ambos asistieron a dos partidos de fútbol y en la tarde se juntaron a la mesa frente a un plato de fanesca en la casa de una tía de Paúl. Hoy, las mañanas son una pesadilla. Esos escasos minutos en que tarda en recordar que Paúl no volverá la hunden en una intensa angustia. “Aún lo busco a mi lado en la cama”, cuenta Yadira.
La fuerza que ahora la mantiene en pie es sorpresiva para ella. Pero la lucha “por la verdad y la justicia” es más grande que toda la tristeza que le generan las cositas que dejó Caramelito, como sus colegas llamaban a Paúl, vale la pena secarse las lágrimas para seguir en la pelea.
El calvario de Yadira empezó el 27 de marzo, cuando el ministro del Interior de ese momento, César Navas, confirmó el secuestro de Rivas, junto con sus dos compañeros. Aquel acto criminal fue perpetrado por el disidente de las FARC, Walter Arizala, alias Guacho. Días después, un vídeo de los tres encadenados flaqueó las energías de la joven, pero le confirmó que su novio seguía con vida.
“Estoy recibiendo terapia por mi cuenta para asimilar lo que sucedió”, explica. Ahora su lucha se centra en la repatriación del cuerpo de Paúl para cerrar el círculo de dolor. “Su mamá tiene la firme esperanza de que él está vivo y que va a regresar”, dice.
Un abrazo final
Un abrazo vive en la memoria de Galo Ortega, padre de Javier. “Estaba un poco apurado el día antes del viaje, pero al menos le pude estrechar entre mis brazos”, rememora.
Del día en que se enteró que su muchacho estaba secuestrado no existen muchos detalles. Apenas aquel vacío que dejó el periodista al cruzar el umbral del hogar paterno.
Días después del anuncio, las autoridades ecuatorianas revelaron que estaban analizando los escenarios. “No había un plan B. Solo nos dijeron que debíamos autorizar para que realicen una incursión, pero peligraba la vida de los tres y que teníamos que tomar una decisión... nunca llegó ese momento”, precisa.
En su casa gobierna el silencio, su esposa y madre de Javier está devastada. “Ya se imaginará, nos ha acabado”. Esa misma melancolía se apodera de Patricio Segarra, hijo de Efraín, el conductor de la camioneta. “Solo queremos darles una digna sepultura. Es todo lo que pedimos”, refiere el joven con la foto de su papito entre las manos.