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Verónica Briones (izq.), pareja sentimental de Fito está presa. El criminal sigue casado con su esposa (con él en el centro), Inda Peñarrieta. Leidi Restrepo, pareja de Junior Roldan.ARCHIVO

La doble vida de las mujeres en el narcotráfico ecuatoriano: poder y riesgo

Algunas mujeres actúan como nexo financiero o logístico; otras terminan presas o silenciadas. Esto revelan expertos 

Lujo, poder, respeto y tragedia. Esos cuatro elementos parecen entrelazarse en las historias de mujeres que, en los últimos años, han ganado visibilidad dentro del crimen organizado en Ecuador.

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Ya no solo aparecerían como acompañantes o víctimas colaterales: algunas serían operadoras claves, líderes financieras e incluso cabecillas. Pero su participación, muchas veces marcada por entornos violentos, pobreza, exclusión o aspiraciones personales, las sitúa en una delgada línea entre el ascenso y la muerte. 

Casos recientes en Manabí reabren preguntas urgentes: ¿por qué se vinculan a esta vida?, ¿cómo ascienden?, ¿cuáles son sus roles más comunes? y ¿por qué algunas se vuelven figuras de poder y otras, carne de cañón?

Durante décadas, el mundo del crimen organizado fue narrado desde lo masculino. Las grandes organizaciones se definieron a través de sus jefes hombres, sus sicarios, sus estructuras de poder. Pero la expansión del narcotráfico y la sofisticación de sus redes han traído consigo un fenómeno más visible: la participación creciente de mujeres, no solo como parejas de los capos, sino como engranajes funcionales, estratégicos e incluso directivos del sistema delictivo.

Mujeres tendrían roles subalternos en el crimen organizado

Según Carla Álvarez, docente e investigadora de la Escuela de Seguridad y Defensa del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), esta visibilidad creciente no es sinónimo de equidad criminal.

“Generalmente, las mujeres tienen roles subalternos (...), eso es parte del machismo, el patriarcado (...). Son mulas, cuidadoras, transportistas, redes de apoyo logístico, son captadoras. Por ejemplo, en los crímenes relacionados con el tráfico sexual, la trata de personas, muchas veces las mujeres son el enganche, son esa figura que seduce para incorporar a mujeres, personas, niños, niñas, dentro de las redes criminales”, señala.

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Sin embargo, los casos de mujeres con peso real en estas organizaciones sí existen. Y suelen ser excepcionales. Álvarez habla de un “techo de cristal del crimen”: hay barreras invisibles que impiden a muchas mujeres ascender, pero también hay factores (estructurales o estratégicos) que permiten que algunas se conviertan en figuras decisivas.

Participación femenina en el crimen organizado en Ecuador

Entre los casos recientes está Samara Rivera, viuda de Jorge Luis Zambrano González, alias Rasquiña, señalada por ser la conexión de su esposo con el exterior mientras él dirigía Los Choneros desde prisión. O Verónica Briones, pareja sentimental de José Adolfo Macías Villamar, alias Fito (con quien tiene una hija), investigada por presunto lavado de activos.

También Leidi Restrepo, expareja de Junior Roldán, quien incluso era parte de las entregas benéficas navideñas de Los Choneros. O Ana María Pico, hermana de Colón Pico, recientemente señalada por la Fiscalía como cabecilla de una red narco en Quito.

A juicio de Renato Rivera, coordinador de la Iniciativa Global Contra el Crimen Organizado (Gitoc), hay un patrón específico en el tipo de crimen que muchas mujeres ejecutan. “Tienen una participación importante especialmente en las finanzas criminales. En delitos como lavado de activos, la participación femenina sube a casi el 40 %, mucho más que en otros delitos graves”, explica. Es decir, algunas mujeres no solo aparecerían como acompañantes de criminales, sino como posibles piezas claves para legalizar el dinero sucio.

Leidi Restrepo, pareja de Junior Roldán, está en proceso de extradición.Archivo

¿Manabí, el epicentro?

Manabí ha sido el epicentro de varios de estos casos. En julio de 2025, Génesis Mendoza fue asesinada junto con Leo Briones, presunto líder criminal vinculado a Los Lobos. Ella, empresaria manabita, había alcanzado notoriedad por su imagen pública y su vínculo con Briones.

Días antes, otra mujer, exreina de belleza de Pedernales, también fue ejecutada en circunstancias similares. Ambas compartían un entorno común: provenían de barrios populares, habían tenido cierta educación y mantenían relaciones cercanas con líderes criminales.

Manabí también es, según el Observatorio Ecuatoriano de Crimen Organizado (OECO), una de las provincias donde más niñas y adolescentes reconocen ser parte o tener familiares en bandas criminales.

Un estudio de junio de 2025 revela que el 8,1 % de los niños, niñas y adolescentes (NNA) encuestados admitieron haber sido parte de una banda. Esmeraldas y Babahoyo muestran las tasas más altas, pero Manabí no está lejos, con un elevado porcentaje de adolescentes que dicen tener conocidos en bandas o estar al tanto de su presencia en su barrio.

¿Por qué las féminas se vinculan?

Las razones son múltiples. Algunas vienen de familias con tradición criminal. Otras crecieron en entornos donde las bandas son la única red de apoyo o de poder visible. Algunas lo hacen por supervivencia, otras por ambición, otras por amor o presión.

De acuerdo con el informe del OECO, los principales motivos para unirse a un grupo criminal son adquirir importancia o respeto (22,7 %), necesidad de salir de casa (11 %), ayudar económicamente en el hogar (9,4 %) y, en menor medida, la coacción directa.

La estética narco también influye. Según el análisis de Carla Álvarez y el informe del OECO, algunas adolescentes se sienten atraídas por la imagen proyectada en redes sociales y en su entorno: mujeres asociadas al crimen que exhiben lujos, belleza y estatus. Sin embargo, detrás de esa apariencia también hay realidades marcadas por control, subordinación y violencia.

Las entrevistas en el estudio son crudas. Un adolescente cuenta cómo por 30 o 40 dólares puede matar a alguien. Otro habla de cómo algunos compañeros han descuartizado cuerpos por órdenes de “los duros”. “Una vida vale mucho”, dice otro. Quinientos dólares, añade en su relato.

¿Liderazgo o fachada?

Aunque hay mujeres con poder real dentro de las estructuras, muchas son utilizadas como pantalla. Carla Álvarez sostiene que muchas siguen siendo instrumentalizadas. Considera que pueden ser ganchos para atraer jóvenes, figuras visibles para encubrir a otros y para mover dinero, pues pocas tendrían un control real.

Por otro lado, Renato Rivera destaca que algunas sí toman decisiones, como en el caso de Samara Rivera. “Ella fue mucho más que un testaferro. Fue el nexo de Rasquiña con el exterior. Las conexiones pasaban por ella”.

Casos como el de Ana María Pico, señalada como cabecilla de una célula de Los Lobos, demuestran que algunas mujeres pueden ocupar lugares que antes parecían exclusivos de los hombres. Sin embargo, aún son excepciones. En la mayoría de los casos, las mujeres son usadas por las estructuras, quedando expuestas al riesgo máximo: cárcel o muerte.

Atracción hacia una vida criminal

El informe del OECO revela que algunos adolescentes ven a los integrantes de bandas criminales como figuras admirables. “Son famosos de lo malo”, dice una joven de Guayaquil. Añade que los ha visto con motos lujosas y que “son ‘cool’ con quienes son de su banda”.

El estudio expone que este tipo de percepciones muestra cómo la narcoestética y el estatus asociado al crimen influyen en la visión de ciertos jóvenes.

Según el mismo documento, el 22,7 % de los adolescentes que se han unido a una banda lo hicieron para sentirse importantes o respetados. Esta motivación supera incluso a factores económicos. La exposición constante a referentes vinculados al crimen, ya sea en redes sociales o en los barrios, alimenta este fenómeno.

Carla Álvarez explica que muchas mujeres crecen en entornos donde el crimen es parte de lo cotidiano. Señala que aunque algunas buscan poder, la mayoría ocupa roles subordinados dentro de estas estructuras y son utilizadas como ‘pantalla’, cuidadoras o enlaces logísticos. 

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