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Diario Extra Ecuador

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Imprimiendo su incierto futuro

Las nuevas tecnologías han disparado la oferta de empresas gráficas en el barrio América de Quito, pero también han acabado con antiguos negocios.

Hugo Dávila aún conserva la primera tipográfica con la que empezó su negocio.

Hugo Dávila aún conserva la primera tipográfica con la que empezó su negocio.Ángelo Chamba / EXTRA

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Bajo una pila de escombros y otros materiales desechados, arrumado contra la pared del patio exterior del inmenso taller gráfico que ahora es Arcoíris Producción Gráfica, Efraín Salazar todavía conserva la cámara fotomecánica con la que empezó su negocio. Una vieja máquina, casi tan larga como un automóvil pequeño y antes indispensable en los procesos de preprensa.

El propietario tiene ganas de recordar los viejos tiempos. “Durante una época, el fotomecánico era el mejor tratado en el sector. Era un proceso intelectual, había que crear y recrear”, explica a EXTRA. Pero este oficio ha fallecido.

Desde la década de los 70, el barrio América de Quito se pobló de imprentas, aunque el auge del sector se dio hace veinte años. Tal es su importancia que los dueños han propuesto que el barrio se denomine Ciudadela Gráfica.

La mayoría de los profesionales del lugar indican que uno de los primeros en establecerse fue Hugo Dávila, propietario de Gráficas Dávila, ubicada en la calle Río de Janeiro. Aún hoy, a sus 82 años, acude religiosamente a la imprenta, acompañado por varios empleados y su nieta, Carolina. Si bien ya no trabaja a horario completo, disfruta al manejar su tipográfica Heidelberg de 1972. Ahora la usa únicamente para troquelar, pero antes era capaz de confeccionar con ella revistas, libros... Los tipos se extinguieron del barrio hace mucho tiempo y, ahora, esas pequeñas piezas metálicas parecen interesar tan solo a los coleccionistas.

Dávila rememora que la zona era tranquila cuando llegó, que todo el mundo se conocía. Él había trabajado en el barrio San Juan, pero como el negocio iba bien, consiguió unas instalaciones más amplias en el barrio América. La empresa siguió creciendo: “Tuve como doce colaboradores. Había tres cajitas y dos distribuidores. Los cajitas o cajillas eran los que armaban las planchas”.

Los impresores del barrio América no pudieron dar rienda suelta a los romanticismos. Quienes no se actualizaron a tiempo y no quisieron invertir en nuevas tecnologías fueron cayendo. “Hay un caso, el de un señor llamado Luis, que a la final se quedó en la indigencia porque no dio el salto. Yo, por el contrario, opté por hacerlo”, destaca Salazar.

Hoy, él es el presidente de la Asociación de Gráficos y Afines de la América (Asogram), que reúne a 282 asociados. Desde antes de salir del colegio, supo que las imprentas eran lo suyo. Por eso dedicó su monografía escolar al mundo gráfico y a los nuevos métodos de impresión (aún conserva el trabajo). Como no era un centro educativo especializado en el ramo, su propio profesor no entendió del todo de qué trataba su estudio...

Sin formación

Una gran parte de los profesionales del sector no cursó estudios específicos, sino que aprendió el oficio a la brava, curioseando primero, maniobrando después las máquinas con ayuda de otras personas. “La mayoría de los países de alrededor tiene escuelas de capacitación gráfica. Y en ciertas partes existen incluso universidades. A mí me ha costado capacitarme para saber. Y aún no lo sé todo, a pesar de que llevo 45 años”, indica Mario Ron, propietario de RG Grafistas y radicado en el barrio América desde el año 2000, aunque lleva prácticamente toda su vida vinculado a la profesión. En Quito, es el Servicio Ecuatoriano de Capacitación (Secap) el único que ofrece cursos de corta duración sobre estas materias.

Al volverse más accesible, la tecnología facilitó que cientos de personas arribaran al barrio América. Habían visto una oportunidad para prosperar. Algunos empresarios sostienen que ya hay 700 establecimientos relacionados con las artes gráficas (incluyendo las imprentas). Otros, por el contrario, estiman que existen más de mil: desde los más pequeños, como los que manejan una guillotina, hasta imprentas semi-industriales que ocupan galpones enteros.

Los problemas

Esa masificación ha generado algunos problemas, puesto que la oferta es ahora muy alta y la demanda ha bajado, según varias de las personas consultadas. Además, los intentos de alcanzar un consenso respecto a las tarifas han sido inútiles y hay quienes hablan también de una presunta competencia desleal.

Los más veteranos tienen una relación ambigua con la tecnología. Si bien les permite desarrollar más rápido sus tareas, también les ha arrebatado clientes: “El mundo digital sí nos ha quitado un poco el trabajo. Ahora es posible diseñar en cualquier computadora una hoja timbrada y ya sale con el logo del banco, por ejemplo. Eso ha mermado un poco a algunas imprentas”, precisa Dávila, quien no obstante se ha mantenido a flote. Hace un año, por ejemplo, consiguió la licencia “de Walt Disney” para imprimir diversos objetos como afiches, rompecabezas... Y hoy, su nieta se encarga del diseño gráfico con una computadora de última tecnología.

Otros como Luis Pastuña, propietario de Termipasta Terminados Gráficos, no comparten del todo este análisis. Él acudió al barrio América hace nueve años porque allí “está todo”: “Hay mucha competencia, pero a la gente le gusta la calidad. Llevo 25 en esto, y la gente ya conoce mi labor. No me falta trabajo”.

En un cajón, oculto bajo una repisa, Eduardo Telenchay conserva unas pequeñas piezas metálicas, con relieves de letras diminutas. Son los tipos que usaba hace décadas, hoy tan raros de observar. Él es otro de los profesionales que ha visto el desarrollo de la industria gráfica en el barrio América desde sus comienzos.

Se inició en el mundillo a los trece años, ya que se vio obligado a trabajar desde muy joven por motivos familiares. Su jefe de entonces, Marcelo Pérez Albán, decidió abrirle las puertas en 1977 para que aprendiera el oficio en una de las primeras empresas del sector. “Fue como un padre para mí”, ensalza Telenchay, que laboró a su lado durante dos décadas. Pérez le permitió graduarse en el colegio y le prestaba los libros del mexicano ‘Rius’ (Eduardo del Río), que rezumaban marxismo en cada página. Juntos imprimían sus ejemplares. Era un acto subversivo para la época: “A mi jefe siempre le gustó el socialismo, incluso viajó algunas veces a Cuba. De allá trajo estos libros”. Así se contagió de las ideas revolucionarias, que después transmitió a sus hijos.

Consecuencias

La “invasión” espantó a algunos vecinos

El gran cambio experimentado por el barrio América, como consecuencia del auge de las imprentas, no satisface a todos. Carlos, que prefiere no revelar su apellido, trabaja en la zona desde hace 45 años. Según él, la irrupción de estas empresas encareció los alquileres de los locales: “Toda casa que tenía probabilidades de albergar una imprenta lo hacía”. Eso afectó a otros negocios, que no podían afrontar los nuevos arriendos más altos.

Los críticos afirman que el bum de las compañías gráficas también provocó una “llegada masiva de trabajadores”, lo que alteró “el clima residencial del barrio”, y supuestamente generó “más ruido y contaminación”. Por eso algunos decidieron marcharse o se están planteando hacerlo. Ese es el caso de Guadalupe Hermida, que ya no se siente “tranquila”.

Sin embargo, Edin Cueva, que reside en el sector desde hace cuatro décadas y posee una empresa de muebles, tiene una mirada menos pesimista: “Ellos dinamizaron la economía del barrio y se convirtieron en nuestros clientes. Son conocidos, amigos, que han dado trabajo a mucha gente”.

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