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Diario Extra Ecuador

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“Es una advertencia a la comunidad”

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Gorka Moreno, Guayaquil

Rumian sus respuestas para no usar palabras prohibidas. Viven ‘paniqueados’, pero más aún desde el reciente asesinato de un niño de 8 años, cuyo cadáver fue encontrado el pasado miércoles maniatado, con dos disparos en la espalda y la cabeza cubierta por un pedazo de sábana en el ‘Canal de la Muerte’.

Su miedo se puede mascar, como el polvo que se levanta al paso de los carros en las escarpadas pendientes de la cooperativa de Monte Sinaí donde mataron al pequeño, regada por restos de basura y botaderos improvisados. Todos parecen tener muy claro el supuesto mensaje que subyace tras el crimen. “Es una advertencia a la comunidad para recordar quiénes mandan. Por eso lo botaron en el canal y no en un lugar perdido”, comenta un confidente a EXTRA.

Los vecinos hablan de unas veinte bandas de traficantes en la región noroeste de Guayaquil, aunque en su zona “hay dos” especialmente “peligrosas”. Pero la mayoría lo hace en genérico, sin especificar sus nombres y, menos todavía, los de quienes lideran a las organizaciones. “Cuentan con cientos de reclutas acá y miles en toda la ciudad. Esta es zona de ‘H’”, añade el informador.
“Debemos tener mucho cuidado porque pueden tomar represalias contra nosotros o nuestras familias. Pero ignoramos si los asesinos del niño eran miembros de alguno de estos grupos”, apostilla otro morador.

Aunque la pobreza parece azotar a casi todos por igual, el crimen organizado sí entiende de clases en el noroeste del Puerto Principal. Por un lado están los delincuentes comunes, los que actúan a ojos de todo el mundo, movidos a menudo por la miseria y la ‘mona’.

En la calle principal de la cooperativa, a eso de las cinco de la madrugada, presuntamente suelen apostarse pillos “con cuchillos y machetes”, que se silban unos a otros cuando algún carro o moto se aproxima. “Agarran todo lo que tienen los conductores. Y asaltan a cualquiera”, indica un lugareño que reside a pocos metros del punto donde, según él, suelen ubicarse los malhechores.
Cuando la oscuridad despierta a las criaturas más fieras, los moradores del callejón donde vivía el pequeño ordenan a sus hijos que se retiren al hogar y cierran sus endebles puertas de caña, como si una cadena oxidada pudiera frenar a quienes controlan los barrios más deprimidos del Puerto Principal. Entonces, como zombis ‘sicosiados’, irrumpen numerosos adictos a la ‘H’, que suben a la parte más alta del cerro en busca de su dosis.

El pasado jueves, ‘José’, ‘Wilson’ y ‘Joel’ (nombres ficticios) levantaban una ‘ramadita’ junto a la vivienda del chiquillo, que pretendían cubrir con cortinas para albergar el velorio. Mientras apuntalaban los pilares y cortaban la caña guadua, explicaban que los consumidores suelen detenerse en las viviendas vacías para robar sin resistencia. Y, en ocasiones, incluso tratan de llevarse las prendas de vestir que los residentes secan en el exterior de sus hogares. “El otro día, a una señora casi le quitan unos zapatos”, señala ‘Wilson’.
Ante la supuesta “escasez” de policías, ellos mismos se las ingenian para ahuyentar a los ‘choros’. Su sistema es simple: si alguien detecta a un ladrón, rompe a gritar para que todo el vecindario se ponga alerta. Los residentes se agolpan en la vereda y, a base de alaridos, se afanan por espantarlos como si fueran cuervos o gallinazos.

Los invisibles

Pero luego están quienes actúan en las sombras, quienes suministran los estupefacientes a los desesperados, quienes se creen intocables y, al parecer, utilizan a ‘peladitos’ “como mercaderes para sus negocios”.  

Porque el confidente de este periódico remarca que la captación de niños y niñas para la venta de narcóticos en el interior de los colegios ha crecido en los últimos tiempos: “Se convierten en víctimas de este vicio que está terminando con la juventud. Además, los criminales también abusan de chicas menores de edad, a las que introducen en sus redes por la fuerza, sin que sus padres se atrevan a denunciarlos. Eso está sucediendo acá”.

A pesar de que el análisis vecinal se centra más en realizar una radiografía del barrio y no tanto del reciente asesinato, guarda similitudes evidentes con la tesis esbozada el pasado jueves por José Serrano, ministro del Interior, quien indicó que el fallecido presuntamente fue reclutado para “expender droga” y los sospechosos habrían acabado con él “por no entregarles un dinero”. “Es una vida bastante dura, no se puede combatir esta situación. Hay enfrentamientos, balaceras…”, destaca resignado otro morador.

En las iglesias
Ni los religiosos pueden caminar ya tranquilos por la cooperativa. Ante la visita de EXTRA, uno de ellos duda si abrir la puerta. Y cuando por fin se decide, aclara el motivo de su recelo.

“Desconfío de todo el mundo. Nos han robado en la casa, en la iglesia, en la calle… Roban cualquier cosa, desde ventanas a bombillos. El gran problema es la droga. El drogadicto está demasiado… Si no usa las drogas, ya sabemos lo que le pasa”, resalta inquieto.

Tal vez por eso prefiera atender a los visitantes a través de una verja, que le sirve de parapeto. Porque él también sufrió amenazas por parte de delincuentes, que se le acercaban con “falsas historias” para apropiarse de cualquier objeto de valor: “Una persona vino para que le ayudara. Me pidió que saliera y me negué. ‘No se preocupe. Usted debe salir a dar la misa’, me contestó enojado”.

Como pastor, le toca tratar con criminales, confesarlos… Reconoce que no es fácil lidiar con esos riesgos, pero deja su suerte en manos de Dios. “Si perdemos la vida, pues la perdemos. Aunque eso no quiere decir que no tomemos precauciones”, precisa.

–Supongo que si diera discursos contra las bandas podría tener problemas con ellas…
–Nosotros predicamos en contra de todo lo malo, no solo de las drogas, sino de las borracheras, de los malos tratos, de la infidelidad…
–¿Y ha estado en peligro por hablar demasiado de las drogas?
–Sí me ocurrió en otras iglesias. “No vaya a decir cosas malas de nosotros o ya sabe lo que le pasará”, me recalcaron algunos miembros de bandas. Las dos veces me amenazaron de muerte. Aquí aún no me ha pasado, pero puede suceder. Así que cuando salgo de casa, miro, observo… Mis feligreses me cuidan, aunque ellos también se pongan en peligro.

Ni siquiera los hombres de Dios albergan demasiadas esperanzas de que la situación de la cooperativa mejore. Tanto él como el confidente se muestran convencidos de que en unos días, cuando la consternación por el crimen se haya esfumado entre nuevas noticias, todo volverá a ser como antes.

“HABÍA SOLICITADO MÁS PRESENCIA POLICIAL”

‘Oswaldo’ vende chupetes a 15 centavos en la entrada de la escuela donde estudiaba el chiquito asesinado. Ahora, sus hijos, que también están matriculados en el centro, se sienten “muy asustados”.  

Un portón de fino zinc custodia la entidad. A través de un agujero, el guardia comunica al equipo de este periódico que no puede acceder al interior. El reportero de EXTRA le aclara  que solo desea conversar con el director. Tras dos minutos de espera, el vigilante regresa para anunciar que el responsable se encuentra reunido: “No lo puede atender”.

De nada sirve proponerle dialogar sin cámaras. El ‘no’ es rotundo. Pero resulta imposible discernir si sus reticencias se deben al miedo o a alguna directriz superior o las fuerzas de seguridad. Hasta que un empleado, sin facilitar su nombre, aparece para limitarse a afirmar que, tiempo atrás, solicitó “más presencia policial en la zona”.

 

SIN DATOS DE LA POLICÍA NACIONAL

El pasado viernes, EXTRA solicitó por mail una entrevista con un responsable de la Policía Nacional para contrastar la información dada por los vecinos.
Su Departamento de Comunicación facilitó los teléfonos de varios mandos, pero ninguno atendió a este diario.
El motivo, según la ya ex comandante de la zona 8, Tannya Varela, fueron los recientes cambios realizados en la jefatura y en varias unidades. Indicó que su relevo en el puesto, el general Édison Barrera,  atendería a partir de este lunes.

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