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Los artistas salseros fueron pintados en una pared.

De falsificador a artista de Dios

Johnny Manrique vivió en el mundo del hampa. En la cárcel “un sueño” le mostró la vida religiosa. Desde entonces se puso ‘El pincel de Cristo’ y va por la vida pintando.

Si Johnny Manrique se subiera a un bus de transporte urbano en la zona del Florón, La Piñonada o San Alejo, en Portoviejo, más de un usuario, de seguro, intentaría bajarse al vuelo o, por lo menos, poner a buen recaudo sus pertenencias so pena de arriesgarse a perderlo todo, incluso la vida.

Su aspecto, en verdad, conspira contra él adonde quiera que va: mirada hosca, huidiza, y un cuerpo en el que falta espacio para los tatuajes; hay mariposas, escorpiones, nombres de mujer, rosas y frases bíblicas, de entre las cuales destaca una en el lado izquierdo del cuello, exactamente sobre la yugular que se expande cuando habla: Jehová es mi pastor.

A Johnny nadie lo conoce por Johnny ni mucho menos por Manrique; a él lo conocen, en el bajo mundo y donde sea, como ‘El pincel de Cristo’ y así, con ese nombre, ha recorrido el país queriendo demostrar que su pasado de sangre y “plomo porque sí y plomo porque no” tiene poco que ver con el artista renovado que es ahora.

“Ya tengo 31 años, pero desde peladito me gustó dibujar. Lo hacía viendo a mi hermana, cuando le mandaban deberes de la escuela o el colegio”, cuenta Johnny con ese dejo de quienes aprendieron a hablar así para que todos le tuvieran miedo.

Pasó por el colegio más rápido que un ladrón que ha arranchado una cadena de oro y pronto se vio en la calle, rodeado de gente de baja calaña, en la zona de Andrés de Vera, en donde la vida puede caducar violentamente a cualquier hora, sin permiso de nadie.

Sin miedo a nada y con el diablo como fiel aliado -muchas veces se encomendaba a él para que todo le saliera a pedir de boca- jovencito se fue a Ambato a darle mal uso a sus habilidades manuales, pues por allá anduvo falsificando firmas -“me salían igualitas”- para facilitar el cobro de dinero ajeno y mal habido. Un artista al servicio del hampa, inspirado por el mal.

“Me metí en las drogas por cuatro años, anduve en malos pasos, usted me entiende... Tanto caí, tan bajo, que mi propia madre le pidió a la policía que me metiera preso. En la cárcel uno ve de todo”, cuenta, mientras mueve sus manos salpicadas con pintura amarilla, porque ha sido contratado para hacer un anuncio publicitario en la calle.

Cuando estuvo tras las rejas, en Portoviejo, recuerda que tuvo muchos sueños que no lo dejaban dormir sobre la losa fría del calabozo; soñaba que alguien quería ajustar cuentas con él de una vez por todas; alguien a quien nunca podía verle el rostro, pero que no se cansaba de buscarlo.

“El único que podía estar interesado en mí era el diablo”, musita este artista que jamás pasó por una academia de arte y que, cuando quiso entrar a la Casa de la Cultura, un viejo maestro de boina y barba de chiva que lo vio hacer unos pequeños trazos le dijo: “pero si tú ya lo sabes todo, ¿para qué quieres entrar?”.

“Un día soñé que iba por un valle solitario atrás de una persona, la perseguía, pero no podía alcanzarla. En una de esas se para, se voltea y me pregunta, ya cabreado el man, que por qué lo seguía, que me diera la chapeta. Le dije que no era yo quien lo perseguía, sino Cristo, y le mostré una Biblia abierta. Después de eso me vi como flotando en una nube, en un altar, con mis pinceles en la mano”, explica Johnny con el mismo tono de siempre, pero con el rostro iluminado, casi al rojo vivo.

Desde entonces se puso ‘El pincel de Cristo’ y decidió tatuarse en su cuerpo lo que él llama los “códigos” de su vida. Todos, según él, tienen su significado y no se arrepiente de ninguno. Menos ahora, que su arte se ha extendido por todas las calles de Portoviejo y del país, con personajes icónicos como Mis adorables entenados, el Chavo del Ocho, Los tres chiflados y una en especial, La última cena, una que le recuerda que ya no trabaja para nadie, solo para Cristo.

Sí, ese mismo que lo buscaba en sueños y lo encontró en la vida, a tiempo, para saldar cuentas de una vez... (JA)