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Cómo se vive la rumba en Guayaquil: tradición, salsa y cultura local
Los parlantes retumban, las bielas ‘zumban’ y la gente baila hasta el amanecer. Así se celebran las fiestas julianas en los bares más tradicionales.
Por una noche, la zona rosa de Guayaquil se detuvo unos minutos. En el bar El Colonial, la fiesta pausó para dar paso a una pasarela improvisada: candidatas jóvenes y ‘Señoras Pasarela’ desfilaban entre aplausos. Una excusa perfecta para homenajear a todas y, de paso, subirle el volumen a la rumba.
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Una bandera gigante de Guayaquil ondeaba dentro del bar y se convirtió en el corazón simbólico de la noche. Porque en julio, el orgullo por la ciudad se canta en salsa y se baila con biela en mano.
“Las fiestas julianas son un orgullo”, dice Juan Carlos Ramírez, administrador de este centro nocturno. “Tiramos la casa por la ventana porque también celebramos nuestro aniversario: 43 años siendo el bar más antiguo de Guayaquil”, asevera.

¿La música que manda? “Aquí viene gente por chicha, por salsa y por rocola. La música de despecho une generaciones”, asegura Ramírez, orgulloso de agrupar a todo tipo de público en su local.
Guayaquileña, pero solo de corazón
Las campanas metálicas suenan en el Cabo Rojeño, pero no vienen de una iglesia: son bielas vacías golpeadas entre sí, al ritmo de las maracas y los timbales. En la esquina de Rumichaca y Luis Urdaneta no se descansa, y tampoco lo hace Lucy Contreras.
“Hoy salí a celebrar a Guayaquil con mis amigos”, se justifica, la oriunda de Puebloviejo, en Los Ríos. Y aunque apenas lleva cuatro meses viviendo en el Puerto Principal, no son sus primeras fiestas julianas. “Vengo acá desde que era pelada, casi siempre venía para mis vacaciones de colegio”, cuenta.

Lucy, de 40 años, ha convertido a Guayaquil en su segundo hogar y a la salsa en su idioma universal. “Esta fecha es un pretexto para bailar, para salir y para gozar”.
El que dirige esta fiesta salsera es Jorge ‘Yoyo’ Pinargote, el dueño del Cabo Rojeño, quien ha estado al mando de este icónico local por más de cuatro décadas.
“El ambiente ya está encendido. Todo julio es una fiesta aquí”, dice sin disimular su orgullo. “El guayaquileño es alegre, bailarín y farrero... así sea hasta con la segundera”, suelta entre carcajadas.
Aquí no hay cabida para el reguetón: quien entra, sabe que va a moverse con Héctor Lavoe, La Sonora Ponceña o El Gran Combo. “Hay incluso gente que viene del exterior justo por estas fechas. Y aunque vendemos de todo, la biela es la reina. La prefieren por sobre cualquier otro trago. Pero el whisky no se queda atrás”, dice Pinargote.

En la salsoteca Carlos Alberto, al norte, el ambiente es otro pero la energía igual de vibrante. El humo falso flota entre la pista de baile y la tarima, donde el cantante en vivo hace que nadie se quede quieto.
“El guayaquileño es demasiado alegre, pero por las fiestas julianas se pone más divertido todavía”, cuenta Jimmy Ayala, administrador del local. “Más que la música de DJ, a los guayaquileños les encanta la orquesta en vivo. La esperan todo el año”.
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