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¡Galápagos: historia de naufragio de pescadores ecuatorianos es un atractivo más para el turismo!
Seis pescadores vivieron una odisea que fue noticia mundial. Aunque han pasado 37 años, uno de los sobrevivientes lo cuenta como si fuese actual.
El mar estaba calmado en Galápagos y las ansias por partir latían a mil. Seis avezados pescadores le hacían honor al nombre del bote en que se embarcaban: El Intrépido. Era solo una salida de un par de días, porque Semana Santa llegaba y había que tener bacalao para la fanesca. Pero la aventura se alargó tanto que les tomó 77 días, cientos de millas náuticas recorridas y el temor de morir en el olvido en pleno océano.
La historia data de hace 37 años, pero de cuando en cuando es algo nuevo para quienes llegan a Puerto Ayora, en la isla Santa Cruz, Galápagos.
A sus 72 años y con algunos problemas para movilizarse debido a dolencias en sus piernas, Luis Alberto Andrés Tenorio suele bajar desde su casa en Bellavista (la parte alta de la isla) para contar cómo vivieron más de dos meses a la deriva y con el motor dañado, sin agua dulce, con frío, sin comida y alucinando.
Es jueves y ha tocado el día en que Andrés Tenorio, a quien todos conocen como Don Llore, baje al restaurante Café del Mar, el sitio del que ha hecho su escenario para relatar su odisea a los turistas que llegan al lugar. A cambio de eso, espera recibir un billetito, 10 a 20 dólares que le suelen dar los extranjeros como recompensa por su narración.
Hans Peterson, un ‘gringo’ jubilado que ha recorrido medio mundo y que habla 4 idiomas, le pone oídos a su historia. Más allá, Leonora Moreira, una ecuatoriana residente en Génova, Italia, que ha venido a vacacionar al país, también se deja atrapar por el relato.
De hablar enredado, a veces cruzando en su narración lo que ocurrió al inicio con lo vivido al final o en medio del viaje, Don Llore va dando pautas de lo que fue su aventura.
Esmeraldeño de nacimiento, comenzó a trabajar desde ‘peladito’ asistiendo a los choferes de los buses de la Cooperativa Santa, hasta que un día dejó su ciudad, cuando apenas tenía 12 años, “y me fui para Guayaquil”, recuerda. Allí trabajó un par de años “en lo que haya, yendo hasta los muelles donde ayudaba a subir mercadería a los barcos”. Y en uno de ellos se fue para Galápagos, donde llegó a sus 15 años. Y aquí se quedó, haciendo un poquito de todo y aprendiendo sobre la pesca.
Fueron 77 días que los pescadores quedaron a la deriva en medio del océano, sin agua y sin alimento. Debieron comer hasta entrañas de tiburón.
De pronto, la señora Moreira interrumpe el relato. “Pero cuente de lo que le ocurrió”, le increpa.
Y Don Llore empieza. “Habían pasado las fiestas de Galápagos (febrero), se acercaba Semana Santa y había que tener bacalao. Así que Migucho Andagana (el capitán) nos dice para salir. Y nos unimos con otros para embarcarnos. La verdad, no recuerdo el nombre de todos, pero eran Tarzán, Ecuador, Holguín, Vira Carro y yo”, dice mezclando nombres con apelativos.
Tenía 35 años cuando ocurrió el suceso que marcó su vida y la de sus cinco compañeros del mar. Pide de beber algo, para “animar el pescuezo”. Y sigue.
Cuenta que salieron a las 12 de la noche de un martes. Primero se quedaron por la zona de El Edén donde lanzaron el chinchorro (red de pesca) para coger sardinas, pero nada. “Todo era salado (de malas), como que nos anunciaba algo malo”, dice a sus oyentes.
Luego siguieron la ruta circundando la isla Santa Cruz (ver infografía). Cuando estaban en Baltra, para ganarse un billetito llevaron a unos turistas hasta Bartolomé y ahí los dejaron. En Santiago otra vez lanzaron el chinchorro y ahí cogieron unos cuatro sacos de sardina.
Una mala decisión los arrastró entonces a su odisea. “Íbamos a Puerto Egas, ¡pero necio este capitán dijo que nos vayamos a la isla Pinta!”, levanta la voz don Llore como para darle drama a su relato.
Y la mala suerte que ya advertían los pescadores comenzó. “Oiga, todo era salado, todo era chueco”, repite el hoy jubilado pescador. Primero, la batería dio problemas y luego “se nos rompió el disco reversible del motor y ya no agarraba el eje. Tuvimos que amarrar una piola gruesa en el volante hasta poder anclar”.
Ya sin mando, la corriente hizo lo suyo. Los llevó hacia el norte, “mucho más allá de la isla Culppeper (hoy llamada Darwin)”, la más lejana del archipiélago.
Pasaron tres, cuatro, cinco semanas y todo a su alrededor era mar, con olas de 4 a 5 metros. Y dentro del bote, angustia.
Ya ni recuerda cuántos días habían pasado cuando se toparon con un inmenso barco japonés. “En la chimenea tenía escrito en grande la palabra PAN. Quisimos ir hacia él y algunos se embarcaron en una panga (bote pequeño) que llevaban, pero era balumosa y no se pudo”, sigue en su relato Don Llore.
“Excuse, ¿qué es balumosa?”, le consulta en un español claro el turista gringo. “Balumosa, o sea que no aguante mucho peso”, explica él. Y sigue sin pausa. “En medio mar, los truenos y rayos dan terror. Es una angustia estar solos en el mar, sin rumbo, sin guía, a la merced de la naturaleza”.
En medio mar, dice Don Llore, se habrían comido unas 60 tortugas marinas, dos piqueros, un tiburón y otros peces que capturaron.
Cogían agua lluvia para tomar y para comer “cogimos al inicio dos piqueros, luego encontramos unas tortugas y las comimos y bebimos su sangre, unas 60 tortugas nos habremos comido. También pescamos un tiburón y de tanta hambre que teníamos hasta nos metimos a la panza su tripaje”, dice Don Llore, poniéndole sazón a su relato.
“¿Y qué hacían en el bote tantos días?”, le consulta otra persona que se une como oyente.
“A veces nos poníamos a cantar, a contar chistes y reírnos, hasta que ya cansados... se fue el mudo. nadie hablaba, nos quedábamos como idos”, asegura.
Pasaron uno, dos meses y el mar los seguía consumiendo en su angustia. Algunos sentían desfallecer. “Creíamos que íbamos a morir porque ya no había ni ganas ni fuerzas para seguir”.
Hasta que la mañana del día 77 un barco inglés containero se les puso casi de frente. Era gigante. “La vida nos regresó al alma. Habíamos recorrido más de 800 millas náuticas (unos 1.500 kilómetros) estábamos cerca de Cabo Blanco, en Costa Rica”.
Entonces su rescate fue noticia mundial. Días después desembarcaron en la isla Quepos, los seis pescadores de Galápagos fueron recibidos como héroes..
“Pero de eso ya son 37 años”, vuelve el pescador a la realidad a sus oyentes, que le dan 10, 15, 20 dólares y siguen con sus preguntas. “¿Y cómo así no se volvieron locos’”... Y Don Llore, como si le dieran carreta, sigue la historia, para lo turistas más actual que nunca. Un atractivo más de las islas, a fin de cuentas.