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Diario Extra Ecuador

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Entre fetos, cadáveres y mascotas muertas

Además de lidiar con la peste, los recolectores de basura viven espeluznantes anécdotas. EXTRA acompañó a un equipo por el norte de Quito.

El equipo de la noche está conformado por cuatro personas, sin contar el chofer.

El equipo de la noche está conformado por cuatro personas, sin contar el chofer.Ángelo Chamba / EXTRA

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Aquella noche de hace tres años fue más fría y sombría de lo habitual. Luis Rubio se había enfundado sus guantes para comenzar una nueva jornada como recolector de basura en Guamaní, sur de Quito. El viento silbaba una melodía mortuoria cuando el hombre y su equipo, que recorrían las calles de la barriada, ingresaron a un condominio para sacar los desperdicios y arrojarlos al camión. “En el momento en que metí una cuchilla en la basura, la funda se me abrió”, explica a EXTRA, mientras se prepara con sus compañeros para lanzarse a las calles.

De repente, en el justo instante en que la cargó, un pedazo de carne cayó al piso. Luis no daba crédito. Y, en apenas un par de segundos, palideció. Se trataba de un feto masculino, cuya edad era un misterio. Aún desencajado, se acercó al conductor y le anunció lo que había hallado.

“Llamamos a la policía, que llegó enseguida, y los agentes comenzaron a investigar en esa zona”, apostilla.

Él y el resto de la cuadrilla prefirieron alejarse y dejar que los uniformados hicieran su trabajo. Pero Rubio, en silencio, no dejaba de pensar en quiénes serían los padres de aquella criatura...

Ese no ha sido su único roce con la muerte. Anteriormente, tenía un compañero a quien estimaba mucho. Era su tocayo, alguien con quien compartían alegrías y desdichas, que siempre lo aconsejaba. “Me decía que anduviera en buenos pasos”, rememora nostálgico al tiempo que alza un par de fundas hediondas.

Un día lo llamaron por teléfono. Su ‘pana’ había sufrido un accidente. Un vehículo lo había atropellado mientras laboraba. Luis, destrozado, corrió a verlo, pero no pudo hacer nada por su amigo, quien falleció poco después. “Fuimos al funeral. Fue algo muy doloroso porque él tenía hijitos”, detalla.

Luis labora en la Empresa Pública Metropolitana de Aseo (Emaseo) desde 2004. Un compadre le comunicó que había algunas vacantes, de modo que probó fortuna en busca de un ‘camello’ estable. En estos trece años ha vivido de todo, incluso algún susto que pudo terminar en desgracia. Como aquella ocasión en la que su pierna izquierda se atoró en una alcantarilla.

Corría detrás el camión, cuando se topó con un sumidero que no tenía la tapa. Lucho, como lo llaman sus colegas, no vio el agujero y su extremidad cayó de lleno. Por fortuna para él, su pierna solamente se hinchó y anduvo cojo por unos días.

A trabajar

Lucho forma parte del grupo de recolectores que recorre la zona norte de Quito. En concreto, suele operar, específicamente, en el parque La Carolina y sus alrededores. Él y otros cuatro colegas escogieron la jornada nocturna, de 21:00 a 03:00.

Mientras se aleja para tomar una funda, sus compañeros vacían en el camión lo que recolectan. Uno de ellos es Leonel Barahona, un novato que llegó hace seis meses. No sobrepasa el metro setenta de altura, pero su fuerza les agiliza el proceso.

Tiene una niñita de tres semanas. Su reciente nacimiento lo empujó a buscar un empleo en la empresa. Él, al igual que los otros tres, es ayudante. Así califican a quienes cargan a mano los residuos.

Entre risas, rememora la desagradable sorpresa que les aguardaba en un restaurante capitalino. Los desechos del local, entre los que había una gran bolsa, estaban apilados. “Cuando un compañero la cargó, esta explotó y lo bañó con tripas de animales”, acota como si festejara una broma.

Eran las entrañas de incontables pollos malolientes que se habían acumulado durante días. A su ‘pana’ no le quedó más remedio que tomar un baño para quitarse aquella inmunda pestilencia, que pareció acompañarlo incluso después de frotarse el cuerpo con jabón.

Leonel es fiel a las normas de seguridad. Una de ellas es el empleo de guantes para proteger las manos. Pero ni siquiera estos pueden salvarlos ante las agujas, que los penetran con bastante facilidad.

Así le sucedió a Francisco Morales, un rechoncho recolector que se ha lastimado en varias ocasiones: “Se me hizo un coágulo de sangre en la pierna, donde me la clavé”, indica tímido.

Mascotas y humanos

El equipo actúa como una máquina recién engrasada. Cuando el camión se detiene, los cuatro saltan raudos para cargar a toda velocidad la basura y pasar al siguiente punto de recogida. Isaac Pumisacho, el conductor de la unidad municipal, aprovecha también para compartir algunas de sus experiencias con este Diario.

La peste se filtra por las ventanas hasta inundar la cabina, pero está acostumbrado a lidiar con los malos olores. No en vano, lleva siete años en Emaseo, desde que abandonó sus estudios de Educación Física en la Universidad Central. “Los dejé porque mi papá no tenía plata. Decidí trabajar para apoyar en la casa”, asiente sentado tras el volante, que maniobraba con destreza.

Mientras cursaba la carrera universitaria, había pagado un curso para obtener su licencia de manejo profesional. Al final se inclinó por volcarse en este oficio, que le sirvió de mucho cuando ingresó a la empresa. “Una vecina me dijo que había puestos de trabajo. Entregué mi carpeta y me respondieron que contactarían conmigo”, atestigua.

Al poco tiempo, el puesto era suyo, aunque en un principio ejerció como ayudante de aseo. Isaac, quien se cobijaba bajo una capucha para sortear el frío, laboraba con ímpetu todas las noches. Pero él, al igual que el resto, también ha sufrido más de un susto. Como aquel día en que se topó con un cuerpo... de perro.

La mascota estaba en el interior de un bolso de plástico, cuya forma le resultó bastante extraña. Pero un amigo de él la tomó y, acto seguido, el material cedió. Entonces apareció una figura espeluznante. Era un collie, raza conocida por la serie ‘Lassie’. Debido a su estado, parecía haber muerto hacía tiempo. “Mi compañero ‘pegó’ un grito y el perrito cayó de la funda”, evoca Isaac.

Al instante, su reacción se transformó en una carcajada que mitigó el susto. Pero otros no han soportado con tanta entereza algunos terribles sucesos que les ha tocado sufrir. En marzo del año pasado, escuchó por la radio a unos compañeros que habían hallado un cadáver humano. Fue en el Comité del Pueblo, norte de la capital. Al fondo de un contenedor yacían los restos de un sujeto, que no sobrepasaba los 30 años. Nadie supo quién ni cómo lo habían dejado allí, de modo que las autoridades se hicieron cargo del levantamiento.

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