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La regeneración urbana, una amenaza al comercio de la calle Sucre
En la calle Sucre el comercio ya no es próspero. La regeneración urbana y la Metrovía afectaron los ingresos a los negocios.
La calle Sucre ya no es sinónimo de prosperidad. Cuando se pensaba en comercio, en precio y variedad, esta tradicional calle del centro de Guayaquil era una de las opciones principales. Pero ahora el escenario es distinto. La regeneración urbana y la Metrovía afectaron la dinámica de los negocios.
Frente a la estación del Mercado Central está el restaurante ‘La Quiteñita’. Es un amplio pero poco iluminado local que intenta seducir a los transeúntes con bolones de chicharrón o queso, además de tortillas de yuca. Su dueña, Luz María Quillambo, de 70 años, camina lento y algo jorobada, arrastrando las zapatillas. Ella prepara los alimentos. Los bolones y las tortillas cuestan entre $1.00 y $1.50, su precio varía según los ingredientes. Si se acompaña con café o un ‘gloreado’ (té), el precio aumenta.
La familia Quillambo migró de Quito a Guayaquil hace 30 años con cinco hijos. Su vida comercial empezó con la venta de fritada en el desaparecido Mercado Sucre. Allí los comensales eran ‘hartos’, frecuentes y los ingresos eran bastantes. En 2016, se deben conformar con 10 clientes diarios. El número representa 15 dólares al día.
Las ventas disminuyeron desde que la regeneración urbana llegó y con este cambio la Metrovía. “Antes los clientes se parqueaban aquí al frente, ahora no hay dónde”, dice Elvia, hija de Luz María. Los Quillambo deben cubrir los gastos de agua, luz, ingredientes para la cocina y salarios.
Estar en una arteria principal de la ciudad supondría ventajas para los comerciantes, sin embargo, la realidad es otra. Aunque a diario circulan miles de personas, no todas compran. Norma Ruiz, de 44 años, es dueña de la barbería ‘Jesús’. La mujer de cabellera negra, larga y rizada coincide con Elvia en que desde que la Metrovía se instaló frente a su local sus clientes disminuyeron. “Antes habían bastantes locales por aquí, ahora la gente pone su local y, si no les va bien, lo cierran y buscan otro lugar”.
En la barbería atienden tres personas: Norma, Susana y ‘Don Miguel’. Las canas, arrugas y paso lento de los clientes que llegan delatan su avanzada edad. Son adultos mayores que Susana atiende con paciencia y cuidado. ‘Don Miguel’, en cambio, es experto en cortar barbas. Es muy cuidadoso en su oficio, primero coloca un trozo de papel higiénico en el cuello del cliente para evitar que los vellos se introduzcan en la ropa, luego les coloca una bata corta y procede...
Por el trabajo de 20 minutos el cliente cancela USD 2.50. Hace 10 años, los precios en la barbería se mantienen. No se han incrementado, aunque sí hay excepciones... Por ejemplo, cuando el corte es complicado se aumenta unos 50 centavos. En ‘Jesús’ se atienden entre 15 y 17 hombres diariamente. Cuando son días buenos, pueden alcanzar los 20. En el local de Norma se instalan muchos amigos para conversar, la mayoría son comerciantes informales que, además, intentan vender.
A lo largo de la calle Sucre abunda la venta de calzado, ropa, juguetes al por mayor y menor, confiterías, restaurantes, barberías; también hay supermercados y bancos. Además, están los vendedores ambulantes que colocan su mercancía -ropa y zapatos usados, frutas y verduras, joyas, aparatos electrónicos- en el piso. A ellos se suman quienes recorren la calle con los productos sobre sus hombros, mientras gritan -“lleve lleve, frutillas”-, -“gafas bonitas y baratas, ¿dígame cuál le gusta?”-, -”¡agua, agua a 0.25!”-. Todos al unísono.