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Diario Extra Ecuador

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José Delgado fue lagartero por un día

En las calles de Guayaquil se pasean muchos sujetos que se ganan la vida cuenteando a sus víctimas. Hacen pasar baratijas por oro.

El cliente negocia con el avivato que hace pasar las joyas como verdaderas.

El cliente negocia con el avivato que hace pasar las joyas como verdaderas.Fotos: Richard Castro /EXTRA

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Mediodía en Pío Montúfar y Alcedo, centro de Guayaquil. Entre otros sitios, allí conoceré cómo actúan los ‘reyes del cuento’, ‘lagartos’ o ‘entucadores’ o como se llame a los avivatos que se ganan la vida engañando a la gente a punta de lengua.

Estudié el terreno que iba a pisar para acertar en la nueva inmersión periodística e identifiqué ciertos puntos de la ciudad en donde esos sujetos hacen de las suyas.

Entendí que muchos de ellos surgen por la falta de oportunidades de empleo o simplemente porque se acostumbraron a vivir de la labia.

Esto les permite sacar el dinero del bolsillo de sus víctimas sin utilizar ningún arma.

Un día antes, un morador del sector me advirtió: “Vea, don Delgado, el que no cae con ellos, resbala, son como sicólogos a la hora de abordar a las víctimas”.

Luces, cámara, ¡acción!

Con una peluca, unas gafas y una chompa empiezo mi inmersión en la que la astucia debe ser el principal ingrediente. ¡Qué se le puede hacer, así es como los avivatos comienzan el día!

Comienzo a caminar por una céntrica zona cuando uno de esos ‘comerciantes’ me dice: “Mi pana llévese estos ‘chuzos’ (zapatos) que mi mamita me mandó de la ‘Yoni’ (Estados Unidos) y, como no me quedan, se los ofrezco a precio de gallina enferma”.

Todo esto mientras acomoda en el piso otro tipo de cosas que también me las ofrece. “Vacila este celular, te hago un combo con las zapatillas deportivas... dame gamba (100 dólares) por los zapatos y por el teléfono”, asevera. “Venga para que se pruebe los zapatos sin compromiso”.

Apoyado en la parte delantera de un carro, me puso un plástico en los pies y trató de que los zapatos me entraran. “Tranquilo mi yunta que como es zapato nuevo de a poco tu pie se adapta”, dice.

Luego de varios intentos y de no lograr que me entre el zapato, afirma molesto: “Llévate aunque sea el celular”.

Le pregunto por qué la pantalla está un tanto resquebrajada. Se vuelve a incomodar: “Compadre, esas cosas no se preguntan. ¿Lo va a comprar o no?”.

Le digo que el dinero no me alcanza. “Te quieres aniñar a mis costillas y con cuatro reales. ¡Sigue nomás!”.

Me dirijo entonces a un local de baratijas del centro. Compro unos anillos y unas cadenas, que valen un dólar la unidad. Esas los avivatos las abrillantan para que parezcan de oro.

“Vendemos lo que nos piden, lamentablemente son artesanías utilizadas para sorprender y esa ya no es nuestra culpa”, asevera la administradora del local.

“Les he escuchado que en cada venta se ganan 50, 100 y hasta 200 dólares”, informa.

Justo cuando me retiraba del sitio apareció uno de esos ‘lagartos’ que aflojó la lengua.

“No le pongo el cuchillo a nadie, lo que hago es tasar al cliente y en la conversa veo cuánto le puedo sacar, unos se cautivan más que otros viendo como brilla el metal”, afirma.

Con las baratijas me dirijo a los alrededores del parque Victoria y disimuladamente las empiezo a ofrecer.

Le digo a un hombre de unos 40 años: “Caramba, mi señor, qué bien se le vería este anillo en su mano, es de oro puro y lo vendo por necesidad”.

- “¿De dónde lo sacaste?”, me pregunta.

- “La plena me lo acabo de ganar en un bus, lléveselo, por 50”. Se vira, me observa extrañado. “Aléjate de mí o llamo a la policía”. Acelera el paso y se va.

El tiempo pasa, esta vez es una dama a quien veo como confundida.

“Mi querida señora, hoy es su día de suerte, me acabo de encontrar este anillo de oro, en la joyería vale como mil, deme 100 y, el resto, gáneselo”.

- “Respéteme señor que no compro cosas robadas”.

- “No es robado madrecita, me lo encontré botado”, insisto.

- “¿Cuánto dice que quiere?”.

- “Le pedí 100, pero me contento con 60”.

La dama sigue mirando el anillo, pero reacciona: “No, no, no, ya le dije que no compro nada robado”.

Me di cuenta que podía aprovechar el momento: “Está bien, madrecita, deme los cincuenta”.

La dama nuevamente vuelve a mirar el anillo, pero esta vez más fijamente. “No, no señor, no me va a convencer”. Utilizo una táctica más:

-“ Vea, amiga, deme los 20”.

- “No, no señor”, me dice, pero noto que en el fondo el brillo del anillo le ha llamado la atención.

Apresura el paso y se sube a un bus. Sé que estuve cerca...

Me sigo acercando a otros transeúntes.

Un hombre mayor me dijo: “A mí no me vengas a sorprender, soy más ladrón que tú, me las conozco todas, ándate y búscate a otro gil”.

Mi aventura continúa. Pasa un afroecuatoriano con su familia y le digo: “Mi negro lindo tengo algo para ti”. Y le enseño las baratijas que hago pasar por joyas.

- “¿Cuánto quieres?”, me pregunta.

- “Dame 50 dólares”, respondo.

“Te las cambio por las cadenas que tengo en el cuello que son de plata fina y valen como 1.000 dólares”, me dice con una sonrisa sarcástica.

Me di cuenta entonces que solo era un “lagarto aprendiz” .

“¡A mí no me cuentes esa receta que la inventé!”. Me acabo de encontrar con un ‘lagarto’ de verdad... Sígame en Facebook José Delgado TV.

¡Engañan a diestra y siniestra!

Según los joyeros de un sector del centro, este es el modo de vida de mucha gente. “Aquí vienen muchas personas a tasar lo que ellos creen que es oro y se van decepcionadas, al ver que han sido engañadas, a veces hasta con 300 dólares”, dice un entrevistado. Y agrega: “Son de doce a quince personas que vienen diariamente a comprobar si lo que compraron era en realidad oro, y se van decepcionadas, da pena lo que pasa” agrega.

Una trabajadora de un local muestra las joyas auténticas. “Son igualitas a las falsetas, solo que las originales cuestan hasta 800 dólares y las falsetas 1 dólar, imagínese el perjuicio que causan los cuenteros” manifiesta la dama.

Como enseñanza le podemos decir a los lectores de “Así Lo Viví” que no se dejen cuentear, que si van a comprar algo, lo hagan en un sitio autorizado, donde les ofrezcan garantía y que siempre recuerden que “lagarto que traga no vomita”.

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