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La ‘alegría’ del mercado en Bahía de Caráquez

Bahia de Caráquez (Manabí)
A 68 kilómetros de Portoviejo, otras 200 personas han hecho de la plazoleta del mercado de la parroquia Leonidas Plaza, de Bahía de Caráquez, su hogar. Se despiertan con los primeros rayos solares, aunque nadie consigue un sueño reparador, debido a que en la cabecera cantonal de Sucre, la delincuencia limita hasta sus posibilidades de comprar comida.
Jeaneth Villavicencio está desesperada. Las tiendas cercanas a esa parroquia se negaban a abrir sus puertas debido a los saqueos que se han dado. Ella es una de las moradoras y se encarga de dirigir al grupo, tratando que haya orden para distribuir la comida y mantener limpios los baños del centro de abastos, que ahora ellos ocupan.
Su mayor preocupación son los niños. Los más chiquitos del lugar son los gemelitos Jesús Esnaide y Jesús Jerah, quienes sortearon a la muerte el 30 de enero pasado. A los siete meses de gestación de Gissella Chica, rompieron la fuente y le dieron la mayor alegría de su vida a la adolescente, de 17 años, pero ahora deben luchar contra la falta de leche y pañales, que cada vez son más escasos.
Gissella teme que sus Jesusitos se enfermen y la frustración la embarga al saber que la leche para sus hijos está en las perchas de los comercios que continúan cerrados. Jacinto Rivero, propietario de la despensa Yanina, ubicada en el centro de Bahía, está presto a vender los productos que necesite la comunidad, siempre y cuando tenga resguardo militar. “Caso contrario, tendré que cerrar, porque no puedo trabajar solo. Hay mucho peligro, la gente tiene hambre y puede cometer errores”, recalcó.
En esa zona, varios locales ya fueron saqueados. El policía Jonathan Borja resguardaba las puertas de un centro comercial la mañana del martes e indicó que los dueños de cualquier establecimiento pueden acercarse a ellos para pedir que los resguarden. “Así se puede evitar el robo y el asalto, porque hay gente que se quiere llevar los víveres. Estamos rotando todo el tiempo, hasta que los locales cierren sus puertas”, informó.
Desde inicios de semana, organismos de seguridad han llegado a Bahía. Santa Castilla no pierde la fe de que pronto también haya farmacias que empiecen a laborar. Su esposo estaba en el hospital cuando tembló la tierra, recuperándose de una operación de la uretra. A la incomodidad de recuperarse sobre un colchón al aire libre, se añade la falta de medicamentos que calmen su dolor.
Tanto ella como los demás albergados en el mercado de Bahía y calles manabitas esperan que la tierra no se enoje más, para dejar atrás esta pesadilla que a ratos se les olvida por la sonrisa de sus niños y las ganas de volver a levantarse de entre los escombros.