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¡La sacaron “abierta” en la camilla que la operaban!
Lucero Llanos, General Villamil (Guayas)
El zumbido estridente y ácido del cortocircuito fue el primer llamado de atención. Ángela Jiménez Mendoza, de 24 años, estaba en la mesa de operaciones, con una incisión entre 10 y 15 centímetros en sus entrañas. Minutos atrás, los médicos le habían extraído a su segunda hija.
“Todo marchaba bien, sacaron a la bebé y la pusieron en la termocuna. Hubo un cortocircuito y sonó, pero no pensamos que iba a incendiarse”, recuerda la joven madre, quien vivió de cerca el conato de incendio en la Maternidad Mariana de Jesús, ocurrido el pasado 11 de marzo en el Puerto Principal. Ella y su hija recién nacida recibían atenciones en el mismo quirófano donde sucedió el percance.
“El doctor que me hacía la cesárea fue el que se dio cuenta de que se estaba incendiando la termocuna y enseguida llamó para que sacaran a la bebé, porque era justamente donde ella se encontraba”, añade Ángela, quien ahora guarda reposo en casa de su suegra, en el barrio Guayaquil de General Villamil, Playas.
Esta ama de casa quevedeña y su esposo jornalero pasan unas semanas en la discreta vivienda de Silvana Briones, quien se dedica al lavado de ropa. Aunque el espacio es limitado, encontraron la manera para acomodarse y olvidar así el estrés de aquella noche.
Tres semanas después del incidente, la historia se ha convertido en una anécdota que podrán contar cada vez que le pregunten por qué le puso Génesis Milagros a su nena.
Sentada sobre la cama, Ángela juega con los dedos rosados y pequeños de su hija y confiesa que aunque trató de no alterarse, sí se preocupó. No solo durante la emergencia, sino los otros seis días que ella y su bebé estuvieron separadas.
Al ser evacuadas, Ángela fue conducida al Hospital Enrique Sotomayor, en el centro de la urbe porteña, mientras que su Milagritos fue llevada al Hospital Universitario, ubicado al noroeste.
“¡Incendio! ¡Incendio!”
Mientras Ángela estaba en plena cesárea, su suegra, Silvana Briones, esperaba que le informaran sobre la intervención.
“Escuché una chica que decía: ‘¡Incendio! ¡Incendio!’. Luego vi el humo y comenzaron a salir toditos”, relata Silvana, quien deja de colgar la ropa por un instante para contar lo sucedido.
Tras lanzar un hondo suspiro, la mujer revela que a pesar de que han transcurrido casi tres semanas, aún no se recupera del susto. Dice que al acordarse, hasta le duele la cabeza, porque no sabía qué hacer en ese momento.
“Pensé lo peor”, confiesa la mujer, quien esa noche atinó a llamar a una pariente que trabaja en la misma maternidad para encomendar a su nuera y a su nieta. Minutos más tarde, la vio junto a otras enfermeras evacuando a los neonatos y sintió un primer alivio.
“Vino la ambulancia y se llevó a los niños; y luego llegó otra y se llevó a mi nuera rapidito”, apunta Silvana, quien se quedó en los exteriores de la casa de salud, un poco aturdida, debido a que no sabía a cuál de las dos debía acompañar.
“Salí abierta”
Después de que el doctor diera la alarma, el equipo médico que dirigía la cesárea condujo a Ángela y a su bebé fuera del quirófano. “Todo el mundo se asustó, pero los auxiliares reaccionaron a tiempo”, expresa la madre.
Además de retirar a su hija de la termocuna, enfermeras y doctores sacaron los tanques de oxígeno para evitar que se pudieran inflamar. Su traslado fue tan rápido que ocurrió “sobre la misma camilla” donde la estaban operando, aún anestesiada y con la herida sin suturar.
“Salí abierta, porque no me alcanzaron a coser. Me llevaron en ambulancia hasta el Hospital Sotomayor, donde tuvieron que cerrarme”, detalla antes de agregar que su suegra se espantó al verla con la cesárea a medias.
Viajó ‘soplado’
Vicente Moncayo, esposo de Ángela, no estaba con ellas. Por motivos laborales se quedó en Quevedo, a la espera de noticias, pero eso no impidió que la preocupación ‘se lo llevara en peso’. Al marcarle a Silvana su sangre se heló. “Mi mami lloraba nerviosa”, recuerda el hombre, quien al enterarse buscó a su cuñado y ambos salieron ‘soplados’ hacia Guayaquil.
“Fui a la Marianita, pero mi mami se había trasladado al Sotomayor. Y como estaba llorando pensé que le había pasado algo a mi esposa o la bebé. Pero ya la habían cosido, mientras que mi hija estaba en el Universitario”, resalta el padre.
Además, confiesa que al día siguiente lloró cuando le dijeron que debían repetir la operación a su pareja porque le habían quedado unos miomas.
Paciencia y fe
Ángela ingresó a las 21:30 del 11 de marzo en el hospital gineco-obstétrico Enrique Sotomayor junto a otros 30 casos, entre adultos y niños, que fueron derivados desde la Maternidad Mariana de Jesús.
Regresó a un quirófano donde suturaron de emergencia la incisión y permaneció en observación, en terapia intensiva, por el riesgo que implicaban la operación y el ajetreo fortuito. Pasó hospitalizada cinco días, en los que sintió la ausencia de su hija.
Aunque sabía que una prima suya le había prometido estar pendiente de la neonata mientras permaneciese en la otra casa de salud, su olfato reclamaba el olor del pequeño ser que había llevado nueve meses en su vientre. Sus pechos, la vida a la que debía alimentar. Y su? instinto de madre, la tibieza del cuerpecito durmiendo en su regazo.
“Tuve que sacar el alta en petición porque el asunto de la cesárea es bien delicado. A mi bebé la vine a conocer el jueves recién”, añade sin dejar de acariciar un par de pies con dedos diminutos.
“Nañita, ñañita, ñañita...”, repite Amy, su hermana de cinco años, desde el otro lado de la cama, en un cántico risueño y pueril. Vicente admira la escena desde una hamaca y Silvana hace lo propio desde el marco de la puerta. La emergencia provocó que todos se demoraran en conocer al ‘Milagrito’. “Gracias a Dios reaccionaron enseguida”, remata Ángela sin dejar de contemplar a su bebé.