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¡Lucha optimista contra un tumor de 33 libras!
Tras seis operaciones y numerosas sesiones de quimioterapia, Luis Vargas, conductor de EXTRA y EXPRESO desde hace 26 años, alienta a quienes sufren para que no se dejen doblegar por la enfermedad.

Luis Vargas, conductor de EXTRA y EXPRESO, lleva seis años batallando contra un tumor de 33 libras, que se ha enmaró a su hígado, estómago e intestinos.
El mundo está lleno de héroes anónimos que se enfrentan a la adversidad sin más armas que la fe y un contagioso optimismo. Luis Vargas, conductor de EXTRA y EXPRESO, lleva seis años batallando contra un tumor de 33 libras, que se ha enmarañado a su hígado, estómago e intestinos. Pero aún saca fuerzas para lanzar un mensaje de ánimo a quienes padecen el mismo mal que él.
“Yo me siento bien, como si no tuviera nada. Sigo siendo el mismo tipo tranquilo de antes. Quienes sufrimos debemos ser positivos, no dejar que la enfermedad nos haga decaer. La actitud es fundamental. Nosotros mismos debemos vencer al cáncer”, destaca Vargas, de 56 años.
Su secreto para mantenerse en forma parece sencillo: una dieta muy sana y estar en constante movimiento para mantener distraída la mente. Y hasta ahora le ha funcionado. Porque en todo este tiempo apenas ha adelgazado. Luis mantiene intacta su esbelta figura y su ánimo vigoroso.
Nadie diría que le han practicado seis operaciones y se ha sometido a 20 sesiones de quimioterapia. En breve, probará suerte con la radioterapia: “Si no tengo apetito, me obligo a alimentarme. Desayuno jugos de papaya, licuados de sábila o zorrilla que me prepara mi madre; no como frituras ni grasas; y por las noches, sobre todo ensaladas. Me cuido mucho e intento caminar bastante”.
Y luego está su fe. Cada mañana, antes de subirse a una tricimoto y un bus para viajar desde Durán a Guayaquil, se arrodilla ante el pequeño altar de su dormitorio donde reposan, sobre un banquito, varias imágenes del Niño Divino, el hermano Gregorio, la Virgen de Lourdes, Cristo Rey, San Vicente Ferrer, el Sagrado Corazón... “Yo dejo todo en manos de Dios, porque solo él conoce cuándo uno se va”, remarca sin darse importancia.
Solo ha llorado dos veces desde que le detectaron el tumor. La primera, cuando le anunciaron que el mal se abría camino en su interior. La segunda, este mismo año, el día en que supo que debía someterse a su sexta intervención. “Es que uno se cansa de tantas intervenciones”, argumenta como si no tuviera derecho a quejarse, con esa sonrisa contenida que luce bajo un bigote a medio rasurar.