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“Me siento feliz porque el Niño se presentó en la casa”

Gorka Moreno,
Muluncay Grande (El Oro)
Su voz es fina como la de un corista, como la lluvia que rocía la negruzca lona de plástico bajo la que unas treinta personas celebran el quinto día de la novena en la humilde casa de los Castillo-Toro.

Stewart ancla su cándida mirada en el Divino Niño, que sonríe plácido tras una urna de cristal, engalanado con un rosario, ramos de rosas, velas a medio consumir, un mantel regado de campanas navideñas y estampitas de Santa Narcisa de Jesús y la Virgen de la Nube.

A sus 11 años, el chiquillo permanece ajeno al sismo que originó el pasado sábado cuando, en torno a las siete de la mañana, alertó a su madre de que el rostro de la imagen presuntamente derramaba lágrimas naturales. Gotas que se habrían transformado después en surcos de sangre y de nuevo en cristalinas al día siguiente. “Me siento feliz porque el Niño se presentó en la casa. No me asusté”, resalta a EXTRA.

Él anhela convertirse en arquitecto. Pero esta semana apenas ha tenido tiempo para cultivar su afición por el dibujo, porque miles de personas le han asediado con preguntas sobre su visión. “Me agobia un poco, pero estoy tranquilo. Yo le pido que me dé fuerzas para continuar con mi vida”, añade. Esa mezcla de júbilo y serenidad quizás se deba a que, para él, las lágrimas no eran un mal augurio sino una señal de que el Divino Niño “puede tener un remedio para muchas personas enfermas”.
 
SIN PAGO DE ENTRADA
Los grillos cantan tímidos, como si no quisieran perturbar el recogimiento de los fieles. Su tenue chirrido acompasa las plegarias de quienes imploran ayuda para sus familiares enfermos. “Te damos las gracias, Señor, por mantenernos unidos”, reza contenida la maestra de ceremonias a través del micrófono, cuyo eco resuena en los alrededores gracias al polvoriento parlante que un morador carga en su auto.

En Muluncay Grande, provincia de El Oro, ya no hay filas kilométricas de ansiosos devotos que, al abrigo de las estrellas, esperan contemplar la efigie en persona. Posiblemente “porque es día laborable y se han vertido críticas en algunos medios, a pesar de que los Castillo Toro son de fiar”, valora un vecino.
Pero el hogar de la familia, enclavado junto a un desfiladero y construido en ladrillo rojizo sobre un piso de maderas quejosas, aún mantiene abiertas sus puertas a los forasteros. En la entrada no hay cestos para recoger limosnas, ni un guardián que exija el pago de una cantidad.

“Yo les he ayudado porque los conozco. Son serios. Y cuando mucha gente quería dar dinero, le decía que no lo hiciera para evitar que nadie hablara mal. Esto no es para lucrarse”, certifica Betty Colombia, de 52 años.
 
POR LOS ENFERMOS
Fabián Pontón y su esposa Rosa han llegado desde Ayapamba, en el cantón orense de Atahualpa. Y lo han hecho con la esperanza de que el Divino Niño sane a su hijo ciego de 15 años. La mujer trata de no exteriorizar sus emociones, pero sabe que el tiempo juega en su contra. La única opción que le queda, además de un milagro, es operarlo en Estados Unidos. “Eso cuesta mucha plata”, constata resignada.

María Estela González, una lugareña que reside en un sector próximo, suplica por su hija de 23 años, que padece una discapacidad del 70 por ciento. Por eso ha visitado el domicilio todas las noches desde el sábado. “La situación de las personas como ella es difícil en el campo. Y yo creo en lo sucedido acá”, subraya.

EL SOBRESALTO
Pasadas las ocho, los visitantes, en una procesión silenciosa, enfilan el camino de tierra que conduce a la cercana Zaruma y se pierden en la oscuridad. Pero algunos aún aprovechan para, con ayuda de una lupa, observar al Divino Niño.
“¡Está sudando!”, anuncian unos muchachos mientras apuntan a la barbilla de la imagen, que parece humedecida.

Varios feligreses se abren paso para examinar la presunta manifestación. Algunos inmortalizan la escena con sus celulares a fin de apreciar mejor los detalles del rostro. “¿Ahora creen o no?”, cuestiona Teodolfo Castillo, abuelo de Stewart, al equipo de EXTRA.

A partir de la semana que viene, Teodolfo, de 68 años, volverá a fajarse con la vida para sacar adelante a sus allegados. A falta de un salario fijo, intenta llevar alimento a su mesa con trabajos esporádicos de perforador. Pero él seguirá atendiendo a quienes se presenten en su residencia. “Es lo correcto”, atestigua. “Eso sí, preferiblemente que se acerquen durante el día…”, afirma en tono jocoso la abuela de Stewart, Rosa Toro, de 61 años.

El pequeño, entre tanto, continúa frente a la efigie. Ha recorrido cada una de sus facciones cientos de veces en busca de nuevas revelaciones. Pero, entonces, despierta de su trance, mira al reportero y lanza un mensaje a los incrédulos: “Tengan fe. El Señor nos puede ayudar a todos”.

El supuesto milagro de Dulce María

Hace unos cuatro meses, el liviano cuerpo de Dulce María, una niña de dos años que reside en Muluncay Grande con sus padres y su abuela, Betty Colombia, se llenó de granos y pequeños abscesos, que le provocaron una infección aguda.
La familia visitó a numerosos médicos, que no hallaron un remedio para la enfermedad. “Le recetaron medicinas, pero no se curaba. Uno nos comentó que podía deberse a la contaminación de las minas, otro que a una alergia... Pero cada vez iba a peor. Entonces, los granos le llegaron a la carita”, relata.

A raíz de la presunta manifestación divina, Betty, de 52 años, sugirió a su hija que fuera a rezar a casa de sus vecinos. No tenían nada que perder, así que decidieron probar suerte el pasado domingo: “Cuando mi hija llegó, había una lagrimita en la imagen. La cogió con un dedo, pensó con fe que Diosito la iba a curar y la pasó, desde los piecitos, hacia el resto del cuerpo”.

Aquella tarde, los granos supuestamente “se secaron”. Y, según Betty, desde entonces ha mejorado. “Antes estaban en carne viva y ella lloraba. Pero ya no”, remarca mientras muestra las heridas, que ya no supuran. “Nosotros no tenemos motivos para mentir”, sentencia.

“Me preocupa que si voy mucho, la gente crea que estoy confirmando”

Hermenegildo Torres, obispo auxiliar de Machala, asegura a EXTRA que la diócesis está haciendo “un acompañamiento” a los vecinos de Muluncay Grande. Una labor que se ha encargado “al párroco de Zaruma”, Juan Guanuche, con el objetivo de que este se muestre “cercano”, recabe “información” y oriente a los moradores.

“Aún no tenemos una conclusión. Como se suele hacer en estos casos, estamos pidiendo a todos un poco de calma. En algún momento habrá elementos para dar un pronunciamiento”, advierte.

El obispo auxiliar recuerda que, en casos anteriores, la Iglesia ha necesitado “años” para emitir una postura oficial. Por eso pide prudencia a quienes hablan de un presunto milagro como el de Dulce María: “Ahí deben intervenir los entendidos. No lo estoy negando ni afirmando. Estamos investigando”.

Pero Teodolfo Castillo y Rosa Toro no se sienten arropados. Según el primero, los contactos con el párroco de Zaruma no han sido lo cálidos que esperaba. “Como sacerdote, yo creo que debería estar acá. Vino una vez y no ha regresado. No sé si estaré cometiendo un error por decir esto. Pero a mí me decepciona un poco”, manifiesta apenado.

Aunque comprende su inquietud, Guanuche aclara que existe una razón de peso para que su presencia en el domicilio no haya sido constante. “Me preocupa que si voy mucho, la gente crea que estoy confirmando el hecho. Sería un problema. Por eso he evitado estar demasiado con ellos. He compartido más con la gente para entender el sentir del pueblo. Yo no digo ni que es verdad ni que no lo es. Para mí, lo fácil sería afirmar que el Niño lloró, levantar un santuario...”, puntualiza afable.

El párroco de Zaruma confirma que los Castillo-Toro no están aprovechando lo ocurrido para obtener un beneficio económico. Y opina que la veracidad de casos como este, más allá de lo que dictaminen las autoridades eclesiásticas, a menudo la dan los propios lugareños. “Si la gente acude, a la Iglesia no le quedará más que confirmar”, remata.