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¡Pagan por rumbear con bailarines!

Johanna Pisco, Quito
Al cruzar la puerta de la salsoteca, Andrea Grijalva intenta convencerse de que a su timidez solo le queda un suspiro. Pero al mismo tiempo le invade una extraña sensación. “¿Y si he contratado a un ‘escort’ sin darme cuenta en lugar de a un bailarín?”, se pregunta una y otra vez.
Julio Benítez, uno de los pocos ‘taxi dancers’ de Ecuador, la espera en el interior. Viste de negro, elegante, seductor. Las luces de colores proyectan su sombra sobre la pista de baile.
Camina lento hacia Andrea y se detiene frente a su clienta. Al verla vacilante, le pregunta si es ella. La joven, de 28 años, asiente y ambos se dirigen al fondo del salón para conversar y así romper el hielo. No en vano, son dos extraños que, en pocos minutos, fundirán sus cuerpos al son de los ritmos más sensuales.  
-¿Sabes bailar? -le pregunta el profesional.
- No- replica Andrea entre risas.
Antes de entregarse a la música, él intenta que la chica se sienta cómoda. Y ella, ‘picada’ por la curiosidad, inicia una especie de ‘interrogatorio’.
“¿Cómo funciona esto?, ¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?, ¿Cómo te ha ido con otras?”, le ametralla la chica.
Julio, de 35 años, le aclara que se inició en el oficio hace cinco años y que su carácter “paciente” le ha ayudado a congeniar con las clientas. Porque, en el fondo, “todas son distintas”.
 Diez minutos después, el ‘taxi dancer’  extiende la mano a la joven. “Vamos a bailar”, le exhorta. Andrea vuelve a sonreír. “Noooo”, suplica ruborizada. Pero sabe que ha llegado su hora. De modo que cede y, tras coger la mano derecha de Julio, se dirige sigilosa hacia la pista.
Entonces emergen varios mirones. Sus ojos reflejan cierto desconcierto al ver a una principiante ‘empatada’ con un profesional. Ella ‘pierde’ el paso en los ritmos lentos, pero Julio no se exaspera y, con cierta sutilidad, dirige los movimientos de la joven.  
Aunque la salsa es para ella un ‘idioma’ incomprensible, se afana por interpretar los gestos de su pareja a marchas forzadas.

ELLA SE SUELTA
Les acompañan otras nueve parejas. A ella no parece importarle su alto nivel. Porque en las canciones más rápidas, su inexperiencia es casi imperceptible. Aunque prefiere no admitirlo, sabe que despierta la envidia de aquellas mujeres que continúan sentadas, solas, sin nadie que les ayude a disfrutar de la noche.
“Prefiero dejarme guiar, intentar seguir la música y aprender lo más que pueda en el tiempo que esté con él”, asegura Andrea después de secar las primeras gotas de sudor de su frente.
Su semblante ha cambiado. Ya luce despreocupada. Después de tres canciones, sus dudas se disipan tras escuchar el 1, 2, 3 del guaguancó.

FÁCIL CONFUSIÓN
“Muchos nos confunden con ‘escorts’. Les cuesta desvincular un servicio personalizado por horas de esa concepción”, sostiene el bailarín. En verdad, cree que se trata de una cuestión cultural, pues la actitud ‘curuchupa’ del capitalino es “difícil” de disuadir: “He tenido que aclarar la idea a varias personas”.
Pero Julio subraya que una vez superados los prejuicios iniciales, la clienta suele relajarse, la noche fluye e, incluso, algunas le envían posteriormente a otras personas recomendadas.
De modo que al final de la velada, a menudo se crea un clima de confianza entre el profesional y la aprendiz, que suele terminar con alguna confesión inesperada. “La intimidad del baile les lleva a contarme cosas, a conversar... Y es que  no podemos quedarnos sin decir ‘ni pío’ sobre la pista”, bromea.
Julio ha conseguido que Andrea cambie su visión sobre un género musical con el que antes no sentía “ninguna afinidad”. Pero a pesar de la sensualidad de estos ritmos tropicales, no hay ningún tipo de tensión sexual entre ambos. Pegan sus cuerpos porque “así es más fácil sentir el ritmo”, comenta la muchacha. Para él se trata de hacer lo que ama y, además, que le paguen por ello. Y ella busca vivir una experiencia distinta que, quizás, nunca hubiera dado resultado con alguien conocido.
En las tres horas que dura su ‘contrato’, bailan más de 15 canciones. Entre una y otra, el bailarín pide permiso a Andrea para ir al baño y refrescarse. Le gusta ser pulcro.
El presupuesto de la joven no da para más. De modo que la noche debe concluir. Queda pendiente un segundo encuentro para que Andrea  continúe descubriendo su incipiente gusto por la salsa.

 

25 DÓLARES POR UNA HORA DE DIVERSIÓN
En Ecuador, el precio de una hora ronda los 25 dólares. Y aunque en el país es un oficio casi nuevo, en otros lugares data de hace un siglo.  
A principios del XX, las ‘dime a dance girls’ (chicas de diez centavos por baile) frecuentaban los grandes salones de entretenimiento de San Francisco, Estados Unidos. Se convirtieron en una suerte de anfitrionas, que acompañaban a quienes no tenían a nadie para bailar.
El servicio pronto se trasladó a otros territorios y se convirtió en parte de la oferta turística. En Argentina, por ejemplo, una hora con uno de estos bailarines puede costar hasta 150 dólares, dependiendo de su nivel de conocimiento.
En cambio en Estados Unidos, donde la oferta es mayor, se sigue pagando por canción. Y la tarifa suele rondar los dos dólares aproximadamente.

“EN ARGENTINA Y OTROS PAÍSES HAY CATÁLOGOS EN DISTINTAS CATEGORÍAS”
Fue en Buenos Aires donde Julio Benítez conoció este ‘arte’, antes de que decidiera importar la idea a la capital ecuatoriana.
“Allá (en Argentina) y en otros países, hay catálogos de ‘taxi dancers’ en distintas categorías y, de acuerdo a eso, se estipula el valor de cada uno”, rememora.
En Ecuador solo existen cuatro bailarines que ofrecen esta clase de servicios: dos hombres y dos mujeres. Él se especializó en tango y tiene un nivel alto en salsa. Porque cada uno de ellos posee un conocimiento específico dentro de determinadas disciplinas. Una de sus compañeras, por ejemplo, es cubana y se dedica principalmente a la salsa.
La oferta responde a las necesidades de los aficionados, que buscan practicar, conocer los trucos de cada baile y pasar un buen rato. “Generalmente, son personas algo introvertidas, que después de algunas sesiones se desenvuelven de manera más sencilla sobre la pista”, puntualiza el profesional.
Además, gran parte de los usuarios cuentan con una preparación académica de alto nivel. “Saben manejar la terminología y las reglas sociales de cada grupo”, apostilla Julio.