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La creían muerta y apareció a los 69 Años
Desde Perú, la desaparecida Victoria Torres Espinoza buscaba a sus parientes y EXTRA se los encontró. Tiene una numerosa familia, que sobrepasa los 500 integrantes. Unos irán a verla y otros le prepararán la bienvenida en Naranjal.

En la gráfica, cuatro hermanos de Victoria: Benedicta, Flor, Felipe y Eloy Torres. Todos han fallecido.
Carola Cáceres, Naranjal (Guayas)
El sábado 10 de septiembre es una fecha que la numerosa familia Torres jamás olvidará. Una tía, a quien creían muerta por más de medio siglo, apareció gracias a la publicación de este diario.
Eran las nueve de la mañana cuando Nelly, como es su rutina, salió a comprar pan en el cantón Naranjal. La propietaria del negocio, nada más verla, le preguntó si su apellido era Torres. Al conocer que sí, lanzó otro interrogante. “¿Usted conoce a los Torres Espinoza?” Ella, sorprendida, contestó con una afirmación: “Sí, es mi papi”. Entonces la dueña de la panadería le contó que en EXTRA había salido una señora, llamada Victoria Torres Espinoza, que estaba buscando a sus familiares.
Nelly se sobresaltó, pero enseguida se acordó de su tía, hermana de su papá, William, quien se había ido a Perú en un barco que lo dieron por hundido. Estaban convencidos de que la mujer había fallecido porque nunca se comunicó con ellos desde entonces.
Verla en el periódico la llenó de emoción. Así que tomó el teléfono y empezó a llamar a sus hermanos, primos y sobrinos. Luego contactó con EXTRA para ver de qué manera podían reencontrarse con ella. Y desde ese momento, el teléfono no dejó de sonar en la redacción. Fueron varios los parientes de Naranjal y Guayaquil que telefonearon a este diario. Les parecía increíble que Victoria hubiera aparecido después de 69 años.
Entre los parientes que desbordaban felicidad estaba Ninfa Torres Acuria, otra sobrina de Victoria que lloró al saber que aún seguía viva.
“Un sobrino me llamó el sábado y me dijo que un familiar nuestro había salido en EXTRA, diciendo que quería regresar a morir a su tierra. Nunca me imaginé que se trataba de mi tía Victoria. Pensé que era un hijo de mi hermana, que de la misma manera lo tenemos desaparecido desde hace unos 20 años”, expuso.
La alegre señora narró que, pese a no haberla conocido, siempre la tuvo presente en su memoria, porque su papá Wilfrido Torres le hablaba mucho de ella y de la forma en que había desaparecido.
La infancia
Rosa Torres, hermana de Ninfa, de 79 años, aún recuerda algunos de los gratos momentos que compartió con su familiar. Tenía 11 años cuando la llevaba a pasear a un parque del Puerto Principal. “En ese entonces, mi tía era una muchacha muy guapa y alegre. Le gustaba andar bien pintada y encarterada. A veces dormíamos juntas porque era bien cariñosa”, contó.
En aquella época, todos habitaban en una hacienda llamada Bola de Oro, en el cantón Naranjal. Pero sus abuelitos, Ramón Torres Andrade y Natividad Espinoza Macharé, dejaron de trabajar allí y se mudaron a Guayaquil, por la calle Eloy Alfaro, cerca del colegio La Inmaculada. En aquel lugar Victoria conoció a Gustavo, un maquinista de tranvía con quien se comprometió. Pero la unión no debió de durar mucho tiempo.
No se conoce si fue ese fracaso lo que la llevó a desaparecer un día, sin decirle nada a sus familiares. “Una mañana salió y nunca regresó. No llevó maleta, no llevó nada, solo su cartera de mano. La buscamos y nadie dio razón de ella. Incluso mi abuelita la hacía sortear para conocer su destino. Y lo que siempre le decían era que estaba viva. Por eso ella murió con la esperanza de que su hija estaba con vida”.
Un sueño que se hizo real
Tres días antes de la publicación, Rosa, sobrina de la mujer, tuvo un sueño premonitorio.
“No pude descifrarlo, fue algo inexplicable. Casualmente, el miércoles 7 estábamos desayunando con mi hermano y le conté que ese día había soñado con mi tía Victoria. En mi sueño la veía viva, delgadita y con un perro entre sus brazos. También la veía caminando por un campo o unas lomas y cómo le sobaba la cabeza a unos niñitos. No sé qué niños eran, pero ella no aflojaba a su perro. Y el sábado para mí fue una sorpresa, algo impresionante verla en el periódico, en una foto, con un perro en sus brazos. Yo me alegré y estoy desesperada por verla”, resaltó.
Su emoción es tal que Rosa quiere viajar a Perú para ser una de las primeras en ver y abrazar a su querida tía, la única que ha sobrevivido a sus hermanos: Martín, Lucas, Wilfrido, Felipe, Eloy, Flor y Benedicta.
Natividad Torres, de 84 años e hija de Lucas, también conoció a su tía Victoria. Comparten no solo recuerdos de su niñez, sino también bastantes rasgos físicos.
Su mente lúcida le recuerda como una mujer de contorneado cuerpo. Lo que no sabe es por qué tomó la decisión de irse de un momento a otro.
Después de su desaparición, su abuelito, papá y tíos les contaban que el barco en el que se había embarcado supuestamente se viró. Intuían que se había ahogado. Por eso todos la creyeron muerta y nadie tenía la esperanza de volverla a ver.
Y mientras con el tiempo la hipótesis de su muerte tomaba fuerza, Victoria rehacía su vida a lado de un peruano que conoció en Lima. Así lo contó ella a unos amigos del vecino país, a quienes, después de enviudar y sin haber procreado hijos, les pidió que la ayudaran a buscar a sus familiares en Ecuador porque quería regresar a morir en su tierra.
A sus 90 años, la mujer no ha olvidado sus raíces. Relató que había vivido en la hacienda Bola de Oro, en Naranjal, y que luego, junto con su familia, se mudó a Guayaquil. Concretamente, a un sector donde había una empresa eléctrica y un convento de monjas.
También proporcionó los nombres de todos sus hermanos y la fecha en que decidió, supuestamente por trabajo, dejar atrás a su familia. Tras un largo viaje por mar, llegó a Perú, donde se estableció el 7 de septiembre de 1948.
Algarabía en Naranjal
Para conocer un poco más la historia de Victoria Torres Espinoza, EXTRA se trasladó a las calles 7 de Noviembre y Bolívar, del cantón Naranjal, a la casa de William Torres. Algunos miembros de la familia se congregaron allí. Parecía una fiesta. Todos estaban contentos por conocer el paradero de su tía desaparecida. Unos debatían cómo podían traerla de regreso, mientras otros planificaban su bienvenida en un local con capacidad para 250 personas.
El debate fue largo. Según indicaron, los Torres Espinoza son tantos que ni cerrando los extremos de las dos calles alcanzaría para acoger a los más de 500 integrantes del clan.
Al final, acordaron reunirse nuevamente con el resto de sus allegados para fijar día y hora de su regreso desde Lima, así como el lugar donde le darán el grandioso recibimiento.