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Diario Extra Ecuador

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¡Dios le dijo que no se irá todavía!

gracias a extra, la fundación teletón y nuestros lectores, Jilma, la niña que sufre un cáncer terminal, recibió las coquetas de princesas que tanto deseaba y varias sorpresas más.

Francisca contagió a Jilma su emoción cuando llegaron las cómodas para su niña más engreída.

Francisca contagió a Jilma su emoción cuando llegaron las cómodas para su niña más engreída.Gerardo Menoscal / EXTRA

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El cáncer no logra apagar la sonrisa de Jilma. Tampoco ese espíritu valiente que anida en su corazón. Cada noche, antes de dormir, pide a las células de su cansado cuerpecito que se porten bien, que no se vuelvan malignas...

La niña, de 13 años, les ruega que la dejen vivir porque todavía desea estudiar y jugar con los demás chicos de su barrio, en Mocache, Los Ríos. Ella insiste en sus plegarias, por mucho que los médicos hayan optado por cesar los tratamientos, después de que no soportara las últimas sesiones de radioterapia. El objetivo de los doctores era combatir dos masas tumorales que se están extendiendo en su columna vertebral. Pero no pudo más, igual que el bolsillo de su familia, vacío tras tantos gastos.

Además de darle el alta indefinida, los especialistas le detectaron dos tumores nuevos en el cerebro. A su regreso a casa, empeoró tanto que sus familiares más cercanos creyeron que había llegado el final. Durante ocho días seguidos, no dejó de vomitar y no ingirió alimento alguno. Cada mañana, su abuela Francisca Tenorio le preparaba agüita de matico con manzanilla, pero su estómago no demoraba en arrojarla...

Pasaba las horas postrada en su camita, con el rostro pálido y las manos heladas, precisó a EXTRA su progenitora, Jessenia Ibarra.

Pero Jilma aún albergaba la esperanza de que, muy pronto, uno de sus mayores anhelos se hiciera realidad: tener una cómoda-coqueta, pintada con dibujos de princesas.

Para acompañarla, su madre y su abuela se arrodillaron, oraron y suplicaron a Dios que espantara al espectro de la muerte.

En aquel momento, la fe fue una buena medicina para ella. Jessenia trataba de animarla, asegurándole que la coqueta ya estaba en camino, que debía ponerse bien para el día en que la recibiera. La pequeña, desde su lecho y con un esfuerzo casi titánico, abría los ojos, y de sus labios afloraba una leve sonrisa a media asta. Pero al instante, caía de nuevo en una especie de duermevela permanente.

Una de aquellas mañanas de angustia e incertidumbre, al despertar, la chica hizo una revelación a sus allegados. Había soñado con el Señor, a quien visualizó en el cielo, vestido de blanco y oro. “Me dijo que me quería, que todavía no deseaba que me fuera de este mundo, que disfrutara, que siempre va a estar a mi lado”, confesó al equipo de este Diario. Para ella, aquel encuentro fue real.

Recuperación

Apenas 48 horas más tarde, los vómitos cesaron y pidió a su madre que le hiciera una sopa de pollo. Por primera vez en mucho tiempo, comió con ganas. Así que se animó, alzó la mirada y decidió volver a luchar.

Poco a poco parecía recuperarse. Así que compartió con sus parientes su nuevo caprichito: unos cangrejos. Jessenia se preocupó. Creía que tal vez aquella era su última voluntad, que era su forma de decir adiós a quienes tanto quiere. Entre constantes rezos la mujer, angustiada, accedió. Así que viajó a Quevedo en busca de un atado de estos sabrosos mariscos.

Jilma devoró cuatro, con arroz y maduro. Y su estado de ánimo mejoró mucho, más aún la mañana en que un equipo de EXTRA se presentó en su hogar para llevarle no una, sino dos cómodas-coquetas de madera, donadas por la Fundación Teletón.

La niña estaba avisada de la llegada de su regalo, de modo que esperó durante un largo rato en la ventana para recibir a aquellos extraños que únicamente pretendían hacerla feliz.

Cuando el vehículo se estacionó al pie de la vivienda, se cubrió el rostro con las manos, emocionada. “¡Estoy feliz! ¡Mi sueño se ha cumplido! ¡Muchas gracias!”, exclamó eufórica para fundirse acto seguido en un sentido abrazo con su madre y su abuela.

Pero había más sorpresas. Mariano Vaca, el padre de Antonella, una niña fallecida de cáncer, cumplió la promesa que hizo a través de este Diario después de que los lectores le ayudaran a decorar el cuarto de su criatura. Y le llevó la peluca de su hija y una cama hospitalaria, con un colchón antiescaras. “Ella está en el cielo y sé que me cuida”, asintió Jilma cuando le colocaron la cabellera postiza, de tonos oscuros. Mariano, en ese instante, amagó con llorar. Demasiados sentimientos concentrados en un solo segundo...

La pequeña no tardó en guardar su ropa en los cajones, así como sus muñecas y peluches. Quería aprovechar aquel momento que había esperado durante tanto tiempo. “Mi hija me pidió que ya no la someta a más sesiones de quimioterapia”, reveló entonces Jessenia entre lágrimas.

“Me siento muy agradecida, contenta. Porque para mí ella es mi hija. ¡Gracias a mi Cristo, bendito y salvador!”, subrayó Francisca.

Ahí, Mariano también se quebró. Y compartió sus vivencias con las dos mujeres: “Este caso me recuerda al de mi hija. Me llena de alegría poder ayudar con un grano de arena. Vamos a estar pendientes y seguiremos apoyando la campaña de EXTRA en beneficio de esta familia guerrera”.

Tocaba regresar a Guayaquil. Pero todavía faltaba la despedida. De modo que Jilma dejó de jugar y, junto a su progenitora y su abuela, volvió a levantarse una vez más, en esta ocasión para salir a la calle y despedir con la mano y una sonrisa plena al equipo.

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