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Diario Extra Ecuador

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Se bañan en el armario y se duermen con las estrellas

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Gelitza Robles, Portoviejo (Manabí)
Se acomoda en su colchón teñido de gris y cubierto por una sábana delgadísima por el uso. Ubica sus brazos bajo la nuca, para convertirlos en una almohada y su mirada se pierde en el cielo renegrido de Portoviejo.
La vereda es, desde el pasado sábado, la habitación donde descansa Guido Cedeño. Si hay algo bueno de dormir a la intemperie y sin el servicio de energía eléctrica, es que las estrellas vuelven a ser las protagonistas de la noche y brillan más que ojos saltones en el firmamento.
El terremoto de 7,8 grados de magnitud que sacudió al país el pasado fin de semana hizo huir de sus viviendas a Guido y sus vecinos de las calles Córdova y 9 de Octubre, en pleno centro de la capital manabita.
Apenas el sismo dejó de remecer a la tierra que los vio nacer y notaron que las paredes de sus casas se habían caído o cuarteado, sacaron lo necesario para formar un nuevo hogar con techos formados con cortinas y colchas, sobre la vereda de la calle 9 de Octubre.
Los aproximadamente 50 moradores de este sector comercial limpiaron sus lágrimas y transformaron el pánico en creatividad. Tomaron un armario que sufrió un daño y lo convirtieron en una ducha que fue instalada junto a los más de 25 colchones donde cada noche intentan dormir.
Así mismo, sobre una vetusta mesa de madera ubicaron una cocineta en la que preparan sus alimentos. “Aquí todos somos hermanos, papás, cuñados. Todos nos convertimos en una familia y nos apoyamos”, reitera Guido, señalando a sus vecinos, que ya a las 21:00 estaban acurrucados por la oscuridad.
El buen humor y el ‘don’ de Martha Piloso para contar chistes ha reemplazado a la televisión, que antes los entretenía cuando el sol se ocultaba. La sonrisa de la joven ilumina la oscuridad y asegura orgullosa que si bien el terremoto es una pesadilla, los manabitas son personas fuertes y alegres y le ven el lado positivo a las tragedias. “Nos hemos unido más, todos aquí somos una familia y nos damos la mano”, destaca.
Toma un tacho blanco, lo llena de agua y se lo echa en la cabeza a ‘Melo’, un adulto con capacidades diferentes que se mete al ‘armario-ducha’ para asearse antes de dormir. “Antes nos dábamos el gusto de ducharnos durante 20 minutos, con calma. Ahora tratamos de hacerlo rápido, porque es incómodo bañarse al aire libre. Además, tememos a las réplicas”, indica Martha.
Su pariente, Marilú Piloso, muestra su piel bronceada. Agrega que como ahora su hogar está al aire libre, su cutis se tuesta a diario con el inclemente sol. “Estamos traumados, por eso tratamos de ubicarnos en la mitad de la calle por miedo a que nos caiga alguna pared. Por eso nos quemamos”.
La mayoría de aceras portovejenses son ahora dormitorios. A falta de una cama, cuatro jabas de cervezas sostienen el colchón de Glenda Párraga, en el callejón Villegas. Ríe cuando habla de su original catre y resalta que “como no tenemos, cualquier cosa es buena para estar más cómoda”. Asegura que es mejor ver el lado positivo de los hechos.

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