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“¡Apiádese, Sr. Guacho!”
Crónica de los padres del secuestrado, Óscar Villacís, en la que hablan de cómo viven estos angustiosos momentos. Piden que lo liberen y, por lo pronto, vídeo o foto donde se vean a los cautivos.

“Mi hijo es solo un muchacho risueño, sin maldad en su corazón”. María Gómez, madre de Óscar Villacís
Desde el pasado lunes 16 de abril, la existencia de la madre ecuatoriana, María Natalia Gómez Itullango, de 56 años, se ha convertido en un verdadero calvario.
Esa humilde casa en la que habita con parte de su familia, en un descuidado callejón cercano al cruce de las avenidas Río Leila y La Lorena, suroeste de Santo Domingo, es testigo silencioso del infierno por el que atraviesa esta mujer.
“¡Me siento atada!, ¡me siento encadenada sin poder hacer nada!”, dice con una voz fuerte que, de todas maneras, resume impotencia.
Desde entonces, la duda le carcome el alma y la mantiene en un verdadero sin vivir. Por eso, la incertidumbre solo la deja cada noche dormir apenas un par de dos horas.
Todo surgió porque ese día vio el vídeo en el que uno de sus hijos suplica al presidente, Lenín Moreno, ayuda para salvar la vida de él y de la de su novia.
Ahí ve al muchacho y su pareja en medio de dos sujetos armados hasta los dientes, en trajes camuflados y pertenecientes -por lo que se sabe- al frente disidente de las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ‘Oliver Sinisterra’.
“¡No me le hagan nada!”, suplica. A ella la filmación se la mostró esa fecha una de sus hijas a través de las redes sociales. “Desde entonces, estoy muerta en vida”, asevera.
Su corazón de mamá la hace levantarse todas las noches de su cama para sentarse en uno de los dos viejos sofás que hay en su apesadumbrado cuarto para recordar al hijo ausente .
Allí piensa qué será de la vida de Óscar, uno de los siete que tuvo. Ese muchacho por el que suspira y que le nació el martes 8 de junio de 1993 en la ciudad amazónica de Puerto Francisco de Orellana o El Coca, provincia de Orellana, nororiente del país, y que es la luz de sus ojos.
A él se lo secuestraron en compañía de su novia en territorio fronterizo con Colombia hace más de dos semanas.
Ahora de los pocos consuelos que tiene ahora es ver, en el pequeño televisor que hay en su habitación, el canal comunitario, aquel que tiene como una de sus consignas informativas pasar un anuncio para dar con el paradero de los ecuatorianos, Óscar Efrén Villacís Gómez y Katty Vanessa Velasco Pinargote.
Ella sufre por la ausencia de su hijo en manos del hoy muy temido y muy mentado, Walter Patricio Arizala Vernaza, más conocido como Guacho.
De allí que las palabras que dijera recientemente un alto funcionario policial y que, en su opinión, sembraban dudas sobre el comportamiento de su hijo le dieron tan duro y la indignaron hasta el cansancio no solo a ella, sino a su familia, en particular, a sus hijas Zulay y Elvia Villacís Gómez.
“¡Mi hijo no es ningún delincuente!”, enfatizó antes de irse en un llanto prolongado hasta volver a respirar para decir: “Él es tranquilo, alegre, trabajador y muy pobre, por si acaso”, reflexiona esta mujer entrevistada por Diario EXTRA que la visitó en su hogar.
“Que me digan dónde está que voy a pie; si quieren que les ruegue, les ruego; si tengo que hablar con alguien no más díganme dónde voy para hablar, para que me lo devuelvan pero, por favor, no le hagan daño a mi niño ni a su pareja”, pidió al paso que comenzó a llorar inconsolablemente.
La carta
Desesperada la mujer envió una carta al que se supone es el responsable del secuestro, Guacho.
Y como no sabe leer ni escribir, solo firmar, se la dictó de viva voz a una de sus nietas.
La joven llevó al papel el clamor de esta mujer que estuvo hospitalizada hace unos días por problemas cardíacos derivados de la pena que la embarga por su hijo.
La carta, en limpio, dice: “Sr. Guacho le pido que por favor no le haga daño ni a mí ni a mi hijo que ningún daño le hemos hecho”.
Es de informar que hace pocas horas, Guacho pidió en un comunicado crear un corredor humanitario para entregar los tres cuerpos de los enviados especiales de El Comercio asesinados en cautiverio y a los dos ecuatorianos secuestrados.
La carta prosigue: “Que se comunique con nosotros para saber algo de él y que debe darse cuenta que sus familiares están sufriendo y que sus hijos y nosotros los esperamos”.
“Sr. Guacho, por favor, nosotros no lo conocemos, no sé por qué no nos dan información”.
“El papá salió hace 7 días del hospital y está muy grave por los hechos sucedidos”.
“Mi hijo es una persona trabajadora y feliz y además no le ha hecho maldad a nadie”.
“Apiádese de nosotros, usted también tiene familia, ya son varios días que no sabemos del paradero de mi hijo, por favor, se lo suplico que me lo regrese con vida, sano y salvo”. Firmado por María Natalia Gómez Itullango. Para Doña María, que regrese su hijo sería como volver a darlo a luz. “Él ni ella tienen nada que ver. No son más que un par de personas comunes y corrientes”.
“Mi hijo ha sido desde estucador, vendedor de pescado, de helados, y hasta chofer”
En una habitación de una casa familiar ubicada en la calle Los Chibchas, de la cooperativa Unidos para el Pueblo Venceremos, sureste de Santo Domingo, el papá de Óscar, Héctor Iván Villacís Ponce, pasará quizá el próximo viernes 4 de mayo el cumpleaños más amargo de su vida.
Todo apunta a que hará 62 años teniendo la certeza de que uno de sus hijos más apegados a él no estará para felicitarlo y, menos, para llevarle las medicinas que con frecuencia le consigue. “Es un bueno hijo que está pendiente de mí”.
Con el poco dinero que Óscar puede darle compra los medicamentos no solo para la agresiva diabetes que lo afecta hace varios años, sino también para medio mantener, en general, su deteriorada salud.
Medicinas para el dolor muscular, el reumatismo y la hinchazón, para desinflamar la próstata y vitaminas para revitalizar se convierten en el regalo mensual que su hijo le daba hasta antes de ser secuestrado.
“De lo único que no sufro es de la presión, pero con la noticia del secuestro no di para más y terminé hospitalizado una semana”, recuerda este adulto que, desde entonces, no para de llorar la ausencia de su muchacho.
“Mi hijo no estudió, ha sido estucador, vendedor de pescado, de helados, y hasta chofer, qué peligro puede representar y qué interés tener, ¡ninguno!”, afirma Villacís Ponce.
“¿Que regresen a mi hijo, por favor, doy fe de que es gente de bien. Él me da de lo poco que puede ofrecerme”, explica. “¡Respétenle la vida, por piedad”, suplica.