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Crónica
Con el sudor de sus manos se ganan la 'papa'
Un tejedor, un estilista y un experto en manualidades se ‘sacan la madre’ para mantener a sus familias. Dos de ellos instalaron sus negocios en pilares de la Bahía de Guayaquil
Por sus puestos pasan a diario decenas de personas, unos se detienen a adquirir sus productos o solicitar sus servicios; pero también se pasean los ‘miranda’, pero este trío de ‘camelladores’ sin ser economistas, saben y entienden cómo está la situación financiera del país por culpa del COVID-19.
Y aunque a algunos les parezca raro, ellos desempeñan tareas que por lo general son realizadas por mujeres: depilan, tejen y elaboran manualidades. Les ‘valen’ las bromas, pues aseguran que tienen demasiada personalidad para dejarse llevar por comentarios.
Tienen manos hábiles y sus clientes en la Bahía de Guayaquil lo constatan. Ninguno de ellos cuenta con redes sociales para promocionarse, confían en el ‘boca a boca’ como medio de difusión; y les ha ido bien.
El tejedor de sueños…
A los 12 años, gracias a las instrucciones de una monjita, Rafael Irazábal, de cuatro décadas de vida, aprendió a tejer en un colegio del cantón Milagro, Guayas. Hace tres años desempolvó sus conocimientos por necesidad económica, desde entonces instaló su ‘negocio’ en un pilar de las calles Chimborazo, entre Ayacucho y Manabí. Labora informalmente de lunes a domingo, de 10:00 a 18:00.
Sus dedos son como máquinas tejedoras, que en 25 minutos hace los escarpines, su producto estrella, los mismos que vende a 3 dólares, dos por 5.
El dinero que recauda le sirve para pagar el alquiler de su casa en la ciudadela Los Helechos (Durán), sitio donde reside junto con su madre, quien padece de Alzheimer, razón por la cual se quedó en el país, pues su esposa e hijos se fueron a España hace ocho años en busca de un mejor futuro. Su mayor sueño es que su progenitora tenga una buena calidad de vida.
Él tiene su propia clientela, es más, sus artículos los distribuye en La Troncal, Montecristi, Esmeraldas, El Triunfo, entre otros puntos del Ecuador. Aunque cuenta que también ha tenido clientes extranjeros.
“Una vez una cubana me tomó fotos y me hizo un video, pues quería compartir en su tierra que los hombres también tejen”, cuenta. En otra oportunidad, una chilena le compró sus creaciones, lo felicitó y le contó que en su país hay una cuadra de hombres que realizan la misma actividad que él”, señala.
Sus primeros clientes son los transeúntes, a quienes les facilita su número y los pedidos son hechos por WhatsApp, le envían el modelo y se pone manos a la obra. Sostiene que puede hacer cualquier tipo de producto, desde una hamaca, portamacetas colgantes, carteras, gorros, escarpines, etcétera.
Cuando el día está bueno puede vender unos 10 pares de escarpines; aunque asegura que hay ocasiones en las que no logra vender nada, pero no se lamenta, pues indica que la situación financiera de muchos pende de un hilo.
También ha sido víctima de la delincuencia, quienes se le han llevado el producto con disimulo. “Si agarraron uno, regresan por el otro”.
Hay días en los que se gana un par de dólares más, pues en ocasiones le caen sus alumnas, que quieren aprender alguna puntada y por cada enseñanza se gana $ 1.
Al recomendarle que el sitio ideal en el cual no le faltaría ‘camello’ era la maternidad, con generosidad supo decir: “Allá también hay tejedoras, ancianitas, no soy de los que le quita el puesto a nadie, para todos hay”.
Gabinete callejero
En la misma cuadra, a unos 8 metros de la ubicación de Rafael, está Duvier Vera, un venezolano de 30 años, quien en otro pilar ‘paró’ su negocio, el cual tiene letrero de promoción. En él exhibe los servicios que ofrece: pigmentación de cejas (5 ‘latas’), depilación de bigote ($ 3) y axila con cera (6) y colocación de pestañas (5).
Alrededor tiene competencia femenina, pero él no se ‘achola’, pues se aferra a sus 9 años de experiencia en este oficio.
El ‘camello’ lo aprendió de una tía, con quien tenía una peluquería en sociedad, en su país, pero por la crisis migró a Ecuador hace tres años.
Antes del coronavirus atendía aproximadamente a unas 20 personas a diario, ahora son unas 5 o 6. Esto en dinero se traducía en unos 40 dólares, sin embargo, en la actualidad llega a producir de 10 a 20 ‘latas’. “Esto solo me sirve para la renta y medio comer con mi familia: mis dos hijos y mi esposa. Completo la plata con la venta de pantalones, que también comercializo. Lo bueno es que vivo cerca del trabajo, por eso no gasto en movilización”, expresa.
Entre sus clientes no solo están las mujeres, también hay varones, quienes solo acuden a limpiarse sus cejas, por lo general son los acompañantes de sus clientas. “Que este trabajo es para mujeres es mentira, ellas también manejan y hacen actividades de hombres”, indica Vera, quien se encuentra en su poste de trabajo, de martes a sábado, de 10:00 a 19:00.
La pandemia le ahuyentó una parte de su clientela, pero se han sumado las que van de paso y lo ven en acción, quienes se van felices con el resultado y prometen regresar.
Manos maravillosas
En un local situado en Huayna Cápac y Ayacucho, en plena Bahía, resaltan flores de foami en todos los colores y tamaños, al igual que figuras y apliques del mismo material.
Rosa Cadmelema junto con su esposo Washington Navarrete (45 años) confecciona estos adornos, que suelen ser utilizados en fiestas o salones de clases. Sin embargo, el virus pandémico les fregó la venta, pues como no hay clases presenciales ya no van las maestras a comprar sus apliques educativos de árboles, animales, entre otros, para adornar las aulas.
Asimismo se han reducido las ventas de sus flores, empleadas en cumpleaños, baby showers y más eventos. Figuras como Moana, Princesa Sofía, Spiderman, Hulk y más personajes infantiles esperan junto a los Navarrete Cadmelema que aparezca algún comprador.
En el local también está su hijo Andrés, de 15 años, quien ayuda a sus padres en la elaboración y venta de productos hechos ciento por ciento a mano. El tiempo de elaboración depende del tamaño y complejidad del aplique.
“Desde niño le enseño la importancia del trabajo honesto a mi hijo”, dice don Wacho, quien aprendió a hacer estas manualidades hace 7 años, gracias a las indicaciones de un proveedor y se fue de largo...
De las ventas diarias (cerca de 10 dólares) saca para el arriendo de su casa, la comida, el pago del impuesto municipal de su negocio; necesita 300 dólares, pero como su local no está generando como antes de la pandemia, ‘cachuelea’ de electricista, pintor, lo que salga.
“Antes vendíamos 10 docenas de flores grandes al mes, ahora solo una. El precio varía, las más grandes cuestan 20 dólares la docena, las medianas 15. Hay apliques de 50 centímetros que valen $ 5 y los carteles van de $ 15 a $ 25, según el tamaño”, sostiene Navarrete, quien confiesa que hay días en los cuales le toca trabajar hasta la madrugada con tal de cumplir con los pedidos.
Es de pocas palabras, pero de gran ilusión, pues asegura que cuando los confecciona dice con emoción “esto se va a vender”, pero hay ocasiones en las que los clientes se retractan de sus pedidos. Pese a esos sinsabores él está agradecido con Dios por tener sus manos que le permiten llevar 'jama' a su hogar.
Según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), el 48,6% de personas con empleo se encuentra en el sector informal de la economía.