Sybel Martínez es abogada y vicepresidenta del Consejo de Protección de Derechos de Quito y directora del grupo Rescate Escolar. Ha sido crítica del sistema educativo a propósito de la violencia sexual denunciada esta semana en una escuela quiteña y el suicidio de una menor de edad del colegio Mejía, que aún se investiga.

Los últimos datos del Ministerio de Educación sobre violencia en las aulas son preocupantes ¿Cómo entender este fenómeno?

La violencia es emergente, pero se arrastra desde 2017 con casos como El Principito y Aampetra, que incluso dio paso a una comisión en la Asamblea Nacional. El sistema educativo es totalmente responsable.

¿Cuáles son las falencias del sistema educativo?

Son varias, tenemos desde la capacitación a docentes hasta la medición de los índices de estos casos. Las cifras del Ministerio no son reales. Hay un subregistro porque se subestiman las denuncias.

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¿Existen nuevas violencias?

Sí. Por ejemplo, ahora los chicos pueden caer con pederastas a través de las redes sociales. Hay suplantación de identidades, además del ciberacoso.

¿Cómo manejar casos como el suicidio de una estudiante del colegio Mejía?

En 2019 ya se registraron dos casos más. Ese plantel debería ser intervenido y no debería ser del Ministerio de Educación. Porque ya vimos que un profesor que los golpeaba fue defendido por la propia comunidad educativa.

¿La imagen de ‘tradición’ en estos colegios se basa en la violencia?

Hay espíritu de cuerpo. Hay que cambiar la cultura escolar. La violencia está normalizada en las aulas.

¿La justicia también le da la espalda a los niños?

Hay un mensaje claro de que se puede hacer cualquier cosa con impunidad. Hay una mujer acusada de pornografía infantil que salió de su detención, eso es muy grave. Hay incluso respaldo a los agresores.

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¿Cómo influye el crimen organizado en las infancias?

Cuando el Estado no las atiende, las mafias la suplen. Se ve ya en el incremento de la violencia en las aulas y es socializada por lo general en niños de bajos recursos. Algunas escuelas ya son un semillero del crimen organizado y otras un semillero de opresores y oprimidos. Las mafias van por los niños.