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Unidades investigativas y del eje preventivo de la Policía Nacional investigan el caso del asesinato a dos extranjeros.GUSTAVO GUAMAN

Terror en La Foch: narco y violencia se toman el control de este barrio quiteño

La venta de droga y el robo, los delitos más frecuentes en este emblemático barrio de Quito. Operativos por doble crimen cerca de La Foch

Agentes de unidades investigativas interrogan a trabajadores y clientes de una peluquería ubicada en La Mariscal, norte de Quito. Uniformados motorizados resguardan a sus colegas mientras un patrullero ronda la cuadra cada dos minutos, como medida de seguridad.

Uno de los tenientes comentó a EXTRA que buscan información para resolver el doble crimen ocurrido la noche del jueves 24 de julio, en la intersección de las calles José Calama y Reina Victoria. Un colombiano y un venezolano fueron acribillados por dos sujetos en moto que siguen prófugos. Todo apunta a un ajuste de cuentas vinculado con la venta de estupefacientes en la zona.

El asesinato ocurrió a apenas una cuadra de la Plaza Foch, un sitio rodeado por decenas de discotecas, centros de tolerancia y cafeterías. La diversión nocturna que caracterizaba al sector ha sido ensombrecida por la violencia y el delito, según vecinos, taxistas y policías.

Desde el día del crimen se han intensificado los patrullajes por la zona.GUSTAVO GUAMAN

El mismo teniente detalló que hace un mes, a pocos metros del lugar del doble crimen, mataron a otro hombre y dejaron a uno más herido. El trasfondo también habría sido una disputa por el control del microtráfico.

La presencia de la Policía en la peluquería busca determinar si algún empleado o cliente conocía a las víctimas o a los sicarios. Según los moradores, algunos de estos locales funcionan como fachadas para la venta de droga, que luego es consumida por quienes frecuentan las discotecas de la zona.

“La Zona ya no es lo que era”

Carmen, dueña de una tienda ubicada en la José Calama, vive en el sector desde hace más de 35 años. Trabajó como empleada doméstica por casi dos décadas hasta que pudo adquirir su propiedad.

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Recuerda que la Plaza Foch y sus alrededores eran una zona residencial, hasta que aparecieron los restaurantes, luego las cafeterías y, después de los años 2000, las discotecas. Desde entonces, los quiteños comenzaron a llamarla simplemente “La Zona”: la ‘hueca’ de los fiesteros.

Militares se unen a los operativos por el sector de La Mariscal.CORTESIA

Pero con el paso del tiempo, las luces de neón de las discotecas y las impulsadoras que invitaban a los farreros fueron reemplazadas por las luces de las patrullas y la presencia constante de policías y militares.

De hecho, la noche siguiente al doble crimen, se realizó un operativo interinstitucional en el sector. Militares y policías registraban a los motorizados que hacían entregas y revisaban hasta los frascos que llevaban, buscando posibles sustancias ilegales. A cualquiera que consideraban sospechoso lo ponían contra la pared.

Los vecinos no se sienten seguros

El barrio ha cambiado, y no para bien. Lo que más inquieta a los vecinos es el contraste. Por ejemplo, la sede de la Inspectoría General de la Policía Nacional está ubicada a pocos metros del lugar donde mataron a los extranjeros.

El edificio está cercado por varias vallas metálicas y luce impecable, sin graffitis ni basura, como si no formara parte del resto del vecindario. “Es como si no estuviera ahí. Nunca ayudan”, dice Carmen con resignación.

Los militares realizan una requisa a los productos que lleva un repartidor.CORTESIA

Michael, un taxista que trabaja en los alrededores de La Foch, confirma el clima de inseguridad. Asegura que muchos fiesteros han optado por migrar a otras zonas rosas de la ciudad, como La Pradera, donde se sienten más seguros.

Según el Distrito Eugenio Espejo, los viernes y sábados se decomisan entre cinco y siete armas blancas en La Zona. En noches violentas, como la del doble crimen, también se incautan armas de fuego. Además, cada fin de semana se receptan entre 8 y 10 denuncias por robo. Sin embargo, hay otras que no se registran porque las víctimas prefieren callar y evitar posibles represalias de los delincuentes.

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