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Mis Historias Urbanas

Mis Historias Urbanas: Presagio

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Decir no, por error, el día de su boda, fue, a más de una anécdota, un presagio. Tenía diez años con su mujer cuando decidió entrar a la iglesia a legitimar la unión ante el sacerdote. Ella era enfermera. Era, digo, porque para él, hoy está muerta.

Martes de algún mes de hace cinco años. El doctor de la familia, jefe de la esposa, lo llamó alarmado. "Tuvo un accidente". Su hijo andaba apenas por los diez años y una mala maniobra en la terraza de la casa lo hizo caer hasta la planta baja y romperse la pierna.

"Te llamo yo porque tu mujer está demasiado nerviosa. Estamos acá, en el hospital. Ven apenas puedas. El niño está estable, no te preocupes". Cerró. Reconoció el auto de inmediato al llegar. El traje del doctor estaba guindado en el espaldar del asiento del chofer. 

La silueta de su rostro regordete, de médico que irónicamente recomienda comer sano, se dibujaba a lo lejos. No estaba solo. Cuando vio el beso sonrió. Esas pillinadas en el auto enlistaban las anécdotas del ‘doc’, como le decía de cariño. ¿Quién sería la incauta esta vez? ¿Una universitaria? ¿Una paciente? Negó con la cabeza a la curiosidad. 

Lo único que quería era buscar a su mujer y ver cómo estaba su hijo; pero una vez rodeado el auto del doctor, adonde se acercó para ser guiado, la vio allí, dentro del carro, limpiándose la saliva del jefe. Insultos, gritos, llantos y un par de puñetes. El niño estuvo enyesado por buen tiempo. Igual que su corazón.