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¡Se acabó el ‘desfile’ de muertos en la Chemisse!

Lucero Llanos, Guayaquil
El frío de la muerte le ‘echó mano’ a su cintura morena la primera  vez que ingresó a la morgue. “Entré de espaldas. Y a lo que ingresaba la caja para poner al muertito, sentí una mano helada que me topó”, relata el ‘Pelón’, un hombre robusto y con el cabello lo suficientemente largo como para hacerle honor a su apodo.
Cuesta imaginar que alguien con esa talla salió “soplado como un ratón” de  la morgue que hasta el pasado miércoles funcionó junto al Hospital de la Policía, en el barrio Chemisse. Esta experiencia le ocurrió hace 14 años, cuando aún novato acudió a colocar un finado en su ataúd.
 “En ese mismo instante solté el cajón y salí soplado”, comenta entre la risa que le provoca la anécdota y la nostalgia de que el Servicio Médico Legal se haya mudado a sus nuevas instalaciones en la avenida Rodríguez Bonín.
 “Más tarde descubrí que hay muertos que se quedan con los brazos abiertos y caídos. Y eso fue lo que ocurrió esa vez. Topé el brazo de alguno de ellos”, añade el hombre quien desde 2002  ha trabajado en la funeraria que queda al cruzar la calle.
Juan Montenegro, quien por 16 años se desempeñó como jefe del Servicio Médico Legal, explica que antes de que se inaugurara la morgue en el anexo del Hospital de la Policía, las víctimas de muertes violentas se analizaban en el Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Guayaquil, ubicado en el cerro El Carmen, al final del cementerio.
El forense y psiquiatra trabajó en el lugar desde su inauguración en 1991, cuando se desempeñaba como médico legista, hasta su jubilación, en 2012.
Otro personaje que conoció a la perfección el movimiento al interior de esas paredes fue el doctor Segundo Romero, quien  viajó especialmente desde Quito para trabajar como tecnólogo médico en la institución.
“Se inauguró antes que el hospital. Y la primera autopsia fue el caso de un hacendado de Machala, que había estado secuestrado y que fue encontrado en Milagro, entre unos lechuguines”, relata Romero.
Y es que los cuartos de necropsias, las aceras de la calle María J. Gual Domínguez y el muro blanco que tantas veces sirvió para apoyar espaldas, hombros y cabezas afligidas se quedaron impregnados de historias.
Si el cemento hablara, describiría a la perfección el olor salado de la sangre, el tufo  de los cuerpos descompuestos, el número de lágrimas que se pueden derramar en el nombre del amor y los muertos que más atención recibieron de los curiosos.
Los entrevistados coinciden en que el caso que más atención concitó en los exteriores de la morgue fue la del presentador Marco Vinicio Bedoya.  
“Fue el que más conmoción concertó”, asegura Montenegro. “Tuvimos que pedir apoyo de la policía para que las personas no entren, porque querían ingresar”, recuerda.
A diferencia de esa ocasión, un puñado de personas se convertía, el miércoles pasado, en el último grupo de familiares que esperaba un fallecido afuera.  Y  el ‘Pelón’ aprovechaba esto para lograr su última venta en esa acera.
Aunque no trabajó dentro de la morgue, perdió la cuenta del número de cuerpos que acomodó, como quien acuesta a un niño, en el vientre de los ataúdes.
“Una vez me llamaron para que le diéramos el servicio a un descuartizado”, precisa. El funerario narra que, como si se tratara de un rompecabezas, el doctor de Medicina Legal reconstruyó a la víctima; y que tras ello, tuvo que “deslizarlo suavecito para colocarlo dentro del féretro”.
“Cuando ocurre eso no se los puede manipular, ni siquiera vestir porque si los mueves muy fuerte se pueden desbaratar”, aclara, mientras su mirada se pierde entre las lámparas, reclinatorios y demás artefactos que alquila para los velorios.
Mientras sus ojos grababan el movimiento del último día de la morgue en la ciudadela Chemisse, rememoraba que durante estos años apenas bastó un chiflido a la medianoche para que él acudiera al llamado.
“Tenemos otra funeraria en la 40 y Gómez Rendón. Ya estamos allá, pero no es lo mismo”, lamenta, adelantándose a los cambios que enfrentará ahora que el Laboratorio de Criminalística y Ciencias Forenses opera lejos.
“Las nuevas instalaciones son bacansísimas, pero no hay lugar para nosotros”, añade con desazón, pues a pesar de que el Hospital de la Policía continuará funcionando en el barrio, sus principales clientes ya no ‘desfilarán’ al pie de su negocio.

Otras oportunidades
A un par de cuadras de la funeraria, se encuentra el comedor de Jorge Aguirre, uno de los más antiguos de la calle María J. Gual Domínguez.
“Cuando empecé, el mío era el único restaurante que había y una fondita. Eso fue en 1998. Desde entonces, los negocios proliferaron. De dos que éramos ahora hay como 40”, relata el dueño del local, ubicado frente a la Unidad de Vigilancia del Cuartel Modelo.
Aguirre, a quien los moradores del sector apodan como el ‘Padrino’, relata que cuando llegó ya estaba funcionando la morgue.
Cuenta que a lo largo de estos años ha sido testigo del movimiento que se desarrollaba en torno al lugar; y que este aumentaba cuando eran casos “sonados” o de “personas mediáticas”.
Sin embargo, él no considera que su negocio pueda afectarse por la partida de la morgue. “Como mi restaurante está acá, a un par de cuadras, prácticamente no me afecta en nada. Mis clientes son de otras partes, los policías, profesores de los colegios cercanos, de la universidad, etc. A los que les afectaría es a los que están al pie”, opina.
A metros del lugar, una dueña de bazar -quien prefiere no identificarse- comenta que tampoco siente que la partida de la morgue la afectará, porque “el barrio siempre ha sido movido”.
“Aquí vienen más los policías, la gente del hospital y los que viven por aquí. Muy pocos eran los familiares de difuntos que venían. Usted sabe, en esos momentos ni comprar ni probar bocado quieren”, exclama la mujer.


Desde adentro

Los doctores Juan Montenegro y Segundo Romero conocen a la perfección la historia del edificio de Medicina Legal que dejó de funcionar el pasado miércoles.
“Antes de que se construyera el Hospital de la Policía y el anexo, que era donde funcionaba el Servicio Médico Legal, las necropsias se hacían en el anfiteatro que queda en la calle Julián Coronel, donde ahora reciben clases los estudiantes de Odontología de la Universidad de Guayaquil”, narra Montenegro sobre uno de los lugares que antecedió a la antigua morgue.  
“Cuando crearon el Instituto de Medicina Legal de dicha institución, al final del cementerio,  trasladaron para allá a las autopsias de las muertes violentas de los casos policiales. Eso ocurrió hasta 1991 cuando empezó a funcionar en el anexo del edificio ubicado en la primera calle de la ciudadela Chemisse”, continúa el psiquiatra en su relato.
Romero incluso recuerda detalles del día de la inauguración. “Llevamos a un capellán de la Policía para la ceremonia, pero no le habíamos dicho que era la morgue lo que iba a bendecir. Él pensaba que estaba inaugurando parte del hospital”, narra con humor.
Además, menciona que en el lugar se aplicaron novedades para la época, como el uso del bisturí en lugar de sierras.
Pero en esos tiempos el espacio no era igual al que quedó el miércoles. Según detalla Montenegro, el Servicio Médico Legal fue creciendo poco a poco para dar las facilidades a quienes laboraban durante las 24 horas.
“Al principio los tanatólogos que hacían las guardias dormían en la garita”, rememora. Por eso, cuando asumió la jefatura en 1996, consiguió que Carlos Cueva, amigo y gerente de una empresa farmacéutica, les donara la construcción de tres suites para que el personal pudiera descansar durante las guardias.
“En una habitación dormían los disectores, en otra los médicos y en otra el personal que estaba de guardia”, relata.
Sobre el ritmo de trabajo, Romero apunta que “antes habían más muertos”. “Si quiera un promedio de ocho a diez cadáveres. El día que más hubo fueron 17”, reseña el especialista quien ahora trabaja en el nuevo Laboratorio de Criminalística y Ciencias Forenses.

Los decesos más ‘movidos’
Para quienes laboraron en Medicina Legal del Cuartel Modelo y en los negocios cercanos de la Chemisse, existen fallecidos que nunca podrán olvidar por el movimiento que generaron en el sector.
El más nombrado por los entrevistados fue el presentador Marco Vinicio Bedoya. Juan Montenegro, quien se desempeñó como jefe del Servicio Médico Legal, relata que como ocurrió durante la madrugada, familiares, conocidos de televisión y curiosos se agolparon en los exteriores.
El ‘Pelón’ coincide en ello y agrega que la muerte del futbolista Otilino Tenorio también concitó la atención de los curiosos.
“La gente comenzó a llegar bastante”, dijo el funerario.
Asimismo, Montenegro sostiene que hay casos que serán muy difíciles de olvidar. Por ejemplo, la muerte de un niño de apenas tres años que al realizarle la autopsia se descubrió que se había ahogado al ingerir un globo. O cuando determinaron que un ciudadano que falleció en La Libertad lo hizo a causa de los golpes que le propinaron unos uniformados extranjeros. O allá por el 2000, cuando por primera vez encontraron cápsulas de droga en el intestino de una persona.