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Guayaquil

El 14 de octubre, delincuentes colocaron un coche bomba en una zona del norte de Guayaquil, lo que obligó al cierre de la vía durante tres días.Alex Lima

El efecto del terror: cómo atentados y falsas alarmas están enfermando a Guayaquil

El terror va más allá de las explosiones: altera rutinas, vacía espacios y, según expertos, la amenaza constante puede causar paranoia

Una mochila olvidada, un vehículo abandonado o un estallido inusual activan el estado de alerta y terror en los habitantes de Guayaquil, pero también el del caos y la confusión. Es un cóctel de angustia y ansiedad que enferma a los ciudadanos, alimentado por los últimos atentados terroristas, como el del carro bomba en la avenida Joaquín Orrantia, al norte de la ciudad.

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“Mamá, es una bomba”, repetía asustado un niño de cinco años que, por impulso, se escondió debajo de los asientos del auto de su madre cuando circulaban la mañana del sábado 18 de octubre por la vía Durán–Tambo, colapsada por un estruendo. El ruido provenía de la explosión de un tanquero estacionado en una vereda, al que le realizaban trabajos de soldadura.

Después de un evento, la gente evita ciertas zonas, los comercios pierden clientes y los espacios públicos se convierten en lugares de desconfianza”.Malena Marín

experta en tránsito

“Es pequeño, pero consciente de lo que pasa en el país. Las noticias y las redes sociales repiten hechos violentos todos los días, y eso nos tiene presos del miedo”, cuenta la mamá del pequeño.

Ese mismo temor lo vive Viviana Barahona, quien trabaja cerca del sitio donde, el 14 de octubre, se colocó un carro bomba en la avenida Joaquín Orrantia.

“Ahora uno ve un vehículo parqueado y piensa que tiene una bomba. Ya no quiero ir a centros comerciales ni terminales. La inseguridad está desbordada y eso genera más psicosis. Incluso ver un carro encendido sin conductor produce pánico, como ocurrió recientemente en el sur de la ciudad”, relata.

El pasado 18 de octubre, la detonación de un tanquero durante trabajos de soldadura generó caos en Durán, ya que muchos pensaron que se trataba de un atentado.FRANCISCO FLORES

La psicóloga Angélica Galarza sostiene que este fenómeno ha modificado la vida emocional de la población.

“Vivimos en constante alerta. Esa sensación de amenaza permanente altera nuestra forma de actuar y relacionarnos. Cuando no se maneja adecuadamente, deriva en estrés, angustia y ansiedad”, explica.

En el atentado con coche bomba del 14 de octubre, el taxista Wellington Máximo Benítez Mite falleció al
ser alcanzado por fragmentos de metal
durante la explosión.

Galarza detalla que los síntomas más comunes son trastornos del sueño, irritabilidad, dificultad para concentrarse e incluso estrés postraumático, caracterizado por hipervigilancia o la evitación de lugares asociados a hechos violentos.

“A nivel comunitario, también hay pérdida del sentido de seguridad compartida, incremento de rumores y reacciones exageradas ante estímulos simples, como una mochila olvidada o un vehículo mal estacionado”, agrega.

La manipulación del miedo

El psicólogo clínico Alejandro Ruiz advierte que la manipulación del miedo puede tener fines más complejos.

“Existe una alta probabilidad de que se esté jugando con el efecto ‘Pedrito y el lobo’. Se colocan un par de bombas reales, como el coche bomba del Mall del Sol y otro que no detonó, y luego se refuerza el terror con falsas alarmas. Con el tiempo, la gente se cansa y deja de reaccionar. Ese sería el escenario más peligroso”, alerta.

Ruiz considera que el impacto emocional de estas estrategias no genera solo miedo, sino terror, un estado que provoca caos social y es muy difícil de tratar. “El miedo es instintivo, y con los instintos no se negocia”, enfatiza.

Después de un evento, la gente evita ciertas zonas, los comercios pierden clientes y los espacios públicos se convierten en lugares de desconfianza”.Alejandro ruiz

psicólogo

Agrega que los efectos más comunes incluyen ansiedad, histeria colectiva y trastornos de estrés postraumático, todos “primos hermanos de la angustia que domina hoy la cotidianidad de muchas personas”.

“Los miedos deben enfrentarse de manera segura y controlada, pero la pregunta es cómo lograrlo en medio del caos. Mientras la ciudadanía no recupere la confianza en su entorno y en las instituciones, seguiremos atrapados en una espiral de temor y descontrol”.

El 21 de octubre, el bloqueo de un vehículo generó caos. Unidades especiales acudieron para descartar que se tratara de una bomba.CHRISTIAN VINUEZA

Cuando el pánico también colapsa el tránsito

Aunque no siempre intencionales, estos sucesos reflejan cómo la sensación de inseguridad puede alterar la movilidad urbana, modificar la conducta ciudadana y aumentar la percepción de riesgo en la comunidad.

La ingeniera Malena Marín, experta en planificación y gestión del tránsito, explica que este tipo de reacciones no solo evidencian un problema social, sino que también afectan directamente la dinámica vehicular.

“Cada vez que se reporta una emergencia, real o falsa, es fundamental mantener despejadas las vías para que los equipos de rescate puedan actuar. Sin embargo, el miedo y la curiosidad hacen que la gente se acerque o bloquee el paso, lo que retrasa la atención y aumenta el riesgo. Muchas personas no son conscientes del peligro que corren y, al obstaculizar la vía, agravan la situación”, señala.

El miedo se refuerza y a la vez se desgasta con falsas alarmas al estilo Pedro y el lobo, hasta que la gente deja de reaccionar, un escenario muy peligroso”.Angèlica Galarza

psicóloga

Marín añade que las falsas alarmas o los hechos violentos provocan un desequilibrio emocional en los conductores.

“La falta de información en tiempo real obliga a improvisar rutas. Esa incertidumbre genera estrés, decisiones impulsivas y hasta pequeños accidentes por desesperación. Muchos cambian sus horarios o evitan ciertas avenidas, lo que altera la planificación urbana y su calidad de vida”, comenta.

Desde el punto de vista técnico, recomienda que las autoridades apliquen cierres preventivos “aguas arriba”, antes de los puntos críticos, y diseñen rutas de desvío equivalentes o mejores a las vías principales.

“Un cierre debe ejecutarse con autoridad y claridad. No es necesario revelar todos los detalles de la emergencia, pero sí garantizar vías seguras para evacuar el tránsito”, puntualiza.

Marín advierte que la psicosis colectiva tiene consecuencias duraderas: “Después de un evento, la gente evita ciertas zonas, los comercios pierden clientes y los espacios públicos se convierten en lugares de desconfianza. Esto no solo afecta la movilidad, sino también la salud mental y el tejido social”.

El 17 de octubre, una mochila abandonada cerca de un centro comercial generó sospechas de un posible artefacto explosivo.Gerardo Menoscal

Falta de cultura preventiva

El arquitecto y planificador portuario Xavier Gallo coincide en que el país enfrenta un déficit estructural en seguridad y respuesta ante emergencias.

“Se construyen edificios sin escaleras de incendio y urbanizaciones sin rutas de evacuación ni zonas de aterrizaje para helicópteros. Tampoco existen vías exclusivas para vehículos de emergencia. Nuestra planificación urbana no está preparada para eventos de riesgo”.

Gallo enfatiza que la educación ciudadana y la prevención son claves para reducir los efectos del miedo. “Mientras no exista una cultura de responsabilidad colectiva durante una emergencia, será difícil avanzar. La curiosidad, el morbo y la desinformación están reemplazando a la prudencia, y eso puede ser tan peligroso como la crisis misma”, señala.

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