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El caso extremo de compulsión que un psiquiatra de Guayaquil trató con castración
Un hombre de 54 años, religioso y soltero, buscó ayuda para frenar su compulsión sexual. Un psiquiatra de Guayaquil narra su historia clínica
Un hombre de 54 años, soltero, profundamente religioso, rezaba con devoción cada día, pero en la intimidad libraba una guerra secreta: una compulsión por masturbarse hasta cuatro veces diarias y un impulso de exhibirse en plena calle, frente a mujeres desconocidas.
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Este no es un relato de ficción, sino un caso clínico que el psiquiatra y sexólogo Germánico Zambrano atendió en Guayaquil. “Se trataba de un paciente con un dilema moral enorme —explica a EXTRA—. Era muy creyente, y al mismo tiempo esclavo de un comportamiento que lo hacía sentir pecador. La culpa lo atormentaba al punto de pensar en suicidarse, aunque no lo hacía porque quitarse la vida también era un pecado”.
El hombre, de escasos recursos y con diagnóstico de epilepsia controlada, había sido incluso sorprendido por la Policía en sus conductas exhibicionistas. Varias veces fue golpeado y luego liberado, pero nunca encarcelado. Su iglesia, consciente de su situación, lo ayudó económicamente para acceder a tratamiento. “Él tenía la convicción de cambiar. No quería seguir viviendo así”, cuenta Zambrano.
El primer paso fue la terapia psicológica: técnicas de relajación, distracciones para evitar los tiempos muertos, llamadas a personas significativas y la búsqueda de actividades que lo alejaran de la compulsión. Sin embargo, los resultados fueron mínimos. “Era un caso severo. Venía arrastrando esa conducta desde la infancia, aunque nunca sufrió abuso sexual. Todo empezó con juegos de contenido erótico con otros niños, y con los años la masturbación se volvió un hábito compulsivo”, explica el médico.
La siguiente estrategia fue farmacológica. Se probaron inhibidores de la recaptación de serotonina, medicamentos usados en casos de obsesión o depresión. Estos lograron reducir un poco la frecuencia, pero la compulsión persistía.

Fue entonces cuando Zambrano decidió aplicar una medida extrema: la castración química. El tratamiento consistió en la administración de medroxiprogesterona, una inyección trimestral que bloquea la acción de la testosterona y reduce drásticamente el deseo sexual. “No buscábamos abolir todo, sino bajarlo lo suficiente para que pudiera controlar sus impulsos”, explica el especialista.
El resultado fue inmediato: la masturbación compulsiva y los episodios de exhibicionismo se redujeron notablemente. Sin embargo, aparecieron efectos secundarios: ginecomastia, es decir, el crecimiento de los senos por el aumento de estrógenos.

Y para una persona de bajos recursos, la cirugía correctiva era inalcanzable. “Él estaba agradecido porque al fin podía vivir en paz, aunque su cuerpo empezó a cambiar”, recuerda Zambrano.
El médico lo siguió durante un año y medio. Durante ese tiempo, el paciente reforzó su fe, mantuvo el control sobre sus impulsos y manifestó sentirse liberado del tormento que lo había acompañado toda la vida. Después de ese periodo, Zambrano perdió contacto con él. “No supe más, pero al menos durante ese tiempo logró calma. Fue uno de los pocos pacientes que aceptaron un tratamiento tan radical”.
El psiquiatra aclara que este tipo de casos son excepcionales. La mayoría de las personas con compulsiones sexuales responden a terapia psicológica o fármacos más suaves.
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