Opinión
¡Te siento aún, madre mía!
Por el Dr. Alexander Cajas
Así como la luz disuelve la oscuridad, así el amor destruye al odio y los sonidos se convierten en bellas melodías; y la vanidad al fuego de la virtud se convierte en humildad.
Pese a haberme renovado diez veces y asomado dos veces desde los cristales de las constelaciones aún te extraño madre mía, y aun en mis ensueños me siento feliz en tu regazo, humilde como son las cosas bellas de la naturaleza, con tu piel límpida, suave, tersa como el palpar de las rosas en primavera. Aún siento el succionar de mis labios en tus exuberantes y turgentes senos y siento el fluir del maná por mi faringe y te siento despertar de madrugada sin hora, ni tiempo envuelta en un halo transparente y puro.
Te veo aún cogiéndome de la mano, llevándome a la escuela y besándome en la frente para que tu beso sea la guía que me oriente en tu ausencia, pero todo sigue igual, camino a la transformación porque todo se purifica en el tiempo, porque todo se renueva y no se renueva nada. Aquí están tu mismo sol, tu misma luna, igual parpadean las estrellas, el río parece irse y no se va y a veces regresa con más fuerza, inunda, pero igual se va.
Tú me ofreciste regresar y aún te veo en la lluvia que me refresca, en el trueno que me anuncia algún pecado, en el rayo que me hace meditar. Te veo en las flores, en las rosas, en el rocío, en la gaviota, en el colibrí. Te veo en la niña, en la joven, en la anciana, te siento en las gotas del rocío. Te veo en las madres que sufren de la injusticia y la falta de gratitud.
Las madres son la esencia de la virtud que es, en fin de cuentas, lo único que permite la existencia de esta raza cósmica, transitoria e incomprensible para los que no creen ni en el amor y se sienten ofendidos ante solo su anuncio.