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Diario Extra Ecuador

Opinión

Columnas: “Serenos” o serenatas de antaño

“La música entra por los oídos y también por el corazón”, decía algún poeta que recordaba que tanto el género lírico expresado en palabras como los ritmos que, como bien dijo el inmortal Beethoven, es el arte en “donde mueren las palabras”.

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“La música entra por los oídos y también por el corazón”, decía algún poeta que recordaba que tanto el género lírico expresado en palabras como los ritmos que, como bien dijo el inmortal Beethoven, es el arte en “donde mueren las palabras”... Y servía en nuestro pretérito como un arma efectiva de los enamorados. Es decir de los atravesados por la flecha de Cupido que observaban (en nuestra ciudad porteña) las reglas medioevales del “dolce stilo nostro” ya para enamorar o ya para conservar un idilio.

Estamos hablando del Guayaquil de mediados del siglo pasado. Y, así, para ser galantes con la dama que se había escogido como pareja y hasta con quien se pensaba en casarse a los acordes de la Marcha Nupcial de Wagner o de Mendelssohn, había la romántica costumbre de ir a dar “serenos”, o “serenatas” en las noches o en las madrugadas, despertándola dulcemente a ella, bajo su ventana, a los acordes de boleros, baladas, blues o pasillos, interpretados por conjuntos contratados para el efecto.

En casos excepcionales, cuando el oferente tenía o creía tener buena voz, él mismo se tomaba el trabajo de cantar a la luz de la romántica luna.

Recordamos, además, que para tales serenos los más indicados para ser contratados eran los “lagarteros”, como se llamaba a esos músicos que, guitarra o violín en mano, solían parar por las noches frente a la plaza del Centenario o en la intersección de las calles Colón y Lorenzo de Garaicoa, en la esquina de la popular “Lagartera”.

¿Perdiéndose la costumbre del sereno, todavía quedan o será que también ya han comenzado a extinguirse los románticos?... (FCV)

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