Columnas: Una mujer fantástica

La chilena Una mujer fantástica acaba de ganar el Óscar a la mejor película extranjera. Su trama es muy sencilla. Marina Vidal, la muchacha protagonista, pierde sorpresivamente a su pareja y debe lidiar con el luto, la tristeza, el dolor, y con la tragedia adicional de ser una mujer trans.

Ocurre en Santiago de Chile, donde no existe una legislación que proteja los derechos de las personas con identidad de género transexual. La película muestra una serie de abusos, violencias e injusticias que vive Marina.

Por momentos, estas situaciones se vuelven insoportables de mirar. Asfixian, duelen.

Y lo peor es que todo aquello que le pasa a Marina podría perfectamente pasarle a cualquier otra mujer trans en casi cualquier otro país de nuestra región.

Donde la transfobia es la divisa común. Es maravilloso como el arte puede actuar también como un ejercicio de empatía.

Tal como lo dijo Daniela Vega, la actriz que encarna a Marina, el cine intenta entender mejor al ser humano. Se cuestiona todo, el género, la familia, el amor, la vida, la muerte. También hace una reflexión, e interpela al espectador. Y eso es el arte. Esta película pone emociones humanas al servicio de seres humanos.

Ninguna marcha antiderechos que se dé en el país podrá contrarrestar el efecto sensibilizador que genera una película de divulgación mundial que habla de la diversidad sexual desde la empatía.